Los seres
humanos, vivimos en la materia en un mundo que nos rodea, en un mundo que nos
envuelve, en un mundo que nos engulle con sus fauces y que nos afecta completamente
para el desarrollo de nuestra vida, tanto física como emocional y mental.
Si el ser humano
viviera aislado en una cueva, su vida ya no estaría determinada por su entorno,
su vida estaría determinada por su mundo interior, porque no habría sociedad
que le impusiera normas o costumbres, no habría sociedad que comentara su modo
de vida, no habría sociedad que le condicionara con la inercia del pensamiento
social. Por lo tanto, al no existir para esa persona un mundo exterior,
solamente podría recurrir a su mundo interior. ¿Es bueno?, puede serlo para
algunos. ¿Es lo que tendríamos que hacer? Por supuesto que no. Es posible que
el camino de algunos sea aislarse, pero no es la norma de todos los que
decidimos vivir una vida física, ya que casi todos venimos a la vida para
aprender en sociedad, venimos a la vida para interactuar con el resto de seres
humanos, venimos a la vida para aprender a amar, y todo esto en una cueva no
sería factible.
En el mundo
que hemos decidido vivir nos estamos relacionando de manera permanente con
otros grupos de seres humanos que como nosotros están aprendiendo a vivir,
están aprendiendo a amar. Y es ese aprendizaje hay una asignatura que sobresale
por encima de cualquier otra cosa, es la asignatura en la que prácticamente
todos los seres humanos sacamos matrícula de honor: es “el sufrimiento”, esa
emoción que todos aprendemos desde bien pequeños. Nuestros padres, nuestros
maestros, nuestros educadores, la sociedad en suma, son expertos en enseñar a
sufrir. Si fueran tan diligentes para enseñar a ser felices, el mundo sería
otra cosa totalmente distinta.
En nuestras
manos está el que nuestra matrícula de honor en sufrimiento sea flor de un día,
y no sea una asignatura que a pesar de tener aprobada, queramos repetirla una y
otra vez hasta……. Hasta no sabemos cuándo.
¿Intentamos
no repetir esa asignatura?
La causa del
sufrimiento se encuentra en nuestro pensamiento, por lo tanto solo hay que
cambiar el pensamiento. ¡Es fácil!, ¿Verdad? Bueno, lo fácil es decirlo,
llevarlo a la práctica es un poco más complicado.
En nuestras
relaciones se encuentran las mayores causas de sufrimiento. Aunque cada persona
que se asoma a esta ventana tiene, seguro, sus propias causas de sufrimiento,
creo que en los siguientes tres apartados se encontrarían recogidas la mayoría
de ellas:
1) Enfermedades de seres queridos,
muerte de estos, enfermedades propias.
2) Decepciones, difamación o engaños de
familiares y amigos.
3)
Carencia
que impiden cubrir las necesidades básicas.
En
todos los casos, graves o leves, tenemos que tener una pregunta y su respuesta
en la mente: ¿Soluciona el problema darle vueltas al problema una y otra vez en
la cabeza? (Contéstate tú mismo).
Vamos a
comenzar por el tercer apartado: La carencia, la pobreza. Ese estado en el que
no llega el dinero para los gastos básicos, ni tan siquiera para poder
alimentar a tus hijos, o para gastos médicos imprescindibles. Es una situación
dramática. Puedes pensar: ¿Cómo no sufrir?, sería de seres deshumanizados no
hacerlo.
Hemos de
recordar que con el sufrimiento no se va a conseguir el dinero que falta. El
Universo es como un espejo y nos devuelve aquello que permanece en nuestra
mente. Si sufrimos por la pobreza, por la carencia, por aquello que nos falta
para cubrir las necesidades básicas, lo que vamos a recibir es más de lo mismo,
más carencia, más pobreza. Sin embargo, si enfocamos nuestra atención en lo que
tenemos, si enfocamos nuestra atención en agradecer que tenemos para comprar
comida, aunque sea solamente para dos días, el Universo se encargará de ir
aumentando esa cantidad. Dios provee.
