Los seres
humanos somos capaces de recordar hasta la extenuación los momentos dolorosos
de nuestras vidas. Los recordamos, los sufrimos y lloramos con su recuerdo, los
contamos, unas veces nos corroe la rabia, otras la ira, hablamos de nuestro
dolor sin venir a cuento, nos lamentamos, siendo incluso incapaces de sentir el
dolor ajeno, porque “no es nada comparado con lo que me ha pasado a mí”.
Sin embargo, somos incapaces de
recordar con parecida intensidad los momentos felices. Hasta diría que estos
pasan por nuestra vida sin pena ni gloria. Después de unos momentos de euforia,
caen en el olvido, hasta el extremo de que, si nos piden que recordemos algún
acontecimiento feliz de nuestra vida, podemos quedar dubitativos, tratando de
descubrir alguno de esos momentos.
De la
misma manera nos comportamos ante la enfermedad, nos podemos pasar el día
lamentándonos, sintiendo nuestro dolor, explicando a todo aquel que se cruza
con nosotros lo mal que nos encontramos, lo infelices que nos sentimos, la mala
suerte que parece haberse aliado con nosotros, y un sinfín de desgracias más.
Pero cuando estamos sanos, no explicamos a todas las personas con las que nos
encontramos, que estamos sanos, que nos sentimos bien, que vaya suerte la
nuestra, que nos encontramos felices por la buena salud. ¿Por qué será?
¿Quiere
decir esto que hay muchos más momentos de dolor que momentos felices en las
vidas de las personas? No es así. Normalmente pasamos más tiempos neutros, sin
episodios excepcionales ni de felicidad, ni de dolor, de la misma manera que
pasamos más tiempo de nuestra vida, sanos que enfermos. Y llamo momentos
neutros a momentos que, en realidad, los deberíamos calificar como
excepcionales, como son el amanecer de cada día, ver una salida o una puesta de
sol, sentir el canto de los pájaros, el olor de la tierra después de la lluvia,
escuchar la risa inocente de los niños, sentir el abrazo de los que nos
quieren, tener hambre y poder comer, y un sinfín de cosas más.
Podemos
llorar años la desaparición de un ser querido, pero no festejamos años el
nacimiento de otro ser querido. Podemos lamentarnos mucho tiempo por la pérdida
de un trabajo, pero no nos alegramos el mismo tiempo cuando lo encontramos y
nos contratan. Podría seguir poniendo infinidad de ejemplos, pero no merece la
pena, seguro que cada uno de vosotros puede pensar en su ejemplo favorito.
Sabemos,
al menos, todos los que nos asomamos a esta ventana, que energías iguales se
atraen, sabemos que somos lo que pensamos, sabemos que el Universo nos regala
aquello que permanece en nuestra mente con una cierta intensidad. Pero, es
igual, somos incapaces de cambiar nuestro pensamiento, somos incapaces de
mantener los sucesos buenos en nuestra mente durante más tiempo que los malos,
somos incapaces de ser felices. ¿Será que nos gusta el sufrimiento?, ¿Será que
no terminamos de creernos que somos energía?, ¿Será que, a pesar de todo,
nuestro conocimiento, somos incapaces de dominar a la mente?, ¿Será que
practicamos poco la mucha teoría que atesoramos?, ¿Será que no habremos
integrado en nosotros nuestra divinidad?, ¿Qué será?