Miércoles 14 de junio 2023
“La verdad de la vida más extraña y difícil de creer,
irónicamente surge del temor a nuestro propio éxito”.
Abraham Maslow
Hoy
he sido consciente, (y ya era hora, después de una larga vida), de que le tengo
miedo al éxito. Y no es un miedo normal, es terror, es pánico, es pavor.
He llegado a esa
conclusión reflexionando sobre un sueño que he tenido, en el que me encontraba
conduciendo por un camino de tierra para llegar a un destino desconocido. Ese
camino me llevaba a otro camino similar y, ese a otro, a otro y a otro, sin
alcanzar nunca la tan ansiada meta.
Hace años
que tengo sueños similares, muy conscientes. Perder un avión que me llevará de
vuelta a casa, no encontrar el boleto del tren para viajar, perder las maletas.
En todos esos sueños, el resultado siempre era el mismo: no alcanzar el destino
final.
Al
compararlo con mi vida he sido consciente de que siempre ha sido así. He
luchado y trabajado, como un poseso, para no tener éxito, para no llegar a
ninguna meta, para no estar en el centro de los focos, para que hablen de mí solo
lo justo y necesario. Lo he conseguido: ¡he triunfado en la mediocridad! He
ocupado mi tiempo en trabajos menores desviando la mirada de la línea de meta.
He sido siempre un gran subalterno, soñando con la dirección general, pero
temiendo llegar a ella, por si fracaso, porque pudieran pensar que no lo
merecía, porque quedaría muy expuesto a las críticas. En resumen, miedo al
éxito, baja autoestima, miedo a reconocer mi propia valía.
Y yo que
creía que “casi” lo tenía superado. ¡Pobre infeliz!
El miedo
al éxito se conoce como complejo de Jonás. Toma su nombre del personaje bíblico
Jonás, que fue designado por Dios para ser profeta, pero al enterarse, quiso
huir de este destino.
Yo no sé
si estoy huyendo de mi destino porque, tampoco sé si hay destino, pero si sé
que estoy huyendo de mis más íntimos deseos, quedándome siempre a escasos
metros de una hipotética meta que, resuena en mi interior como posible, pero
que, a la hora de la verdad, no llega a materializarse.
Llevo toda
la vida anclado en mi zona de confort. Y esa zona de confort es la mediocridad,
la misma mediocridad que hace que me sienta muy cómodo cuando me encuentro
solo, porque es la mejor manera de pasar desapercibido. En soledad no tengo que
hablar, no tengo que explicar. En la soledad soy yo, conmigo, conviviendo con
mis deseos incumplidos, reflexionando sobre las pequeñas verdades de la vida,
retando a Dios, aguantando mis entrañas para que no revienten ante las
injusticias, sin tener que disimular las lágrimas cuando asoman al sentir el
amor por mi familia. En mi soledad, la palabra más usada es ¿por qué? Ahora
mismo tengo la respuesta: Por miedoso.
Voy a trabajar para sacudirme este miedo que me atenaza
para poder entregar al mundo alguno de los “dones” que trato de esconder,
disimular y, sobre todo, minimizar, lo que hace que, en la actualidad, los esté
entregando a cuentagotas. Todavía estoy a tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario