El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 10 de enero de 2025

Manual de vida

 


        Desde que somos pequeños, nos enseñan a comportarnos en la mesa, a cómo comportarnos en las visitas, nos enseñan a sumar, a restar, a dividir, a multiplicar y un sinfín de cosas más que parecen cruciales para enfrentar los desafíos que la vida nos presenta a medida que crecemos. Nos instruyen en los fundamentos matemáticos y sociales, pero pocas veces nos enseñan a ser verdaderamente humanos.

     No nos enseñan a ser niños, a ser adolescentes, a ser adultos, a ser padres o hijos, a ser jefes o subordinados. Tampoco nadie nos prepara para manejar nuestras emociones, entender lo que es el amor, vivir plenamente o comprender el sentido profundo de nuestra existencia. Y ahora, con más claridad que nunca, me doy cuenta de que tampoco nadie nos enseña a morir.

        La vida es un viaje lleno de aprendizajes constantes y desafíos que afrontamos sin un manual de instrucciones. Cada etapa de nuestra existencia nos presenta nuevas lecciones y retos, y aprendemos sobre la marcha, construyendo nuestro propio camino a través de la experiencia. En esta travesía, nos damos cuenta de que lo verdaderamente importante no es seguir un guion preestablecido, sino encontrar nuestra propia verdad y significado en cada paso que damos.

        En algún momento de mi vida, no puedo decir cuándo ni cómo, reflexionando profundamente sobre estos temas, llegué a comprender que, aunque no hay certezas absolutas ni respuestas fáciles, lo que realmente importa es la forma en que enfrentamos cada momento, con valentía, amor y autenticidad. Porque al final del día, la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda, y nuestro propósito radica en abrazar ambas con sabiduría y compasión.

        Y así, en esta búsqueda constante de sentido y propósito, aprendemos que no se trata de tener todas las respuestas, sino de vivir cada instante con plena consciencia y corazón abierto. Tal vez, el mayor aprendizaje de todos sea reconocer que la belleza de la vida reside en su imperfección y en la capacidad de encontrar significado en cada experiencia, por pequeña que esta sea. Es en estos momentos de reflexión y crecimiento interior donde realmente hallamos el valor de nuestras vidas, y así, construimos un legado de amor y sabiduría que trasciende el tiempo y el espacio.

jueves, 9 de enero de 2025

Decreto de Saint Germain para el logro espiritual

 



DHARMACHAKRA MUDRA (Mudra de la Verdad Espiritual)

 


DHARMACHAKRA MUDRA – (Gesto del giro de la rueda)

Mudra de la Verdad espiritual

Cómo se hace:

Ambas manos a la altura del pecho. La derecha un poco más arriba que la izquierda.

Unir el pulgar y el índice en ambas manos.

La palma de la mano izquierda mira al corazón.

El dorso de la mano izquierda mira al cuerpo.

El dedo corazón izquierdo toca el punto donde se unen el pulgar y el índice de la mano derecha.

El resto de dedos están separados y extendidos.

Esto forma la rueda que representa el flujo continuo de energía

 Sirve para:

Ayuda a conectarse con la energía cósmica.

Ayuda a sentir la pertenencia al Universo.

Duración:

Puede ser parte de la meditación diaria o como una práctica particular por algunos minutos, mientras se respira lenta y profundamente.

Beneficios:

Proporciona claridad mental.

Mejora el poder de concentración.

Aporta felicidad y satisfacción.

Fomenta una actitud positiva hacia la vida.

Induce al pensamiento positivo.

Ayuda a acelerar el camino espiritual.


miércoles, 8 de enero de 2025

Decreto para la abundancia y la prosperidad

 



Manifestación de la Vida

 


La vida, en todas sus actividades, donde quiera que ella se manifieste es DIOS EN ACCIÓN. Es por la falta de conocimiento en la forma de aplicar el pensamiento-sentimiento, que los humanos están siempre interrumpiéndole el paso a la Energía de Vida. De no ser por esa razón, la Vida expresaría su perfección con toda naturalidad y en todas partes.

La tendencia natural de la Visa es Amor, Paz, Belleza, Armonía y Opulencia. A ella le es indiferente quién la use y continuamente está surgiendo para manifestar de más en más su perfección, y siempre con ese impulso vivificador que le es inherente.

Del Libro de Oro de Saint Germain


domingo, 5 de enero de 2025

CUENTO: La dictadura del ego.

 


CUENTO: La Dictadura del Ego

 

En el silencio de la noche, mientras las luces de la ciudad titilaban como estrellas artificiales, Antay reflexionaba sobre su vida. Había construido un imperio: casas, autos de lujo, viajes y un número incalculable de admiradores virtuales. Pero en el fondo, sentía un vacío que no podía llenar. Cada conquista, cada elogio y cada éxito eran como un sorbo de agua salada: en lugar de calmar su sed, lo dejaban más sediento.

—El ego es un tirano—le había dicho una vez su abuelo, un hombre de manos callosas y palabras sabias.

Antay no lo había entendido en aquel momento. Para él, el ego era el motor de la grandeza, el impulso que lo había llevado a alcanzar el éxito. Pero esa noche, bajo la luna que parecía observarlo con compasión, esas palabras cobraron un sentido perturbador. Había dedicado su existencia a alimentar a un amo insaciable, un tirano invisible que siempre exigía más.

Recordó cómo había perdido a su mejor amigo por una discusión absurda, cómo había dejado de llamar a su madre porque sentía que no entendía su "gran visión", y cómo había ignorado las lágrimas de María, la mujer que había jurado amar. Todo en nombre de su ego, ese dictador que siempre le prometía una felicidad que nunca llegaba.

Se levantó del sofá y caminó hacia el ventanal. La ciudad dormía, pero su mente estaba más despierta que nunca. ¿Cómo había llegado a esto? Se había transformado en un prisionero de sus propios deseos, esclavo de una ilusoria necesidad de validación. Sus logros, que antaño había celebrado con orgullo, ahora le parecían monumentos vacíos.

De pronto, algo en su interior se rebeló. Una chispa de conciencia iluminó la oscuridad. Antay comprendió que, si el ego era un dictador, también podía ser derrocado. No sería fácil; ese tirano había construido sus muros con ladrillos de miedo y cemento de orgullo. Pero si algo había aprendido de su vida era que todo imperio, por más poderoso que parezca, puede caer.

Decidió comenzar con un pequeño gesto: tomó su teléfono y marcó el número de su madre. La voz al otro lado, sonó cargada de sorpresa y alegría, fue el primer rayo de luz en su camino hacia la libertad.

Esa noche, Antay hizo un pacto consigo mismo: cada día daría un paso hacia la reconquista de su humanidad. Sabía que el camino sería largo y estaría lleno de tropiezos, pero también comprendía que no estaba solo. En el fondo de su corazón, donde el ego no podía llegar, habitaba una voz más sabia y más amable, esperando ser escuchada.

La dictadura del ego no se desmorona con una sola batalla, pero Antay había dado el primer golpe. Y en ese gesto, por más sencillo que pareciera, yacía el germen de una verdadera revolución.


Ego

 


En la vasta jungla de la mente humana, el ego se erige como una entidad poderosa y omnipresente. Ese "yo" que todos llevamos dentro, definido tanto por nuestra conciencia como por nuestra propia percepción, constituye una imagen mental compleja y variopinta que afecta cada rincón de nuestra existencia.

El ego, es esa estructura mental que nos hace conscientes de nosotros mismos como individuos únicos. Es eso que nos diferencia de los demás y nos permite tener un sentido de identidad. Desempeña un papel crucial en la formación de nuestra personalidad y en cómo interactuamos con el mundo. Sin embargo, este "yo" interno no es un ente estático; se moldea y transforma con nuestras experiencias y emociones, influyendo en nuestra conducta y decisiones.

El ego es necesario y tiene varios beneficios, ya que es el responsable de la adaptación a las situaciones cambiantes y ayuda a la persona a tomar decisiones adecuadas. Es importante para mantener la autoestima y la autoconfianza, manteniendo al individuo motivado para buscar metas y lograr objetivos. Un ego saludable nos permite tener una autoestima equilibrada, reconociendo tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades. Además, el ego nos ayuda a establecer límites personales y a proteger nuestro bienestar emocional, permitiéndonos decir "no" cuando es necesario y defendiendo nuestros intereses y valores.

No obstante, el dominio excesivo del ego puede acarrear numerosos perjuicios. Un ego inflado puede conducir al narcisismo, donde una persona se considera superior a los demás, causando rupturas en relaciones personales y profesionales. La hipercompetitividad y la incapacidad para aceptar críticas constructivas son otros efectos negativos. Asimismo, un ego excesivo puede provocar una desconexión emocional, donde la empatía y la comprensión de las perspectivas ajenas se ven seriamente comprometidas.

Afortunadamente, existen diversas estrategias para mitigar el dominio del ego y fomentar una relación más armoniosa con nosotros mismos y con los demás. La práctica de la meditación y la atención plena puede ser particularmente útil, ya que nos ayuda a mantenernos presentes y a observar nuestros pensamientos sin juzgarlos. Asimismo, cultivar la aceptación, la humildad y la gratitud nos permite reconocer y valorar las contribuciones de los demás, disminuyendo la centralidad del "yo".

La autorreflexión continua también es una herramienta poderosa, permitiéndonos identificar y cuestionar nuestras creencias y comportamientos egocéntricos.

          En última instancia, el dominio del ego es una danza constante entre nuestra propia afirmación y nuestro deseo de transcendencia. Al aprender a equilibrar estos aspectos, podemos vivir una vida más enriquecida y en sintonía con nuestro entorno, convirtiendo al ego en un aliado en lugar de un tirano.

sábado, 4 de enero de 2025

A Dios rogando.....

 


Nunca he comprendido, del todo, la euforia que envuelve la Nochevieja. A pesar de haber participado en algunas de esas celebraciones, aunque la verdad es que no han sido muchas. Podría contar todas las veces con los dedos de las manos, y aún me sobrarían algunos.

Me he sumergido en la historia buscando el origen de una festividad tan arraigada en nuestras culturas. Mi investigación me llevó a la antigua Mesopotamia, donde se estima que la primera celebración de fin de año tuvo lugar alrededor del año 2000 a.C., coincidiendo con la primavera y las nuevas cosechas. Los mesopotámicos celebraban el Akitu, un festival que duraba doce días y marcaba el inicio de un nuevo ciclo agrícola.

Avanzando en el tiempo, llegamos a la antigua Roma. En el año 46 a.C., el emperador Julio César instauró el calendario juliano, fijando el 1 de enero como el primer día del año en honor a Jano, el dios de los comienzos y los umbrales. Las festividades incluían sacrificios y brindis con vino, buscando la protección de Jano.

Hoy en día, no celebramos el comienzo de un ciclo agrícola ni pedimos la protección de un dios. Nos limitamos a despedir un año y a dar la bienvenida al siguiente, con la esperanza de que sea mejor y de que se cumplan los deseos que hemos acumulado a lo largo de los años. Y me pregunto, ¿alguna vez se han cumplido todos esos deseos? ¿Por qué habrían de cumplirse este año? ¿Será porque 2025 marca un cuarto de siglo? ¿O quizás porque la suma de sus cifras da como resultado el número 9, que en numerología simboliza el final de un ciclo y la preparación para un nuevo comienzo?

          No, amigos. Lamento ser el portador de malas noticias, pero me temo que vuestros deseos no se van a cumplir por arte de magia. A menos que... a menos que trabajéis arduamente para que se hagan realidad, porque ellos no se materializarán por sí solos.

La vida no funciona de esa manera. No basta con pedirlo y esperar. Recordad el dicho: “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Además, hay una condición esencial de la que sois totalmente responsables, aunque puede que no seáis conscientes de ello en este momento: la materialización de ese deseo debe estar prevista en vuestro Plan de Vida. Este plan fue organizado por vuestra alma antes de encarnar en ese cuerpo que se va de fiesta en Nochevieja con la esperanza de un milagro navideño.

En fin, espero si habéis ido de fiesta que hayáis disfrutado y, a pesar de todo, espero que se cumplan todos vuestros deseos, (aunque sería bueno que trabajarais en ellos).

Feliz año nuevo.  


viernes, 3 de enero de 2025

Año nuevo, vida nueva

 


Viernes 3 de enero 2025

 

          Nunca se es demasiado viejo para marcarte un nuevo objetivo o para tener un nuevo sueño.

(Clive Staples Lewis, escritor y teólogo)

 

Durante los últimos 33 años, me he mirado al espejo

todas las mañanas y me he preguntado:

“Si hoy fuese el último día de mi vida,

¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?”.

Si la respuesta era “no” durante varios días seguidos, entonces sabía que tenía que cambiar algo.

(Steve Jobs, empresario).

 

Sé el cambio que quieres ver en el mundo.

(Mahatma Gandhi, político, filósofo y abogado).

 

Han transcurrido trescientos cincuenta y nueve días desde la última vez que el Babau se asomó a las páginas de su diario. A pesar de haber sido un año intenso, colmado de experiencias suficientes para llenar innumerables páginas, parece que la desgana y la desubicación se han apoderado de él, como él mismo afirma.

Por ello, he decidido tomar su lugar y convertirme en su amanuense. Pero no estoy aquí para simplemente transcribir sus palabras o recopilar su vida, sino para ser la mano ejecutora de sus avatares y plasmar en el papel cada fragmento de su existencia.

No parecía que hubiera cambiado mucho en su pensamiento y estado emocional desde la última vez que escribió. Hace un año, él mismo definía su estado como un vacío existencial, una falta de sentido, propósito e ilusión por la vida. Y sí, doy fe: sigue igual. Sin embargo, en estos primeros compases del año, que marca el cuarto de siglo, parece, en los tres días que llevamos del nuevo año, que algo empieza a cambiar en él. Todo fue debido a una serie de pensamientos que aparecieron en el momento de tomar las uvas con las campanadas que marcaban el tránsito entre el año que finaliza y el nuevo. En realidad, no fue un pensamiento, fueron doce pensamientos.

El Babau tenía la costumbre de pedir un deseo con cada una de las uvas que iba comiendo al compás de las campanadas, pero este año, en lugar de ir pidiendo deseos de manera atropellada mientras engullía las uvas, con la primera campanada apareció en su mente un pensamiento: Pedir un deseo es la tontería más grande del mundo. Es bueno tener un deseo, pero en lugar de pedirlo y dejarlo ahí, colgado en la nada, que es la mejor manera de que el deseo no se materialice, lo que se ha de hacer es trabajar para hacerlo realidad. Como decía Einstein: “No podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo”.

