Señor, concédeme
la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
valor para
cambiar las que sí puedo y
sabiduría para
discernir la diferencia.
(San Francisco
de Asís)
Existen tantas maneras de vivir la vida física como seres humanos viviéndola, pero si hablamos de las sensaciones que llegan a sentir los ocho mil millones de vividores que pueblan el planeta, como consecuencia de cada una de las interacciones con el mundo, el número se reduce drásticamente. Podemos nombrar algunas: felicidad, alegría, satisfacción, bienestar, tristeza, miedo, sufrimiento, vergüenza, ira, asombro, amor, gratitud, esperanza, culpa.
Por supuesto, son
muchas menos que ocho mil millones, pero se podrían agrupar aún más, hasta
dejarlas reducidas a la mínima expresión:
- Regodearse con el sufrimiento que van
generando los acontecimientos del momento.
- Alternar el sufrimiento con alguna de
las técnicas leídas, aprendidas o escuchadas, para cambiar el devenir de tus
miserias.
-
Aceptar.
La primera opción, la
de regodearse con el sufrimiento es la más fácil, porque es un hábito arraigado
en nosotros desde nuestra más tierna infancia. Solamente hay que observar cómo
se desenvuelve el ser humano en sociedad, solo hay que observar cuáles son sus
conversaciones, cuáles son sus comentarios y cuáles sus carencias, para
determinar, sin temor a equivocarnos, que el ser humano es adicto al
sufrimiento, adicto al dolor, adicto a la pena, a la tristeza y al miedo, de la
misma manera que se puede ser adicto a las drogas, a la nicotina, a la comida o
al alcohol.
Y de la misma manera que para
liberarse de la opresión de las adicciones físicas se ha de hacer un
sobreesfuerzo y, puede que, incluso internarse en una clínica de
desintoxicación, para liberarse de las adicciones emocionales se ha de
realizar, también, un ejercicio de voluntad intenso, se ha de realizar un
ejercicio de aceptación de la realidad de la vida, se ha de tener el
convencimiento de que solamente con el dolor es imposible, no solo ser feliz,
sino que es imposible hacer felices a los demás. Se ha de cambiar la creencia
de que la felicidad es algo que nos llega del exterior como un regalo, sino que
es un estado interior al que se llega por propia voluntad, sin tener en cuenta
“el qué dirán”, sin esperar nada de nadie.
No podemos liberarnos del
sufrimiento por el mero hecho de pensar: “Desde mañana no voy a sufrir y voy a
ser feliz”, porque el hábito de sufrir, es una enseñanza tan arraigada en
nosotros, que deshacerse de ella es casi como ser infiel al amor de nuestros
progenitores, que son, los que con su ejemplo, ¡nefasto ejemplo de sufrimiento!,
nos han inculcado que es, no solo normal, sino casi un deber, sufrir con el
padecimiento de los demás, y sobre todo con el padecimiento de los que nos
quieren.
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