Capítulo XII. Parte 4. Novela "Ocurrió en Lima"
Era tal
el estado de nervios en el que me encontraba que no fui consciente de haber
caminado para llegar a casa, pero estaba claro que lo había hecho porque me
encontraba sentado en el sofá de casa. Estaba aterrado ante la idea de
fracasar. No recuerdo haber tenido tanto miedo en toda mi vida.
Mi
pensamiento se había convertido en un ente siniestro que me iba haciendo
preguntas, cada una más truculenta que la anterior: ¿Seguro que estás preparado
para realizar ese trabajo?, ¿qué pasa si aceptas y fracasas?, vas a perder la
tranquilidad con la que vives ahora.
Esto
era igual que con las relaciones, que para no sufrir mejor no involucrarme
emocionalmente, pues para no fracasar en el trabajo mejor no aceptar la oferta.
Si ahora como trabajador independiente podía ganarme la vida, ¿para qué quería
más?
Llevaba
horas tirado en el sofá de casa inmerso en una batalla incruenta con mi
pensamiento. Estaba emocional y mentalmente agotado. Era consciente de la
fuerza que el pensamiento estaba ejerciendo sobre mí, presentando todo tipo de
escenas dramáticas, cada una más truculenta que la anterior y, lo más triste,
no es que me dejara llevar por ellas, sino que me daba perfecta cuenta del
infierno mental y del estado tan lamentable en el que me encontraba.
“¡Basta!,
¡no puedo seguir así!, ¡tengo que hacer algo!”, me grité a mí mismo.
Acostado,
como estaba en el sofá, comencé a cantar el himno a Gurú Ram Das, que era un mantra que había aprendido en mis
escasas incursiones en páginas de espiritualidad.
Cantaba rápido
y con rabia para evitar que la mente tuviera un solo resquicio por el que
deslizar, de manera sibilina, ningún pensamiento.
No habrían
pasado ni diez minutos cuando sonó el timbre de la entrada. Supuse que debía de
ser Diana, pero no me apetecía abrir y comenzar a explicar el absurdo miedo que
me envolvía de la cabeza a los pies, por algo que ella, como todos los
mortales, menos yo, calificaría como positivo, muy positivo. No siempre le
ofrecen a alguien que, además, está sin trabajo, dirigir un departamento en una
empresa solvente.
No me moví del
sofá y seguí recitando el mantra una y otra vez.
La velocidad
con la que recitaba el mantra se iba reduciendo de manera paulatina. La rabia
con la que cantaba llegó a desaparecer y, parece que, se llevó con ella el
miedo que, desde hacía horas, era el rey de mi pensamiento y de mis emociones.
Seguía
cantando con un ritmo lento y una entonación suave.
El
espacio que el miedo había ido desocupando se fue rellenando de una energía
que, a veces, sentía como un escalofrío recorriendo mi columna y que se ramificaba
por brazos y piernas. Sentía esa misma energía vibrando en mi cabeza.
Y con
un poco de miedo, (hay que reconocer que soy un miedica), me atreví a
preguntar:
- ¿Estás
ahí?, -esperaba encontrar a ese pensamiento mío que se hace pasar por Dios o a
Dios haciéndose pasar por mi propio pensamiento.
Pero
no. Parece que esta vez no estaba. Si era Dios debía de estar disfrutando del
mantra, tanto como yo, y si era el pensamiento debía de haberse adormecido con
el canto, por lo que seguí cantando.
Media hora
más de canto fue suficiente para sentirme otra vez en mi centro, cuando sentí
dentro de mí:
- ¡Vaya,
parece que se ha evaporado todo tu miedo!,- Oh, pensé, parece que no estaba tan
solo como me imaginaba.