Los
hijos a los que se refiere esta entrada no son, básicamente, hijos pequeños,
preadolescentes, adolescentes o menores de edad. Sólo es referida a los mayores
de edad.
Es
curioso. Las personas que vienen a terapia, parece que se van llegando por
grupos y por temporadas. En esta última temporada, está llegando un grupo de
personas jóvenes, con problemas de relación con sus padres, problemas relacionados,
de manera primordial, con la vida que a los hijos les gustaría vivir. Y esa
vida que los hijos anhelan vivir, se encuentra totalmente enfrentada a la vida
que los padres desean que vivan sus hijos.
Son
muchos los padres que ponen sus esperanzas, sus aspiraciones, sus ilusiones e
incluso sus frustraciones, en sus hijos. Quieren para sus hijos, lo que ellos
desde su educación, desde su evolución, desde su carácter, desde su cultura y
desde sus creencias, creen que es lo mejor para ellos; y los hijos, que tienen
su propio carácter y sus propias creencias, necesitan para su propia evolución, vivir su propia experiencia
y su propia vida, y no vivir lo que otros, aunque sean sus padres decidan para
ellos.
Si
se da esta situación, es claro que la evolución no parece ir más allá de la
materia, y eso supone un doble sufrimiento: Sufrimiento de los padres que ven
truncadas las esperanzas que tenían depositadas en sus hijos, como una
continuación de ellos mismos, y sufrimiento de los hijos, que no pueden vivir
su propia vida, y si lo hacen es a costa del sufrimiento de sus padres.
Es
necesario, en este punto una reflexión por parte de los padres: ¿Qué es lo que
realmente desean para sus hijos?, ¿Qué sea millonario triste o deprimido, o
pobre pero totalmente feliz y libre de sufrimiento? Ya sé que entre estos
extremos hay miles de matices intermedios, pero nos vale el ejemplo. Cada caso
es un universo en sí mismo.
Se
supone que lo que desean los padres para sus hijos es su felicidad. Es a partir
de esta premisa que los padres han de reflexionar en lo que su hijo cree que
necesita para ser feliz, y aceptarlo, y respetarlo. El amor, es respeto, es
libertad, es ayuda y servicio. Y si los padres creen que su hijo se equivoca,
han de seguir prestándole su apoyo, en todo cuanto necesite, cuando el hijo
solicite su ayuda.
Pero
tienen que saber que el hijo, aunque parezca que haya fracasado en su elección,
no es tal. Sólo es su propio aprendizaje, su propia experiencia.
Los
padres han de permitir que los hijos se equivoquen, han de permitir que vivan
sus vidas, no la vida que ellos decidan.
Los
hijos también tienen su punto de reflexión. Han de escuchar y valorar aquello
que le presentan sus padres, hablarlo con ellos, y exponer, con amor, cual es
su plan de vida y porqué. Si no fuera aceptado y decide llevarlo a cabo, que lo
haga perdonando y bendiciendo a sus padres, ya que en la evolución de sus
progenitores, han de vivir esa experiencia, que una vez aprendida, les lleve a
todos a aceptar y respetar la decisión de unos y otros.
Nunca
es tarde. El tiempo no existe.
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