El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 21 de agosto de 2012

Yo confieso (VI)

            Recuerdo epítetos que con más frecuencia me han ido dedicando, y me siguen dedicando: “descastado”, “pasota”, “despegado”, “indiferente”, “raro”, “babau”, y un sinfín de ellos más. Todo porque no expreso, como se supone que debería hacerlo, según la conciencia social, sentimientos o expresiones de dolor, de euforia, de tristeza, de ira, etc.

            A veces, yo mismo me pregunto porque no me alegran o me entristecen las situaciones que alegran o entristecen a los demás, y mi propia respuesta, es que no es exactamente así, ya que sí siento la alegría, y el dolor, y la rabia, y el miedo, pero, afortunadamente, no me dura mucho. Dura tan poco, que no tengo tiempo de exteriorizarlo, y cuando dura un poco más en el tiempo, me siento absorbido hacia dentro de mí, como si me recogiera en mi interior, analizando la causa de dicha emoción y de las circunstancias por las que se ha producido.
            Lo que sí siento, siempre, es el estado de las personas que se supone son responsables de alterar mis emociones, o las de otro, llegando a un estado de comprensión del porqué de tal actitud. Llegado a este punto, siempre encuentro una justificación a tantas y tantas conductas irracionales, sintiendo, en la mayoría de los casos, una tristeza infinita, al comprobar, que todo el dolor y todo el sufrimiento con el que cargan a otros, se podría evitar si dejaran de conducirse por los instintos, alimentados por la irracionalidad de sus mentes; se podría evitar si las personas vivieran desde el corazón, dejando descansar sus mentes malévolas, y actuaran sintiendo que el otro es uno mismo.
            Me alegro infinito desde ese lugar de mi interior, de ser descastado, pasota, o el sinfín de calificativos que me dedican, y sobre todo, me alegro, porque no siempre ha sido así. Creo que ha sido más una evolución desde antiguos ataques de rabia, o de ira, o de tristeza o incluso de euforia, hasta los actuales momentos de serenidad, de paz interior, o de pasotismo, y por ende, de felicidad.
            Soy feliz con mi esposa, pero no por mi esposa; soy feliz con mi trabajo, pero no por mi trabajo; soy feliz con mi vida, pero no por mi vida. ¡Soy feliz conmigo! No hay nada fuera de mí que me haga feliz o desdichado, todo me da igual, es cierto. Creo que todo está donde debe de estar, y además se ha colocado, o yo he ayudado a colocarlo, para ser feliz de la mañana a la noche, un día tras otro.
            En el recorrido que he hecho por mi vida para escribir esta entrada, soy consciente de que tampoco ha sido tan duro, y ni tan siquiera trabajoso. Supongo que todo empezó un día en el que debí de sentirme el más desdichado de los mortales, por alguna perdida, o por alguna decepción importante, y buscando la fórmula para que no se volviera a repetir, llegué a la conclusión de que no había nada, ni había nadie, que me llenara completamente, por lo que yo sólo debía encontrar la fórmula para sentirme lleno, a pesar de….., y la formula es:”Todo está bien”.
            Todos somos iguales, y allí donde llega una persona, puede llegar cualquiera otra. Tú también puedes conseguirlo. Está en tus manos. Eso sí, te van a llamar desapegado, babau, raro, pasota, etc., etc., pero a ti te va a dar igual.

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