Existe una Ley en el
Universo, la Ley de Precipitación, que hace que
una persona atraiga las cosas que necesita. Para ello el ser humano necesita
tener purificado su cuerpo emocional. Es decir, sin sufrimiento.
En otra época, al principio de los
tiempos a
toda la humanidad se le proveía de comida, ropa y de todo lo que eligieran
utilizar en su actividad física en este planeta. Pero cuando el individuo
desperdicia su energía en las diversas maneras que crean destrucción dentro y
alrededor del cuerpo emocional, se pierde el Poder de Precipitación. La Ley de
Precipitación sencillamente está en el Universo, y está actuando en todo
momento para traer bendiciones y perfección a la humanidad.
No hace falta ningún comentario más.
En cuanto al sufrimiento producido
por decepciones, difamación o engaños de familiares y amigos, volvemos a
preguntarnos: ¿El sufrimiento limpia el mal hecho? No lo hace. Lo único que
hacemos con sufrir y rememorar de manera permanente el daño recibido es como si
nos estuvieran engañando cada día, mientras el ofensor vive tan plácidamente.
Lo que se ha de hacer en estos casos
es, en primer lugar, denunciar, poner el caso en manos de la justicia de los
hombres. La justicia de Dios ya se encargará en su momento, es la Ley del
Karma.
Y en segundo lugar, para nuestra
estabilidad emocional, es perdonar sinceramente la ofensa y bendecir al que nos
ha ofendido. Es la única manera de no ir tomando una gota de veneno cada día,
que al cabo del tiempo puede malograr el cuerpo físico, teniendo en cuenta que
el cuerpo emocional ya lo hemos destrozado con tanto recuerdo y con tanto
sufrimiento.
Y por último en el sufrimiento generado por enfermedades de seres queridos,
muerte de estos o enfermedades propias, después de recordar que el sufrimiento
ni sana al enfermo ni le devuelve a la vida, hay que pensar en el caso de
enfermedad en el enfermo. Por un lado, le estamos añadiendo con nuestro sufrimiento
una dosis de dolor adicional, ya que puede sentirse culpable que por su
enfermedad nos está haciendo sufrir, y por otro, con el sufrimiento nuestra
energía no se encuentra al cien por cien, por lo que nuestra dedicación al
cuidado del enfermo no es completa.
En el caso de muerte, si realmente se
ama a la persona fallecida, hemos de tener presente que al lugar al que ha ido
sólo hay paz, amor, felicidad y alegría. Desde el otro lado de la vida nos
están viendo de manera permanente, y aunque vean nuestro dolor, no disminuye ni
un ápice su estado de gozo. Por lo tanto, si realmente amamos a la persona que
ha dejado el cuerpo, solo nos queda alegrarnos, porque su cambio de estado ha
sido una bendición para él.
Si sufrimos con nuestra propia enfermedad,
lo único que estamos haciendo es añadir dolor al dolor, sufrimiento al
sufrimiento. Podemos entregarle la enfermedad a Dios y pensar que Dios provee
siempre lo mejor para el alma, por lo tanto, solo debería permanecer en nuestra
mente: “Señor, hágase Tu Voluntad”.
Y debería permanecer el mismo
pensamiento de “Señor, hágase Tu Voluntad” en cualquier circunstancia de
nuestra vida, alegre o triste, en la salud y en la enfermedad, en la abundancia
y en la pobreza.
Aclarar, para terminar que no sufrir
es estar en paz, no es estar de fiesta, ni cantando, ni bailando. Solo es
encontrar la paz interior que nos va a permitir afrontar las situaciones
con total serenidad, y con total fortaleza, para dar el ciento por ciento de
nosotros mismos.
Animo, puede hacerse.
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