El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




Mostrando entradas con la etiqueta Fisico. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fisico. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de julio de 2025

El reflejo invisible



Imagina estar frente a un espejo. Miras tu rostro, tal vez ajustas el cabello, observas la expresión que ese día te acompaña. Pero lo que ves no es tú. Es una representación: luz rebotando, formas traducidas, un reflejo condicionado por el ángulo, la iluminación y la superficie misma. No ves tus ojos desde dentro, ni la expresión que proyectas realmente. Solo ves la imagen que el espejo te permite ver.

De manera similar, cuando nos preguntamos “¿quién soy emocionalmente?”, caemos en la misma trampa. No nos vemos directamente. Lo que creemos conocer de nuestro mundo interno es lo que emerge: nuestras reacciones. No somos plenamente conscientes de la emoción hasta que se manifiesta. Y a veces, lo hace como lava expulsada de un volcán que llevaba años dormido.

La cultura nos ha acostumbrado a buscar respuestas en nosotros mismos. “Conócete a ti mismo”, decía Sócrates. Sin embargo, ese llamado a la introspección no es tan sencillo como parece. Porque ¿cómo conocerse cuando todo lo que sentimos está envuelto en capas de juicios, experiencias pasadas y mecanismos de defensa? Pensamos que sentimos “enojo”, pero debajo quizá había tristeza o miedo. Creemos estar “felices”, pero en realidad estamos evitando enfrentar una realidad incómoda.

Las emociones son como corrientes submarinas: invisibles a simple vista, pero responsables de mover el océano entero de nuestras decisiones, pensamientos y acciones.

Lo único que nos ofrece un espejo emocional son nuestras reacciones. Aquello que decimos sin pensar, ese tono que usamos cuando sentimos amenaza, esa lágrima que cae sin permiso. La reacción es el contorno que revela la forma de lo que está adentro. Y muchas veces, nos sorprende.

¿Por qué reaccioné así? ¿Por qué me dolió tanto ese comentario? ¿Por qué me quedé paralizado cuando tenía que hablar? Son preguntas que surgen cuando la reacción ya ha ocurrido, y que nos enfrentan al hecho de que, quizás, no sabíamos lo que sentíamos en realidad.

Una emoción no expresada no desaparece. Se acumula. Se transforma. Se adapta al entorno, cambia de máscara. Puede convertirse en un dolor de estómago, en una insatisfacción laboral, en una distancia emocional con quienes amamos. Y un día, sale. Sin previo aviso.

Como la erupción de un volcán, la emoción contenida puede emerger con fuerza, destruyendo lo que está cerca, alterando vínculos, paralizando proyectos. El problema no es la explosión, sino el silencio que la precedía. El desconocimiento del fuego que crecía bajo la superficie.

No es vivir constantemente autoanalizándose. No es convertirse en terapeuta de uno mismo. Conocerse emocionalmente es aprender a escuchar. A detectar las señales sutiles: cómo cambia la respiración ante una situación incómoda, qué pensamientos se repiten cuando estamos ansiosos, qué palabras nos duelen más de lo que esperábamos.

Es observar la reacción y preguntarse con curiosidad (y sin juicio) qué emoción la provocó. Es permitir que la emoción se nombre sin miedo. “Estoy celoso”, “Me siento rechazado”, “Tengo miedo de fracasar”. Y en esa honestidad, descubrirse.

Este viaje requiere valentía. Porque al reconocerse emocionalmente, uno puede enfrentarse a verdades incómodas. Tal vez no somos tan seguros como aparentamos. Tal vez no hemos perdonado lo que decíamos haber superado. Tal vez aún sentimos dolor por algo que ocurrió hace años.

Pero también es un camino hacia la libertad. Porque al conocer las emociones que nos habitan, dejamos de ser esclavos de las reacciones. En vez de vivir en modo automático, reaccionando como siempre, empezamos a elegir. A responder desde la conciencia.

Aunque el espejo no nos muestra todo, sigue siendo una herramienta valiosa. Las reacciones, aunque imperfectas, son pistas. Y si las observamos con atención, nos dan claves sobre quiénes somos realmente, emocionalmente.

Lo importante es no confundir el reflejo con la verdad completa. No asumir que una reacción de rabia significa que somos personas violentas, ni que un momento de tristeza define nuestra identidad. Somos mucho más que las respuestas momentáneas. Somos el paisaje interior que esas reacciones revelan.

Tal vez nunca nos conozcamos por completo, ni física ni emocionalmente. Tal vez siempre haya una parte de nosotros oculta, como la cara que nunca vemos directamente en el espejo. Pero eso no significa que no podamos acercarnos.

Con cada emoción reconocida, con cada reacción analizada con amor, construimos un mapa de nuestro universo interno. No es perfecto, ni completo. Pero es nuestro. Y al caminarlo, al explorarlo con curiosidad, aprendemos a vivir con mayor autenticidad.