Tenía una idea, pero
no puede expresarla en un solo día. Fueron 3 los días que tardé en expresar la
idea y al final, la idea se desvirtuó y salió este popurrí.
Una creencia es una
actitud mental que consiste en aceptar una idea o una teoría, considerándola
verdadera, sin tener el conocimiento o las evidencias de que sea o pueda ser
cierto.
Los seres humanos
tenemos en nuestro baúl de almacenaje mental una gran cantidad de actitudes
mentales de este tipo. Con ellas intentamos complacer nuestras necesidades, a
través de algún tipo de explicación más o menos verosímil.
Las creencias pueden
cambiar y evolucionar, pueden desaparecer y generarse nuevas creencias. Hay que
tener en cuenta que solo son un pensamiento y, ya conocemos la volatilidad del
pensamiento.
He hecho un repaso de
mis creencias, (son un montón), para reflexionar sobre ellas, para actualizar
las que están desactualizadas, para modificar las que han ido evolucionando con
el tiempo y para borrar de un plumazo aquellas que son inservibles y,
completamente inútiles.
Y voy a comenzar con
la que tenía que ser la última: La muerte. El pensamiento de que las creencias
sobre la muerte tendrían que aparecer en último lugar solo es porque llega a
nosotros como desenlace de la vida. Es como la bajada del telón en una obra de
teatro.
A fin de cuentas, la
vida es como una obra de teatro.
Se abre o se levanta
el telón en el nacimiento. Alguien podría pensar, creencia), que el neonato
llega a la vida sin participación alguna por su parte. Tremendo error, (otra
creencia), el bebé llega a la vida en el momento preciso, (día y hora), en el
que él establece, en el lugar que él ha decidido, con la forma física necesaria
para llevar a cabo el trabajo organizado por él y con los padres consensuados,
que suelen ser almas que están encarnando con ese bebé en el 99% de sus vidas,
en diferentes papeles.
Cuando llegamos a la
vida lo hacemos con el libreto, marcado a fuego, en el alma, en el que aparece
reflejado el trabajo, escrupulosamente, planeado, para llevar a buen puerto, cada
una de las actividades con las que se va encontrando el actor en cada una de
las diferentes escenas que completan los diferentes actos de la obra de su
vida.
El alma conoce el
guion de la vida, pero quien tiene que controlar y gobernar la vida, que es el
ego, no solo tiene un total desconocimiento del guion, sino que ni tan siquiera
conoce que tal guion exista.
El ego es una especie de identidad personal
que construimos a partir de nuestras enseñanzas, creencias, experiencias,
deseos y necesidades. El ego es esa parte de nosotros que dice “yo soy”, “yo
quiero”, “yo pienso”.
El ego es como un caballo salvaje que
campa a sus anchas por nuestra propia vida eligiendo los acontecimientos para
involucrar a su dueño sin tener en cuenta el plan de vida del alma, porque lo
desconoce. Ni que decir tiene que el plan establecido por el alma, no se va a
cumplir en su totalidad y, suerte tendrá si que cumple, al menos, en una parte.
Y al finalizar la obra,
tan contradictoria, de su vida, se cierra el telón, es decir, aparece la
muerte. En ese momento finaliza el plan que había establecido el alma para la
vida que acaba de finalizar. Habrá que esperar a otra oportunidad, (una nueva
vida), para retomar el trabajo.
El ser humano, durante
todo el tiempo de vida, de esa vida, de la que desconoce que tiene un plan
establecido, en el que aparece un trabajo a realizar y un conocimiento que
adquirir, lucha con todas sus fuerzas para conseguir algo que casi nunca
consigue: la felicidad.
Es triste. El ser
humano no solo no consigue completar el plan establecido por el alma, sino que,
ni tan siquiera consigue llevar a buen puerto el plan terrenal que el ego se ha
marcado como objetivo.
Lo que el ego no sabe
es que tiene al alcance de la mano la consecución de cualquier objetivo
emocional que se proponga, siempre y cuando sea capaz de reconocer y aceptar
sus propias limitaciones, necesidades y deseos, siempre y cuando sea capaz de
trascender su propia ilusión y de conectarse con su verdadera esencia, que es
conciencia sin forma, paz y amor.
Y para que eso ocurra,
el ego solo tiene que activar una nueva función en su mente: Aceptar.
La aceptación es una
actitud que consiste en reconocer y asumir una situación, un pensamiento, una
emoción o un aspecto de uno mismo o del mundo, sin intentar cambiarlo o evitarlo.
La aceptación puede ayudarnos a afrontar mejor los problemas, a aprender de
nuestras experiencias y a encontrar una mayor paz interior. La
aceptación no significa resignarse o conformarse con lo que nos ocurre, sino
asumir la realidad y buscar soluciones o alternativas.
Esa actitud de aceptar
que nos ayuda a encontrar paz interior es la antesala de la felicidad. Así el
objetivo principal del ego estará cumplido.
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