Desde
antes de nacer, el corazón del ser humano empieza a latir en el útero materno,
y no lo deja de hacer hasta que el alma decide abandonar el mundo de la materia;
de la misma manera que la respiración, que comienza en el mismo instante en que
nos asomamos a la vida, y no termina hasta el momento del regreso a la Energía
Divina.
El
corazón latiendo, siempre latiendo y la respiración siempre con su vaivén, nos
atan a la vida, de manera autónoma, de manera automática, sin que seamos
conscientes de que es esa respiración y ese latir, los que nos mantienen con
vida. Creo que vivimos a pesar de nosotros mismos, a pesar de lo mal que
tratamos a nuestro cuerpo y de rebote a nuestro corazón, a pesar de olvidarnos de
como se respira, utilizando músculos que nada tienen que ver con la
respiración.
Y,
a pesar de la importancia, de la importancia vital de nuestra respiración y del
latir de nuestro corazón, pocas son las personas que dedican un momento en su
día para comprobar cómo es esa respiración, o como late su corazón.
Al
igual que los seres humanos, los animales también respiran y también tienen un
corazón que bombea de manera permanente, y como muchos seres humanos, ninguno
de ellos es consciente de la maravilla que está ocurriendo en su cuerpo. Sin
embargo, los animales, en su nivel dentro de la evolución, no saben que ellos
también son más que ese cuerpo que sólo se puede dirigir por los instintos. No
tienen una mente que razona, una mente que les puede llevar a preguntarse qué
hacen en la vida, o qué diferencia hay entre la vida y la no vida.
Los
seres humanos, casi todos, en algún rincón de su mente, tienen la conciencia de
que son algo más que el cuerpo, muchos creen que tienen, o que son, algo que se
denomina alma, aunque como no se ve, no saben ubicarla, y no se identifican, en
absoluto con ella.
Todo
eso, en cuestiones de vida, hace que esos seres humanos se diferencien en poco
de los animales, ya que rigen el cuerpo por los mismos instintos con los que se
rigen los animales, comen cuando tienen hambre, aunque muchos, al contrario que
los animales siguen comiendo después de saciada la necesidad de comer; beben
incluso cuando no tienen sed, y en ocasiones bebidas dañinas para el cuerpo; y satisfacen,
como los animales, sus necesidades fisiológicas de manera instintiva.
En
casi todas las cuestiones referentes al cuerpo, la diferencia entre el animal
que se rige por los instintos, y el ser humano que tiene una mente racional, es
mínima.
¿Cómo
ser más humanos racionales y menos animales instintivos? Aunque resulte
paradójico, lo podemos conseguir siendo conscientes del cuerpo. Y se es
consciente del cuerpo sintiéndole, sintiendo sus sensaciones, sintiendo su
respiración, sintiendo sus latidos. Es en esos momentos en que estamos
sintiendo el cuerpo, cuando podemos despegarnos de él, cuando podemos, aunque
sea por un instante, conectarnos con eso otro que realmente somos, con el alma.
Es a partir de ahí, cuando no sólo nos despegamos del animal, sino que también
nos despegamos del ser humano normal, para atisbar nuestra propia divinidad,
convirtiéndonos, aquí en la Tierra en superhumanos, con todos nuestros poderes
divinos desarrollados.
No
somos el cuerpo. El cuerpo sólo es, aunque de vital importancia, el vehículo
del alma; el instrumento desde el cual tenemos que realizar nuestro trabajo de
acercamiento a nuestra Divinidad, el instrumento para nuestro aprendizaje, el
instrumento desde el que hemos de vivir todas las experiencias humanas, sin
apegarnos a ellas. ¡Sientelo!