Miércoles 12 de octubre 2022
Todavía, después
de casi 12 años en Perú, me sorprendo cuando alguien me pregunta: ¿Qué haces en
Perú?
Hoy me ha pasado,
ha sido un taxista, que nada más subir al coche me ha hecho la pregunta.
La respuesta que
he dado ha sido la respuesta estándar, “pues nada, vivir. Todos los sitios son
buenos para vivir, y acá se está bien”.
Pero esa respuesta
no es la auténtica. Son pocas las personas que saben la verdadera razón de mi
viaje al Perú. Tengo que reconocer que es la historia de un verdadero babau y
como en este diario voy dando fe de mis actos de babau, pensé que estaría bien
que estuviera aquí recogido, para que no se pierda una tontería tan grande, por
si algún día pierdo la memoria.
Eran las 10 de la mañana del viernes 21 de enero del año 2011. Estaba cansado. Entre viajes y esperas, llevaba 22 horas pegado a mis maletas, desde que llegué al aeropuerto de Barcelona, para iniciar un viaje hacia lo desconocido, hasta este momento, sentado en la sala de espera de salida de los vuelos nacionales del aeropuerto Jorge Chávez de Lima, cuando pude escuchar, con alivio, el anuncio de la salida de mi vuelo: “Su atención, por favor. En unos minutos estaremos listos para iniciar el embarque del vuelo de Latam 2010 con destino a Cusco. Recordamos que en primer término embarcaremos los pasajeros del Club Economy, aquellos que necesiten asistencia especial, y pasajeros que viajen con niños menores de 3 años. Muchas gracias”.
Todos los pasos
que había ido dando en mi vida son los que me habían llevado, sin tener yo ni
la más remota idea, hasta donde me encontraba ahora. Listo para embarcar con
destino a Cusco, una ciudad desconocida para mí, aunque muy conocida, para las
guías turísticas. Cusco, la capital de los incas, es conocido como el ombligo
del mundo, en referencia al Universo, porque, según la mitología inca, en ella
confluían el mundo inferior, el mundo visible y el mundo superior.
En las 3 horas que
llevaba en Lima me había dado tiempo a desayunar, aunque para mi cuerpo solo
era otra comida, una más, en una maratón de horas despierto, dando cabezadas y
comiendo. Había paseado por los exteriores del aeropuerto para que circulara la
sangre por mi cuerpo después de tantas horas sentado en los aviones, primero de
Barcelona a Madrid y, después, de Madrid a Lima.
Aun no eran las 8
de la mañana y hacía un calor insoportable y pegajoso, debido a un sol que
lucía con todo su esplendor en un cielo por completo despejado. El verano en
Lima, parece ser que, este año, estaba siendo intenso según comentaban los
autóctonos del lugar. Chocante para mí que venía de un invierno frío en España,
vestido, además, con camisa de manga larga, jersey y anorak, que tuve que
sacarme si no quería morir de asfixia.
Y, sobre todo, me
había dado tiempo a pensar. ¿Qué estaba haciendo aquí?, con 60 años, como si
fuera un jovenzuelo en busca de aventuras.
Yo no buscaba
aventuras, aunque tampoco sabía que estaba buscando. En realidad, no tenía
conciencia de que estuviera buscando cosa alguna. Creo que estoy un poco loco,
aunque me consuela pensar que debo de estar siguiendo los designios del alma.
¡Está claro que el que no se consuela es porque no quiere!
Todo comenzó hace
nueve meses. Fue como un parto indoloro. Estaba meditando, como hacía cada día
desde hace muchos años.
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