Si
hay algo en nosotros verdaderamente divino, es la voluntad.
Por
ella afirmamos la personalidad, templamos el carácter,
desafiamos
la adversidad, reconstruimos el cerebro
y nos superamos diariamente.
Santiago Ramón y Cajal
Señor dame la fuerza para fortalecer mi voluntad,
ya que con ella podré recorrer más fácilmente el
camino que me lleva a Ti.
Hari Krishan
Existe demasiado sufrimiento
innecesario en el mundo, y no quiero decir con esto que pueda existir algún
tipo de sufrimiento que sea necesario, no. Cualquier clase de sufrimiento es
innecesario, ya que, por el momento, no se le ha encontrado ningún beneficio al
sufrimiento. Y lo mismo pasa con la ansiedad, con el dolor, con el miedo o con
cualquier otra emoción negativa.
¿Por qué entonces, si el sufrimiento
es innecesario e inútil, tanta y tanta gente vive la infelicidad que les
provoca esas sensaciones negativas? Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que
nadie les ha explicado lo contraproducente que resulta para su salud emocional,
y por extensión para su salud física y mental, mantener ese tipo de emociones
en su vida.
Pero aunque sea verdad que todos, o
muchos, de los que sufren nunca han tenido entre sus asignaturas una que les
enseñe cual es el camino para conseguir la felicidad, la auténtica felicidad, y
no malas imitaciones, no parece suficiente razón para que sufran por una u otra
causa, un día tras otro, en largas temporadas de su vida. Tampoco existe la asignatura
de “el fuego quema”, pero no parece necesaria, porque la primera vez que se
acerca un dedo al fuego y se siente el calor, nunca más, de manera consciente,
va a acercar la persona que se ha quemado un dedo al fuego.
Está claro que cuando los seres
humanos se encuentran con “algo” que puede generar un dolor físico, rápidamente
encuentran la manera de obviarlo evitando así
que le afecte.
¿Cómo podemos ser tan masoquistas
los seres humanos? No ponemos el dedo en el fuego para no quemarnos, pero nos
abrasamos en las llamas del propio sufrimiento.
No es falta, por tanto, de conocimiento, ya que
el desconocimiento puede ser válido para el primer día que se sufre, pero no
para el segundo. Una vez que se ha constatado que el sufrimiento, en sí mismo,
y por sí mismo, no soluciona el problema por el que se ha generado el
sufrimiento, parece lógico que lo que tendría que hacer la persona que sufre es
no hacerlo.
Pero habitualmente, no es así. La
persona sabe que está sufriendo, es perfectamente conocedora de que con esa
emoción no va a solucionar ningún problema, pero le da igual, sigue sufriendo,
y no solo sigue sufriendo, sino que se regodea en su dolor dándole cada vez más
importancia, más fuerza y más energía a la emoción, y lo sigue haciendo hasta
conseguir enfermar su cuerpo físico.
¿Cuál es entonces la causa por la
que las personas se van autodestruyendo lentamente?
Es la falta de voluntad.
La voluntad que es esa capacidad que
tienen los seres humanos para hacer las cosas de manera intencionada, para
gobernar sus actos, para decidir con libertad el tipo de conducta con el que se
van a conducir en la vida, no existe en la inmensa mayoría de los seres
humanos. O mejor, no existe para todo lo relacionado con sus emociones, sus
hábitos o sus instintos.
Los seres humanos son marionetas de sí
mismos movidos por los hilos de sus deseos, de sus emociones, de sus hábitos y
de sus instintos.
Los seres humanos parecen tener una
voluntad de hierro para levantarse antes que el sol para realizar un trabajo,
que en muchas ocasiones, no les agrada en absoluto, y por el que además reciben
un sueldo de miseria. Es decir, tienen voluntad para ser esclavos, pero son
absolutamente indolentes para ser amos. Por eso siguen siendo esclavos de sus
emociones, sin fuerza y sin poder para liberarse y liderar su vida emocional,
de la misma manera que son incapaces de liberarse de vicios, de hábitos y de
instintos, que al igual que las emociones les va destruyendo su cuerpo físico
lentamente.
¿Qué hacer entonces? Pues poca cosa
se puede hacer. No se puede sanar a quien no quiere ser sanado, no se puede
incrementar la voluntad de una persona como si fuera la memoria de una
computadora, así que solo queda esperar a que la persona abra los ojos, sea
consciente de su autodestrucción y pida ayuda. En ese momento hay que volcarse
en ayudar.