El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 8 de octubre de 2022

Bendecir, ayudar

 


Capítulo XI. Parte 2. Novela "Ocurrió en Lima"

-    Nunca me has hablado de la bendición- quise aclararle, aunque supongo que no necesitaría tal aclaración.

-    Para bendecir tiene que hacer lo mismo que para perdonar. Tiene que imaginar que su hermano está delante de ella. Si medita y lo hace después de la meditación es perfecto, pero si no medita puede sentarse y hacer tres o cuatro respiraciones, por la nariz, llevando la respiración al abdomen y manteniendo la atención en la respiración. Puede imaginar un rayo de luz que llega a su cabeza y baja hasta su corazón. Dejar que ese rayo salga de su corazón y llegue al corazón de su hermano mientras repite: Yo te bendigo con paz, con amor, con abundancia, con prosperidad, con felicidad, con alegría. Yo te bendigo.

>> En la bendición la energía del chakra cardiaco, que es la sede del amor, de la ternura, de la compasión, de la misericordia, crece, y puede hacerlo hasta cuatro o cinco veces. Y eso le pasa tanto a la persona que bendice como a la persona bendecida. Mientras dura esa expansión del chakra cardiaco, que no va más allá del tiempo que dure la bendición, la persona se siente en un estado, casi, de éxtasis. Aunque no sea consciente o no sepa que ocurre, su inconsciente si lo sabe y sabe que procede, en este caso, de su hermana, y en el siguiente encuentro, seguro que, la relación es más suave.

Durante mi conversación con Ángel me había olvidado, por completo, del mundo y, en ese mundo estaba almorzando con Diana. Fue ella la que me sacó de mi estado.

-    Antay…., Antay… ¿dónde estás?

-    ¡Oh! Disculpa Diana, creo que se me fue el santo el cielo. Estaba pensando que es lo que podrías hacer con tu hermano y me ha llegado una especie de revelación, ¡tienes que bendecirle!

-    ¿Qué? –Diana puso una cara de lo más extraño.

Le expliqué lo que segundos antes me había mencionado Ángel, sin decirle la fuente. No sé por qué, pero me pareció que, todavía, no era el momento.

Como la conversación derivó a temas más espirituales aproveché para hablarle de la fuerza del perdón y de la posibilidad de bendecir y perdonar, si es que guardaba en su interior algún tipo de rabia, de ira o de resentimiento hacia Rafael, su pareja.

Después de una larga sobremesa Diana pasó a su departamento con la firme intención de llamar a su madre y contarle las novedades de su vida.

El jueves, también comimos juntos, en esa ocasión, en su casa. En el encuentro me relató la conversación que tuvo con su madre, en la que ante la fuerza y la determinación de Diana, su madre se sintió tranquila, sin hacer leña del árbol caído. Habían quedado en que Diana iría el viernes a comer con ellos e insistió en que nosotros cenáramos el mismo viernes para contarme como fue el encuentro con sus padres.

Así lo hicimos. Diana estaba eufórica porque había conseguido pasar el mal trago de decírselo a sus padres sin que, en ningún momento, su padre hiciera gala de su sarcasmo ni su madre de la pena. Había conseguido relatar los hechos con total frialdad, sin que las lágrimas afloraran a sus ojos. 

Cuando volví a mi departamento fui consciente de que volvía, no solo contento por ella sino, también, orgulloso por cómo había llevado el tema con sus padres.

Me había convertido en tan solo cinco días en protector de Diana.

-    No ha sido en cinco días –era la voz de Ángel.

>> Llevas muchas vidas protegiéndola. Lo has hecho como padre, como hermano, como pareja y como amigo, en muchas vidas.

>> Así como ella y su hermano, en esta vida, tienen un círculo que cerrar, vosotros lo tenéis bien cerrado y vuestros encuentros son para ayudaros, de manera desinteresada, y para disfrutar de vuestra mutua compañía.

Antes de que pudiera decir nada Ángel cerró el canal de comunicación. 

El sábado, bien temprano, recibí otra llamada de trabajo. La tercera. La avería resultó ser más complicada que las anteriores, sobre todo, porque tuve que llevarme la computadora para reparar y comprobar en casa.

Así que la tarde del sábado y el domingo los pasé trabajando. Aunque el domingo no lo hice solo. Diana cuando se enteró que tenía trabajo, trajo comida y, en la tarde, después de almorzar, mientras yo trabajaba reparando la computadora, ella se quedó en el sofá viendo una de las películas románticas que a mi tanto me gustaban.

Terminamos, casi al unísono, ella de ver la película y yo de reparar la computadora. Decidimos salir a dar un paseo y comer algo para volver a casa y no tener que preparar cena.

Fue un paseo agradable. Como dos amigos, como dos hermanos, sin expectativas por parte de ninguno de los dos. En el paseo Diana me comentó que el lunes volvía al trabajo y que su horario era bien demandante. Se iba de casa a las siete de la mañana y no volvía hasta las siete o las ocho de la noche. Pensé que la explotaban, porque el horario pactado era de ocho a cinco, con una hora de descanso para el almuerzo y de las dos o tres horas de más que hacía no cobraba ni un minuto extra. Todo el tiempo de más lo hacía para tener a los jefes contentos. ¡Ya podían estarlo!

Una vez solo en casa, mi pensamiento se puso por su cuenta, a hacer un balance de mi semana. Fui consciente de que no había pensado en Indhira ni un solo día. Estaba claro que fue una fiebre pasajera.

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