Estaba
escribiendo una continuación a la entrada anterior “Conocer el futuro”, que se estaba decantando por la Sincronicidad,
y llegaron a mi varios escritos sobre el mismo tema. Como eran total y
absolutamente coincidentes con lo que yo estaba escribiendo, y me parecían mucho
mejor explicados de lo que yo podría hacerlo, decidí transcribirlos, con
ligeros retoques. No puedo decir de quien son, porque no lo sé. Llegaron a mí
sin el nombre del autor.
Sincronicidad es un término
originariamente acuñado por Jung que se refiere a la unión de los
acontecimientos interiores y exteriores de un modo que no se puede explicar,
pero que tiene sentido para el observador, es decir, son ese tipo de eventos en
nuestra vida que solemos achacar a la casualidad, a la suerte, o a la magia.
¿Has experimentado alguna vez el
placer de encontrar a la persona exacta que necesitabas aparecida de la nada?,
o ¿Recibiste la llamada de alguien, de la que apenas unas horas antes te habías
acordado sin motivo aparente?, o ¿Ese libro que encontraste al azar y que
responde a la duda que te tenía bloqueado? La sincronicidad representa en el plano físico la idea o la
solución que mora en nuestra mente de la manera más fácil y sin apenas
esfuerzo. Se trata de vivir el mayor tiempo posible en ese “fluir” que hace que
la vida parezca una aventura permanente, un viaje de descubrimiento constante
sobre uno mismo, sobre los demás y el universo. Decir sincronicidad es lo mismo
que decir magia.
Hay unas condiciones óptimas para que
se manifiesta la sincronicidad: Un estado mental propicio para que pueda
producirse, y ese estado mental es coincidente con momentos personales intensos
que nos obligan a estar muy pendientes de las señales del exterior. Son los
momentos en que buscamos ayuda por intensas vivencias o crisis emocionales, por
cambios bruscos, por viajes, por momentos de peligro, por la muerte de seres
queridos.
Son esos momentos en los que nos
olvidamos de la seguridad, de lo conocido, del plan establecido, de lo que se
supone que debemos hacer. Son esas causas que nos sumergen en un estado de
alerta y apertura perfectos para ser conscientes de esa nueva dimensión, llena
de simbolismo para nuestra vida, que es la que al final nos da la clave, no
sólo para la solución de nuestros problemas, sino para hallar nuevas maneras de
vivir intensa y conscientemente.
La fe juega en esto un importante
papel, la fe en uno mismo, en la fuerza creativa del universo que nos guía
exactamente a dónde queremos llegar, la certeza de que si existe un miedo que
nos bloquea, también hay un amor que nos motiva a experimentar más allá de lo
conocido; pero hemos de elegir la aventura y no el hastío.
Somos lo que pensamos, y
experimentaremos esa magia sólo si antes le damos la oportunidad, creyendo en
ella e invitándola a jugar en nuestras vidas. Los momentos difíciles o
especiales nos han puesto en ese estado de apertura y recepción. De nosotros
depende que sigamos en esa actitud de aceptación de esa fuerza universal, que
parece saber exactamente lo que necesitamos, y nos lo brinda generosamente.
No es ver para creer, sino creer para
ver, pues es lo que hay en nuestra mente
lo que se atrae y, no sólo eso, sino que nosotros mismos nos vemos
atraídos hacia lo que es análogo. Esa es la manera en que todo funciona en el
Universo.
Las ideas poseen una vibración, que
hace que atraigan lo análogo. Al atraer lo que se le asemeja, podemos leer en
la materia lo que realmente pensamos sobre nosotros mismos y del Universo, y
tomar decisiones sobre lo que deseamos ver, para convertirlo en realidad o no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario