El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




domingo, 5 de enero de 2025

CUENTO: La dictadura del ego.

 


CUENTO: La Dictadura del Ego

 

En el silencio de la noche, mientras las luces de la ciudad titilaban como estrellas artificiales, Antay reflexionaba sobre su vida. Había construido un imperio: casas, autos de lujo, viajes y un número incalculable de admiradores virtuales. Pero en el fondo, sentía un vacío que no podía llenar. Cada conquista, cada elogio y cada éxito eran como un sorbo de agua salada: en lugar de calmar su sed, lo dejaban más sediento.

—El ego es un tirano—le había dicho una vez su abuelo, un hombre de manos callosas y palabras sabias.

Antay no lo había entendido en aquel momento. Para él, el ego era el motor de la grandeza, el impulso que lo había llevado a alcanzar el éxito. Pero esa noche, bajo la luna que parecía observarlo con compasión, esas palabras cobraron un sentido perturbador. Había dedicado su existencia a alimentar a un amo insaciable, un tirano invisible que siempre exigía más.

Recordó cómo había perdido a su mejor amigo por una discusión absurda, cómo había dejado de llamar a su madre porque sentía que no entendía su "gran visión", y cómo había ignorado las lágrimas de María, la mujer que había jurado amar. Todo en nombre de su ego, ese dictador que siempre le prometía una felicidad que nunca llegaba.

Se levantó del sofá y caminó hacia el ventanal. La ciudad dormía, pero su mente estaba más despierta que nunca. ¿Cómo había llegado a esto? Se había transformado en un prisionero de sus propios deseos, esclavo de una ilusoria necesidad de validación. Sus logros, que antaño había celebrado con orgullo, ahora le parecían monumentos vacíos.

De pronto, algo en su interior se rebeló. Una chispa de conciencia iluminó la oscuridad. Antay comprendió que, si el ego era un dictador, también podía ser derrocado. No sería fácil; ese tirano había construido sus muros con ladrillos de miedo y cemento de orgullo. Pero si algo había aprendido de su vida era que todo imperio, por más poderoso que parezca, puede caer.

Decidió comenzar con un pequeño gesto: tomó su teléfono y marcó el número de su madre. La voz al otro lado, sonó cargada de sorpresa y alegría, fue el primer rayo de luz en su camino hacia la libertad.

Esa noche, Antay hizo un pacto consigo mismo: cada día daría un paso hacia la reconquista de su humanidad. Sabía que el camino sería largo y estaría lleno de tropiezos, pero también comprendía que no estaba solo. En el fondo de su corazón, donde el ego no podía llegar, habitaba una voz más sabia y más amable, esperando ser escuchada.

La dictadura del ego no se desmorona con una sola batalla, pero Antay había dado el primer golpe. Y en ese gesto, por más sencillo que pareciera, yacía el germen de una verdadera revolución.


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