Con la segunda campanada, otro pensamiento apareció en su mente: Estás donde tienes que estar, haciendo lo que tienes que hacer. Y este pensamiento le trajo una calma inesperada. Comprendió que cada paso, cada decisión, había sido necesaria para llegar a este momento. No había errores, solo lecciones. Cada desafío enfrentado, cada lágrima derramada, todo formaba parte de un plan mayor que aún no podía comprender del todo.

La tercera campanada resonó y otro pensamiento se deslizó en su mente: El cambio comienza desde dentro. Si quería ver un cambio en su vida, primero debía cambiar su perspectiva. La manera en que veía el mundo era un reflejo de su estado interior.  

Con la cuarta campanada, vino la realización de que el tiempo es su aliado, no su enemigo. Cada día era una oportunidad para crecer, para aprender y para acercarse más a sus objetivos. No tenía sentido apresurarse o desesperarse, porque cada cosa tenía su momento perfecto para florecer.

La quinta campanada le recordó que las conexiones humanas son fundamentales. Sus relaciones con los demás eran un espejo de su relación consigo mismo. Debía nutrir sus vínculos, ser más compasivo y abierto a las experiencias compartidas.

Al sonar la sexta campanada, comprendió que la gratitud transforma la vida. Agradecer por lo que tenía, por las personas a su alrededor y por las experiencias vividas, le daba una nueva perspectiva. La gratitud le llenaba de energía positiva y renovaba su esperanza.

Con la séptima campanada, se dio cuenta de que el perdón libera. Perdonarse a sí mismo por sus errores y perdonar a los demás le daba una sensación de libertad que nunca había experimentado. El rencor solo envenenaba su alma.

La octava campanada trajo consigo el pensamiento de que la pasión es el motor de la vida. Encontrar aquello que le apasionaba y dedicarle tiempo y esfuerzo era esencial para sentir que su vida tenía propósito y significado, a pesar de los años.

Al llegar la novena campanada, entendió que la autenticidad es poderosa. Ser fiel a sí mismo, sin máscaras ni pretensiones, le permitía vivir de manera más plena y en armonía con sus verdaderos deseos y valores.

Con la décima campanada, le llegó la convicción de que cada fracaso es una oportunidad. Los tropiezos y caídas eran parte del camino hacia el éxito. Cada error era una lección valiosa que le acercaba más a sus objetivos.

La undécima campanada le trajo la claridad de que la paciencia es una virtud. No todo llegaría en el momento que él deseara, pero confiar en el proceso y mantener la calma era fundamental para no desfallecer.

            Y finalmente, con la duodécima campanada, comprendió que él era el arquitecto de su propio destino. Cada pensamiento, cada acción, moldeaba su futuro. Tenía el poder de cambiar su vida, de construir un camino lleno de sentido y propósito. Solo necesitaba creer en sí mismo y dar cada paso con determinación.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Lo que veo. Lo que soy

 




          Es sorprendente la imagen que refleja el espejo cuando me asomo a ese guardián silencioso de la realidad. Me parece increíble que ese señor mayor, casi tirando a viejo, que aparece, con cara de asombro, como no creyendo en la imagen reflejada, sea yo

          Es que si no fuera por esos momentos en los que me acerco a ese chismoso a verificar donde están los cuatro pelos que aún se mantienen en mi cabeza, para colocarlos debidamente, o cuando necesito de su opinión para afeitarme y no llevarme un trozo de labio por delante con la cuchilla de afeitar, no siento, en absoluto, que ese aprendiz de anciano, sea yo.

          Yo no me siento así. Cuando estoy conmigo mismo, sin intermediarios, como lo es el espejo, no me siento de ninguna manera. Ni niño, ni joven, ni maduro, ni viejo. Me siento sin edad, me siento eterno, me siento infinito, me siento inmortal. Y es, sin embargo, cuando más vivo me siento.

          Me gusta pensar que, en esos momentos, que son muchísimos, en los que estoy solo conmigo, me encuentro viviendo en el alma más que en el cuerpo, porque no soy consciente de arrugas, de canas o de dolorcitos en el cuerpo. Es cuando me siento, completamente, yo.   

          Es en esos instantes de introspección cuando me doy cuenta de que el espejo no puede capturar la verdadera esencia de lo que soy. Mi ser interior, mi yo eterno, trasciende la imagen reflejada. Mi espíritu no está limitado por los confines del tiempo ni por las marcas que deja el paso de los años. En esos momentos, conecto con una fuerza vital que va más allá de lo físico, que me llena de un sentido profundo de paz y de propósito.

Quizás sea este sentimiento de eternidad el que me permite afrontar cada día con una sonrisa, sin importar las adversidades que puedan surgir. Tal vez sea esta conexión con mi ser inmortal la que me da la fortaleza para seguir adelante, para vivir plenamente cada momento, consciente de que lo que realmente importa no es la apariencia, sino la esencia.

Así, cada vez que me miro al espejo y veo a ese hombre mayor, no puedo evitar sentir una mezcla de asombro y de alegría. Porque, aunque el espejo me muestra una imagen de envejecimiento, en mi interior, me siento joven, vibrante, lleno de vida y de amor por todo lo que me rodea. Y en ese contraste entre lo que veo y lo que siento, encuentro una belleza inigualable, una verdad profunda que me recuerda que la vida es mucho más que lo que nuestros ojos pueden percibir.


domingo, 24 de noviembre de 2024

El Principio de la Sabiduría Profunda

 


El Principio de la sabiduría profunda dice: “Aquello que no tiene origen es el origen de todo lo creado y se encuentra presente y es inseparable en todo lo originado”. Por si alguien no lo ha notado, estamos hablando de Dios.

Este principio es un concepto que se relaciona con la búsqueda de conocimiento y comprensión más allá de lo superficial. A menudo, se asocia con la idea de que la verdadera sabiduría proviene de la reflexión, la introspección y la conexión con aspectos más profundos de la existencia.

En lugar de simplemente aceptar las cosas tal como son, la sabiduría profunda nos invita a cuestionar, explorar y buscar una comprensión más completa del mundo y de nosotros mismos. Es un camino que requiere paciencia, humildad y una mente abierta. Como dijo Sócrates: "Solo sé que no sé nada".

El Principio de la sabiduría profunda sugiere que existe una verdad fundamental y universal que subyace a todas las religiones, filosofías y tradiciones espirituales. Según este principio, a pesar de las diferencias superficiales entre las diversas enseñanzas y prácticas espirituales, todas apuntan hacia una comprensión básica de la naturaleza, de la realidad y del ser humano. Este concepto destaca la unidad oculta de todas las tradiciones espirituales y sugiere que la sabiduría fundamental puede ser encontrada y comprendida por cualquier persona, independientemente de su trasfondo cultural o religioso.

De acuerdo con este principio, en nosotros, los seres humanos, está aquello que no tiene origen. Es decir, la divinidad se encuentra en nuestro interior.


Troglodita

 

 

-    Hoy has conseguido que haya vuelto a perder la paciencia.

-    Cada día parece que encuentras una nueva manera de sacarme de quicio, como si estuvieras buscando, activamente, todas las formas posibles de irritarme.

-    Te había dicho bien claro que teníamos que salir a las 5, pero no, hasta las 5:20 no hemos salido por no sé muy bien que razón, porque excusas nunca te faltan. Y ayer, también me sacaste de quicio porque sabes, desde siempre, que no me gusta la comida muy caliente y me la pusiste ardiendo. Y anteayer porque estaba leyendo y tuve que dejarlo para bajar a recoger un paquete que tú habías pedido. Y así cada día.

-      Mantener la calma contigo se ha vuelto un desafío constante. Parece que tus acciones están diseñadas específicamente para provocarme, y lo siento, pero así es como lo veo.

Pero…, ¿es, realmente, así?     

          ¿Qué pasaría si en lugar de imponer un horario para salir, preguntaras si la hora es conveniente para la otra persona, sobre todo considerando que la salida era para dar un paseo?

          ¿Qué pasaría si ante el plato de comida caliente, esperaras a que se enfriara o soplaras un poquito?

          Es más fácil culpar a otros por nuestras frustraciones y decepciones que asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones y reacciones.

Las miserias con las que convivimos hacen que están salgan a la luz ante todo aquello que en nuestro interior parece contrario a nuestros más íntimos deseos.

Y lo más triste es que no somos conscientes de donde nace la frustración, la decepción, el desencanto, que hace que lleguemos a explotar, sacando sapos de nuestra boca como sale la lava por el cráter en un volcán en erupción.

Todo eso es señal inequívoca de un carácter débil, de vivir la vida desde la dualidad, de tener un escaso conocimiento de uno mismo, de temer salir de la zona de confort o carecer de autocontrol, entre otras muchas sombras con las que podemos llegar a convivir.

La primera pregunta que habría que hacerse es: ¿Por qué reacciono siempre como un energúmeno ante ciertas situaciones? Y, la segunda: ¿Cómo podría mejorar mi respuesta la próxima vez que se presente un conflicto?

Fortalecer el carácter es un proceso continuo que requiere práctica y dedicación. Sin embargo, el primer paso para que eso ocurra es tener claro que se necesita un cambio para dejar de ser un troglodita y, a partir de ahí, buscar información. Seguro que encuentras miles de páginas que te van a dar consejos sobre cómo conseguirlo.


El perdón de Dios

 


Paseando por la ciudad, nos dimos de bruces con la catedral. Surgió de repente, majestuosa y solemne, en medio del bullicio urbano. Sus torres se alzaban desafiando al cielo, como si quisieran rozar las nubes con sus pináculos góticos. La fachada, una sinfonía de piedra tallada, estaba adornada con estatuas de santos y querubines que parecían cobrar vida bajo la luz del atardecer.

La catedral, construida en el siglo XII, es un testimonio del ingenio y la devoción de generaciones de artesanos y fieles. Sus muros de piedra caliza fueron erigidos con esfuerzo titánico, cada bloque colocado con una precisión casi divina. Los vitrales, intrincadamente coloreados, proyectaban un caleidoscopio de luz al interior, bañando las paredes y los bancos en un resplandor casi místico.

El campanario, con su robusta estructura, albergaba campanas cuyo tañido resonaba a kilómetros de distancia, marcando el paso del tiempo y llamando a los fieles a la oración. En el interior, el aroma a incienso y cera derretida llenaba el aire, mientras que el eco de los pasos reverberaba por las bóvedas y los arcos, creando una atmósfera de reverencia y recogimiento.

Cada rincón de la catedral contaba una historia de fe y perseverancia. Desde los capiteles de las columnas, esculpidos con escenas bíblicas, hasta el altar mayor, donde el oro y la plata relucían bajo la luz de los candelabros, todo hablaba de un pasado glorioso y una dedicación inquebrantable. Así, en medio de la ciudad moderna, la catedral se erguía como un faro de espiritualidad y arte, un lugar donde lo divino y lo terrenal se entrelazaban en perfecta armonía.

Era la hora de la misa y en el altar mayor, un sacerdote, bastante entrado en años, dirigía el oficio, de manera rutinaria. Eran tantas las misas que debía de haber oficiado que no necesitaba leer, todo lo sabía de memoria y lo recitaba como un papagayo repite sus palabras recién aprendidas.

En el púlpito, otro sacerdote daba instrucciones a los pocos fieles que seguían la misa, casi todos tan entrados en años como el oficiante. Fue este sacerdote desde el púlpito quien comenzó la homilía, mientras el oficiante se sentaba como un espectador más para escuchar a su compañero.

"Tienen que pedir perdón a Dios por sus pecados", fue el inicio de una plática que parecía tomar un rumbo demasiado siniestro. Mi hijo, de 10 años, que me acompañaba, me preguntó de inmediato:

—Papá, ¿Dios nos perdona siempre?

—Dios no necesita perdonar, hijo mío —le contesté a mi hijo, como si siguiéramos una conversación que solíamos tener con frecuencia—, porque ya te he dicho en muchas ocasiones que no se ofende nunca, y donde no hay ofensa no es necesario el perdón.

—Y entonces —siguió mi hijo, poniendo cara de extrañeza—, ¿por qué este señor habla de ofensa, de pecado, de infierno y de perdón?

¡Qué difícil me lo estaba poniendo! ¿Cómo le explicaba que todas las religiones eran una asociación de personas con las mismas creencias, que enseñan verdades parciales e interesadas, estando muy alejadas de la Verdad, que solo está en posesión de Dios?

—Pero tenía que intentarlo: Las religiones son, en esencia, intentos humanos de entender a Dios, de dar sentido a lo que está más allá de algo que no podemos entender, porque no lo vemos. A través de ritos, como esta misa, y de enseñanzas, buscan guiar a las personas hacia una vida más espiritual y moral, básicamente, enseñan a actuar con bondad. Sin embargo, estas enseñanzas, a menudo, reflejan interpretaciones humanas de lo divino, influenciadas por las culturas y contextos en los que se desarrollan.

>> El concepto de pecado y perdón es una de esas interpretaciones. Se basa en la idea de que los seres humanos, en su imperfección, a veces actúan de maneras que se consideran contrarias a la voluntad de Dios. La necesidad de pedir perdón surge de la idea de reconciliación, de volver a alinear nuestras acciones y pensamientos con lo que se percibe como divino y correcto.

>>No obstante, algunas personas, como nosotros, creen que Dios, en su infinita sabiduría y amor, no tiene necesidad de perdonar porque nunca se siente ofendido. Según esta creencia, el perdón es más una necesidad humana que divina. Es un proceso de sanación personal. Algo para sentirnos bien con nosotros mismos. Enseñar sobre el pecado y el perdón puede ser una manera de ayudar a las personas a reflexionar sobre sus acciones y motivarlas a mejorar, aunque a veces pueda parecer que nos hacen culpables y nos hace sentirnos mal.

>>No hay que seguir los pasos de una religión.

>> La verdadera espiritualidad, es una búsqueda personal y continua de entender y vivir según lo que uno percibe como divino. En este camino, es crucial cuestionar, aprender y crecer, reconociendo que la Verdad, en su forma más pura, es algo que tal vez nunca comprendamos completamente, pero hacia lo cual siempre nos esforzamos por acercarnos.

No creo que me haya entendido, aunque espero vivir lo suficiente para ir explicándole, cuando la ocasión lo permita, que Dios es Amor y que eso es la misión de nosotros, los seres humanos, en la vida: amar como Él nos ama.


Verdad absoluta, verdades relativas

 




Seguro que ya conoces esta historia, pero, como es corta, permíteme recordártela para centrar el tema de la verdad: Érase una vez seis sabios hombres que vivían en una pequeña aldea.

Los seis eran ciegos. Un día, alguien llevó un elefante a la aldea. Ante tamaña situación, los seis hombres buscaron la manera de saber cómo era un elefante, ya que no lo podían ver.

– Ya lo sé -dijo uno de ellos-. ¡Palpémoslo!

– Buena idea -dijeron los demás-. Así sabremos cómo es un elefante.

Dicho y hecho. El primero palpó una de las grandes orejas del elefante. La tocaba lentamente hacia delante y hacia atrás.

– El elefante es como un gran abanico -dijo el primer sabio.

El segundo, tanteando las patas del elefante, exclamó: “¡es como un árbol!”.

– Ambos estáis equivocados -dijo el tercer sabio y, tras examinar la cola del elefante exclamó-. ¡El elefante es como una soga!

Justamente entonces, el cuarto sabio que estaba palpando los colmillos bramó: ¡el elefante es como una lanza!

– ¡No!, ¡no! -gritó el quinto-. Es como un alto muro (el quinto sabio había estado palpando el costado del elefante).

El sexto sabio esperó hasta el final y, teniendo cogida con la mano la trompa del elefante dijo: “estáis todos equivocados, el elefante es como una serpiente”.

– No, no. Como una soga.

– Serpiente.

– Un muro.

– Estáis equivocados.

– Estoy en lo cierto.

– ¡Que no!

Los seis hombres se ensalzaron en una interminable discusión durante horas, sin ponerse de acuerdo sobre cómo era el elefante.

 

Para defender las diferentes creencias

se dictan leyes, se aprueban constituciones,

se abren infiernos y se cierran conciencias.

Cuando todo lo que hay que hacer es

abrir el corazón y colocarse en el lugar del otro.

 

Una creencia solo es un pensamiento al que consideramos como verdad.

          Desde bien pequeños comenzamos nuestra colección de creencias, y las vamos archivando en nuestro interior para tenerlas disponibles durante el resto de nuestra vida.

         Estamos coleccionando algo que nosotros consideramos que es verdad, pero que su verosimilitud no ha sido certificada por ningún organismo competente, y en base a esa consideración podemos llegar incluso a matar por la defensa de ese pensamiento.

         Las creencias, del tipo que sean, solo son un pensamiento. Ninguna es verdad, porque la auténtica verdad solo es una y, ninguno de los que nos movemos por la vida física estamos en posesión de esa Verdad. Puede ser que alguno posea entre su colección de creencias una minúscula parte de la Verdad, pero al mezclarse con el resto de sus creencias puede distorsionarse hasta esa minúscula parte.

        Desgraciadamente, para defender las diferentes creencias se dictan leyes, se aprueban constituciones, se abren infiernos y se cierran conciencias, cuando todo lo que habría que hacer sería abrir el corazón y colocarse en el lugar del otro.

        Los que hoy promueven una guerra, es posible que en su próxima vida tengan que defender una paz. Los que hoy maltratan movidos por los celos, es posible que en su próxima vida sean maltratados. Los que hoy venden desunión, es posible que en su próxima vida tengan que pagar un alto precio para volver a unir. Es necesario recordar que existe una ley denominada “La Ley de la Causa y el Efecto”, que no entiende de creencias, que está regida solo y exclusivamente por la Verdad, y que la frase “Con la vara que mides te medirán”, la define perfectamente.

         Solo hay un Dios: Único para todos. Solo hay una Verdad: Todos somos hermanos. Solo hay un país: La Tierra. Solo hay una religión: El Amor. Con esta pequeñísima porción de Verdad se acabarían las guerras, el sufrimiento, la desigualdad y el dolor. Con esta pequeñísima porción de Verdad no ocuparíamos espacio en nuestra mente para archivar creencias inútiles y maquinar movidos por ellas, y así podríamos usar el espacio vacío para desarrollar esta parte de Verdad a ver si así conseguíamos ampliarla entre todos.

Si la Verdad solo es una y está en poder de la Divinidad, los miles o millones de verdades que nos venden es claro que no llegan a ser ni una minúscula parte de la verdad.

Y si esto pasa con la Verdad Absoluta, ¿qué no pasará con las relativas verdades de los hombres? Cada ser humano está en posesión de “su verdad” y, para él, esa verdad es única, es real, es auténtica, y podría llegar a matar para defenderla.

Ante esto, es obvio que no todos vemos la misma realidad, y si a esa realidad la recubrimos con las verdades personales, pasándola por el filtro de nuestros valores, nuestras creencias, nuestros intereses y nuestros recuerdos, lo que nos queda es una visión bastante sesgada de la realidad de los otros. Quedarse anclado en la propia perspectiva contribuye a limitar, todavía más, “la verdad del otro”, ya que ni se ve, ni se entiende esa verdad, puesto que lo que se ve es la interpretación de la verdad.

Esto da lugar a malentendidos, discusiones, enfados, desencuentros, errores de interpretación, equivocaciones, disgustos e indignación.

Las cosas no siempre son lo que parecen. En la vida hay situaciones que simplemente suceden, sin que nosotros tengamos absolutamente ningún control sobre ellas, y la única opción que existe cuando esto ocurre es aceptarlas.

Muchas de las situaciones a las que nos enfrentamos, por lo general, no las podemos elegir, pero lo que si podemos escoger en todo momento es cómo respondemos ante ellas, y esta respuesta va a estar condicionada, en gran medida, por la perspectiva desde la que observamos las mismas. Ya que no podemos cambiar la situación, lo que nos queda es modificar la perspectiva hacia la misma por otras que nos permitan enfrentarla de manera más efectiva y menos traumática.

Cuando ampliamos nuestras perspectivas, automáticamente ampliamos nuestra capacidad de acción, ya que esto nos permite elegir alternativas que antes, a pesar de estar disponibles, no éramos capaces de observar.

Para una misma situación pueden existir multitud de perspectivas, las cuales, por si mismas, no son correctas o incorrectas, de hecho, no es adecuado clasificarlas de este modo, la distinción verdaderamente importante que hay que realizar es si el punto de vista actual que tenemos sobre una situación trabaja a nuestro favor o en nuestra contra. Cualquier perspectiva que ayude a crecer, a desarrollarse, a superar retos y alcanzar metas será una buena perspectiva y cualquiera que incapacite o limite será una mala perspectiva que debe de ser cambiada.

Por lo tanto, podemos cambiar el color del cristal, aunque si lo hacemos corremos el riesgo de escorarnos hacia otro lado. Mejor sería ponernos unas gafas multicolores, unas gafas con los suficientes colores que nos permitan:

Ponerse en el lado del otro.

No dar importancia a las cosas que carecen de ella.

Aceptar todas las situaciones.

Tolerar todo lo que se presente.

Sentir como propio el hacer ajeno

No opinar, no juzgar, no criticar.

Aceptar razones que no conocemos.

Sentir que todo es relativo.

Mirar con los ojos del alma.

Saber que todo está bien.


martes, 22 de octubre de 2024

Atalaya

 


La vida que contemplo ahora, cargado de tiempo, desde mi particular atalaya, es una obra, “casi”, completa en la que alcanzo a tener una vista panorámica de caminos recorridos y de paisajes vividos.

Digo “casi” completa porque hasta el último suspiro no se habrá completado la magna obra de mi vida. Hasta entonces, esto que parece ser un tiempo de reflexión y sabiduría, donde cada arruga podría contar una historia y cada cana es un testimonio de fortaleza, solo es un punto y seguido en el intrincado camino que estoy recorriendo desde hace muchos, muchos años.

          Me cuesta trabajo recordar el vasto horizonte lleno de promesas y posibilidades de aquel joven de 20 años, en el que cada amanecer era como una hoja en blanco en la que con un lápiz en la mano estaba listo para ir diseñando mi destino. Todo era lejano, casi inalcanzable, pero lleno de sueños que rebosaban dormido y, sobre todo, despierto.

          Aunque, también, tengo el recuerdo borroso, la perspectiva que tenía ante mi en el hombre de 40 años, era la de una vida que se asemejaba más a un jardín en plena floración, donde algunas plantas habían crecido con fuerza, otras habían necesitado poda, y algunas semillas aún esperaban germinar. Las experiencias habían ido dejando marca, y la visión parecía más pragmática y enfocada. Con un equilibrio entre las ambiciones y las realidades, y habiendo aprendido valiosas lecciones de los errores del pasado, aunque, ahora, dudo que esas lecciones hayan sido puestas en práctica.

          Y aquí estoy, como decía al principio, cargado de tiempo, apreciando, como un gran tesoro, cada minuto de silencio y soledad. No me atrevo a sentenciar que lo entiendo todo de la vida, por eso digo que “entendiendo casi todo”: las pequeñas locuras de los jóvenes para ser foco de atención del sexo contrario, las miserias del poder en el que las personas en posiciones de autoridad actúan de manera egoísta y sin empatía, las obsesiones de algunos, las irritabilidades de otros, puedo ignorarlo, sin juzgarlo, porque, me parece, no estoy muy seguro, que alguna vez pasé por esas mismas estaciones.

          A estas alturas puedo asegurar que me queda poco tiempo, pero, aun así, por poco que sea, me sigue pareciendo mucho. Pero, todo está bien.