“Cuando se alcanza el verdadero conocimiento, entonces
la voluntad se hace sincera; cuando la voluntad es sincera, entonces se corrige
el corazón. Cuando se corrige el corazón, entonces se cultiva la vida personal;
cuando se cultiva la vida personal, entonces se regula la vida familiar; cuando
se regula la vida familiar, entonces la vida nacional tiene orden; y cuando la
vida nacional tiene orden, entonces hay paz en este mundo. Desde el emperador
hasta los hombres comunes, todos deben considerar el cultivo de la vida
personal como la raíz o fundamento”.
Confucio
Nuestros
progenitores y nuestros educadores se encargan de prepararnos para la vida
física. Lo hacen con fe, con dedicación, con ilusión, llegando al éxito en
muchísimas ocasiones, ya que consiguen que sus hijos y alumnos sean, al menos
visto desde el exterior, según el dicho: “personas de provecho”. Han conseguido
finalizar unos estudios, más o menos avanzados, en función de su valía y
dedicación, tienen un trabajo, han conseguido formar una familia y llegan a
tener una vida más o menos holgada. En resumen se podría calificar como una
vida de éxito, dentro de la normalidad.
Pero
detrás de esta vida visible que parece una vida de éxito, existe otra vida, no
tan visible, en la que se esconden otras condiciones, que hacen que la vida que
hacia el exterior parece una vida normal y de éxito, sea un rotundo fracaso.
Fracaso
que puede ser por múltiples razones: Bien podría ser porque no utilizan el
aprendizaje obtenido en los estudios, por no haber estudiado lo que realmente
les atraía, sino que estudiaron lo que decidieron sus padres. Bien podría ser
porque no consiguen estabilidad en sus trabajos, al trabajar en algo que no les
atrae, ni poco ni mucho. Bien podría ser porque la pareja en la que habían
volcado todas sus expectativas de felicidad, se desploma como muñeco de paja.
¿Cómo
puede ser que personas, en teoría, preparadas para la vida, fracasen tan
estrepitosamente?
Si,
están preparadas para la vida, pero ¿Para qué vida están preparadas?, ¿Para la vida del cuerpo o para la
vida del alma? Pues están preparadas, perdón, mal preparadas para la vida del
cuerpo, olvidándose completamente de la vida del alma.
Nos
preparan y preparamos a nuestros hijos para competir, para defender su espacio,
para acumular, sin ser conscientes de que, casi nadie, por no decir nadie, con
este aprendizaje, no está consiguiendo algo que parece básico, por ser
justamente lo que busca todo el mundo: La felicidad.
Casi
todos tenemos claro que no solamente somos un cuerpo, también somos un alma. Otra
cosa sería si la enseñanza, que en la actualidad solamente está centrada en
las, llamemos necesidades del cuerpo, incluyera también las necesidades del
alma. Y las necesidades del alma no son otras que el aprendizaje y la consecución
de los valores. Los valores, que son las cualidades o las aptitudes de las
personas, son la guía de conducta de las personas. Algunos de esos valores son:
Amor, espiritualidad, libertad, respeto, tolerancia, responsabilidad, justicia,
solidaridad, humildad, honestidad, amistad, perdón, bondad, moderación,
gratitud.
¿En qué
escuela o universidad se enseñan esos valores? Podemos estar completamente
seguros de que si a la enseñanza actual, se le añadiera la enseñanza de los
valores, el resultado sería completamente diferente, ya que las personas no sólo
tendrían éxito en la vida de la materia, sino que además estarían alimentando a
su alma, que a la postre es la única finalidad del viaje a la materia: el aprendizaje
del alma, y centrándolo aún más, el aprendizaje del amor.
Sin
embargo, como esas enseñanzas no se dan en ninguna escuela especializada, no
nos queda más remedio a todos los adultos que enseñar los valores a nuestros
hijos, sobrinos, nietos y educandos. Y recordar que el ejemplo es el mejor
método de aprendizaje. Si quieres que tu hijo aprenda a amar, ama tú; si
quieres que sea tolerante, tolera; si quieres que sea honesto, lleva tú la
bandera de la honestidad; si quieres que sea humilde no le trates con orgullo;
si quieres que respete, respétale a él; y así con todos y cada uno de los
valores.
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