Ser espiritual
implica, por tanto, el reconocimiento de que hay una dimensión inmaterial o
trascendente en la vida, que va más allá de lo físico y lo material.
Este es un aspecto
que tengo claro. Sé que soy un punto de luz dentro del Torrente de Luz que es
Dios. Se que soy un alma inmortal viviendo, por un corto espacio de tiempo, una
experiencia dentro de un cuerpo. Llegado a este punto, una pregunta revolotea a
mi alrededor, ¿estoy viviendo con respecto a ese conocimiento teórico? La
respuesta es “no”, porque si viviera de acuerdo a mi propia esencia, es decir,
como un alma inmortal, no tendría que estar planteándome, de manera permanente,
que es la espiritualidad, que es la iluminación, que es lo que tengo que hacer
para llegar a final de mes o porqué mi vecino se comporta de determinada
manera, porque todo estaría bien, todo sería perfecto, ya que todo procede del
Origen que es Dios.
Entre las frases
de Pierre Teilhard de Chardin, que fue un religioso jesuita, paleontólogo y
filósofo francés, que vivió entre los siglos XIX y XX, hay una que se repite, a
diestro y siniestro, y que resume de una manera clara y sencilla la naturaleza
humana: "No somos seres humanos
viviendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales atravesando una
experiencia humana".
Ser espiritual implica,
también, buscar un sentido o propósito a la existencia, que nos ayude a
enfrentar los desafíos y las dificultades con esperanza y optimismo.
Durante mucho,
muchísimo, tiempo he estado buscando un propósito a la vida, algo que me
permitiera sentirme satisfecho con mi vida, pero, hasta el presente, no lo he
conseguido en su totalidad, porque siempre le encuentro un “pero” a todo lo que
hago. ¿Tendría que dedicarme a la sanación?, ¿tendría que enseñar el camino a
otros que estén tan perdidos como yo?, ¿tendría que meditar retirado del
mundo?, ¿tendría que escribir para compartir mi experiencia con muchas más
personas? Ahora tengo la respuesta a esas preguntas, si, si he de hacer todo
eso, pero no es suficiente, falta algo.
Y ese algo es
integrar todo el conocimiento teórico en cada una de las células de mi cuerpo,
para pensar y actuar, de manera automática como el ser espiritual que soy.
Resumiéndolo en una sola línea, puede ser tan espiritual cocinar un estofado de
lentejas como meditar. La clave está en la actitud y, sobre todo, en la
presencia. Si el pensamiento y la acción están presentes en la cocina,
cocinando las lentejas, no hay ninguna diferencia con la actitud que se trata
de mantener en la meditación: “Siempre presente”. A fin de cuentas, la
meditación tendría que ser una manera de vivir, no una actividad a la que
dedicar unos minutos al día. Se trata de vivir el presente en los minutos de
meditación y en las horas restantes del día.
Si se vive la vida
en la materia de acuerdo a esa espiritualidad que ya reside en nuestro interior
podremos gritar a los cuatro vientos que estamos viviendo la espiritualidad,
porque habremos conectado con nuestra esencia o naturaleza más profunda. Esa
que nos hace únicos e irrepetibles.
A partir de aquí, debe ser más fácil desarrollar una
actitud de amor, compasión, gratitud y servicio hacia nosotros mismos y hacia
los demás, respetando la diversidad y la dignidad de cada ser vivo, que es la
base de la iluminación, para cultivar una práctica personal que nos permita
expresar y alimentar nuestra espiritualidad, como puede ser la meditación, la
oración, el arte, la música, la naturaleza o cualquier otra actividad, como
cocinar las lentejas, que nos haga sentir plenos y felices.
Aunque muchas
religiones se arrogan la exclusividad de la espiritualidad, esta no es
exclusiva de ninguna religión ni doctrina, sino que es una dimensión humana
universal que puede manifestarse de diferentes formas.
Ser espiritual no
significa renunciar al mundo ni a sus placeres, sino vivirlos con conciencia y
responsabilidad. Ser espiritual tampoco significa ser perfecto ni superior a
los demás, sino ser auténtico y humilde. Ser espiritual es un camino de
crecimiento personal y colectivo, que nos invita a descubrir y compartir lo
mejor de nosotros mismos.
Sin embargo,
descubrí que con ese conocimiento no era suficiente. Saber que la iluminación
es un estado de profunda comprensión, conciencia y paz interior, que lleva a
que la persona trascienda el propio ego y experimente una conexión profunda con
lo divino o lo universal, no era suficiente. Era imprescindible practicar para
llegar a integrar esos términos teóricos en hábitos que movieran mi vida.
Todos los que se
dicen espirituales tienen un gran conocimiento teórico de este tema. Yo sabía
que no eran suficientes las técnicas aprendidas en el centro de yoga, porque no
se trataba de practicar ninguna técnica. Hacía falta algo más, era
imprescindible pasar de la teoría a la práctica, porque “más vale un gramo de práctica que una tonelada de teoría”. Había
leído, hasta entonces, muchos libros sobre espiritualidad y no soy consciente
de haber avanzado mucho, es imprescindible poner en práctica lo aprendido. Necesitaba
encontrar un referente del que aprender a conducirme y un modelo a quien
imitar.
En mi búsqueda, de
un referente, fui descartando a muchos que eran famosos por sus escritos, pero
de los que no conocía como era su comportamiento ante la vida, por lo que se
fue reduciendo la lista hasta dejar a un solo personaje, que es el paradigma
del amor: Jesús de Nazaret: Personaje central del cristianismo, la religión más
extendida del mundo y, la mía por nacimiento. Sus enseñanzas se basan en el
amor a Dios y al prójimo, la justicia, la misericordia y el perdón.
Fue analizando la
vida de Jesús, cuando fui consciente de que alcanzar la iluminación, en esta
vida, para no volver a encarnar, era una quimera. Comprendí que son necesarias
varias vidas para integrar en cada una de las células del cuerpo la energía del
amor. Porque, a fin de cuentas, solo se trata de amar y no amamos mucho, porque
no se ama cuando se juzga, cuando se critica, cuando se pierde la paciencia,
cuando se teme, cuando se siente culpa, cuando la alegría ajena no causa
alegría, cuando se siente rabia, cuando se siente decepción o frustración por
no conseguir un deseo, cuando se siente indiferencia que es opuesta a la
compasión, a la empatía o la solidaridad.
Así que, mucho me temo que, me volveré a encontrar en otra vida con alguno de ustedes que están, ahora leyendo estas líneas.
(Del libro "Dame tu mano, te mostraré la vida" de Alfonso Vallejo Gago)