Mis meditaciones siempre han sido un poco sosas. Las califico de sosas
porque nunca me ha pasado lo que cuentan otros meditadores: que ven colores,
imágenes, ojos y hasta escenas, que parecen, de otras vidas. Nunca he visto ni
oído nada. Bueno, quizás exagero un poco, alguna vez sí que me ha pasado, pero,
cuando me ha ocurrido, siempre he tratado de encontrar la razón lógica para que
eso sucediera. Y siempre la encuentro. No hay nada que no encuentre la mente
si, realmente, quiere encontrarlo. Podrá ser lógico o ilógico, pero a mí, en
estos casos, siempre me satisface la explicación de la mente.
Sé que cualquier cosa que aparezca en la meditación tendrá el
significado que yo quiera darle. Sé que lo que “veo” al meditar solo es el
resultado del juego creativo de mi mente utilizando recuerdos que tiene
almacenados en los cajones de la memoria o que pudiera estar recibiendo una
respuesta a un estímulo recibido. ¡Qué más da! Lo importante es conseguir lo
que se busca, serenidad en la mente, cesación del pensamiento.
Creo que bien podría haber sido, en otra vida, el apóstol de Jesús,
Santo Tomás, quien tuvo que ver los agujeros que los clavos, que sujetaron a
Jesús en la cruz, dejaron en las palmas de sus manos, para creer que era Jesús
resucitado: "Porque me has visto,
Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Pues algo
parecido me pasa a mí, con las experiencias de la meditación. Tengo que ver
para creer. O ¿ya no tanto? Es posible que me esté volviendo más crédulo con la
edad, aunque, ¡que más da lo que pase!, y ¡qué más da lo que crea! La vida no
va a cambiar. Mi vida va a seguir por los mismos derroteros, ya vea una luz
violeta en la meditación o lo vea todo negro.
La realidad es que todos creemos que hay “algo”, no visible, no
tangible, al otro lado de la vida, y nos gusta, de alguna manera, contactar con
ese “algo” y, rápidamente, le damos una explicación lógica a cualquier cosa
“extraña” que nos ocurra y más, si es meditando.
Yo, también, creo que existe ese “algo”, pero, tengo muy claro que no va
a estar cotilleando cada vez que una persona se sienta a meditar.
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