Miércoles 5 de octubre 2022
Sé que es imprescindible algún movimiento para iniciar un camino. Y,
también sé que, para llegar al final de ese camino que se ha iniciado, el
movimiento debe ser continuo.
¡Uf!, ¡y tan continuo! Yo llevo en él media vida y, aún no vislumbro la
meta.
Llevado a la vida, a nuestra vida, el final del camino podría ser llegar
a vivir en paz, con serenidad. Si me apuran, podría ir un poco más allá y decir
que el final podría ser vivir la felicidad de manera permanente. No me refiero
a momentos de euforia o alegría, me refiero a la felicidad plena. Yo, como soy
un babau, creo que existe.
La felicidad plena es ese estado de paz interior en el que se sabe que
todo está bien como está. Está bien la riqueza y la pobreza, está bien la salud
y la enfermedad, está bien la algarabía y la tristeza, está bien la soledad y
la compañía, está bien la sonoridad y el silencio. Es ese estado del que nada
ni nadie podría sacarte.
Sé otra cosa. Sé que el estímulo que impele al movimiento inicial es,
normalmente, el sufrimiento. Sin sufrimiento es difícil que haya movimiento,
porque cuando una persona está bien no cambia nada, ¿para qué?, no se mueve, no
se inmuta.
Es el sufrimiento, la insatisfacción, la nostalgia y, un sinfín de
emociones negativas, las que sacan a la persona de su zona de confort, para
encontrar un confort diferente que acabe con la negatividad que la invade.
Pero ese sufrimiento solo debe ser la espoleta para iniciar el
movimiento. No se tiene que cargar el sufrimiento durante todo el camino. Y la
razón para no cargar el sufrimiento, de manera permanente, es que no existe,
que solo es una apreciación mental.
Está claro que la vida de todos está salpicada de eventos que nos hacen
daño y que no podemos escapar de ellos. Pero, dependiendo de la capacidad de gestión
de las emociones de cada persona, ese daño puede causar más o menos
sufrimiento. Si tenemos en cuenta que el evento no tiene, por norma, continuación
en el tiempo, mantener el sufrimiento solo depende de la fortaleza mental de la
persona. Es cuestión de ella elegir cuanto y como le va a afectar el
sufrimiento.
Tengo que reconocer que, a pesar de ser un babau, los sufrimientos que van
apareciendo en mi vida, de momento, los voy controlando con mucha dignidad. No
es que me resbalen, sin más, no, es que los trabajo.
La oración, la aceptación y la repetición de pensamientos positivos, son
las herramientas que, me ayudan a evitar o aliviar el sufrimiento.
Aunque, a veces, pienso que me he pasado, porque mi esposa, más de una
vez, me ha recriminado por pasar de puntillas frente a algún problema. Ella
dice que no siento ni padezco. Yo creo que sí, lo que pasa que no me regodeo de
dolor y sufrimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario