La señora Claudia cerró la puerta y me encontré de nuevo en el despacho en el que había estado trabajando la semana anterior. El señor Moretti se veía como un hombre agradable y bonachón. Cabello entrecano, barba blanca arreglada, ojos idénticos a los de su hija, una sonrisa, que daba la impresión de ser permanente, iluminando su cara, y una prominente barriga.
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Antay, es un placer saludarle –dijo
adelantándose hacia mí, extendiendo la mano para estrechar la mía- y quiero
darle las gracias por su magnífico trabajo.
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El placer es mío señor Moretti
–respondí mientras nos estrechábamos las manos- No tiene que darme las gracias,
solo hice mi trabajo.
El
mundo pareció detenerse en ese mismo instante y volví a escuchar la voz de
Ángel:
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Antay, cuando alguna persona te dé las
gracias por alguna razón, como ahora, no debes contestar “de nada” porque
cierras la puerta a la energía de la gratitud, que es una energía tan poderosa
como la energía del perdón, de la bendición y del amor.
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Al agradecer atraes más de lo mismo por lo que estás agradeciendo. Y, además,
estás generando una energía que te ayuda a disfrutar de los placeres que rodean
tu vida, ya sean grandes o pequeños.
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Por lo tanto, agradece por todo. La casa donde vives, la cama donde duermes, la
comida, el agua de la ducha, agradece hasta por el reloj que te despierta cada
mañana. Y cuando digo todo, es todo, hasta lo más nimio.
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Ser agradecidos tiene el poder de cambiar el estado de ánimo y hace que las
personas se sientan especiales.
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Una buena contestación sería, “ha sido un placer”, “gracias a ti”, “disfruté
con el trabajo”, “encantado”, “cuando quieras”, “con mucho gusto”. Tenlo
siempre presente, porque respondiendo así se produce un efecto multiplicador.
Es como si se pusiera un espejo frente a ti y la imagen se hiciera infinita.
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El señor Moretti seguía hablando-
Siéntese, por favor, -y continuó- la primera intención, cuando hablé con usted,
era para concretar como lo podíamos hacer, para contar siempre con sus
servicios, ahora que Ramón, el informático que se encargaba de solucionar los
problemas, se jubila. Pero cuando llegué de Bogotá hablé con Ramón, para
interesarme por su salud y de sus intenciones, y cuando le comenté el problema,
con el que usted tuvo que enfrentarse, me dijo que usted debía de ser muy bueno
en su trabajo, sobre todo teniendo en cuenta que no sabía nada de nuestra
aplicación y por el poco tiempo en que solucionó el problema. Me confesó que a
él le hubiera costado toda la mañana encontrar la falla y, es posible, que
hubiera tenido que pedir ayuda.
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Eso me llevó a replantearme mi primera idea que no era otra que ofrecerle ser
el informático principal de la empresa, desde el exterior, es decir, trabajar
como lo hacía Ramón. Llamarle cuando teníamos algún problema.
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Pero, permítame, antes, una pregunta: ¿A qué se dedicaba la empresa en la que
trabajaba y cuál era su trabajo?
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Era una empresa de venta, instalación y
reparación de equipos y aplicaciones informáticas y, también confeccionábamos
páginas web. Y yo era el encargado. El dueño no aparecía nunca.
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¿Por qué cerró? –seguía preguntando el
señor Moretti.
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El dueño llevaba una vida muy por
encima de sus posibilidades y todo el dinero que entraba era para costear esa
vida, hasta que reventó la empresa.
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¿Cuánto tiempo llevaba usted en la
empresa?
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Diez años.
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