La vida es como el
agua que fluye por el lecho del rio, siempre igual, siempre en movimiento.
Hasta parece la misma agua, monótona en su discurrir. Todo depende del
observador. Unos se sienten hipnotizados por esa circulación constante, otros
fascinados por los remolinos que se forman en el encuentro que el agua tiene
con las rocas que despuntan en el lecho del río, otros permanecen embelesados
con los peces que pasan su aburrida existencia buscando su sustento moviéndose
a favor o en contra del discurrir de la corriente.
Pasa lo mismo con la
vida. Cada observador va a prestar, más o menos atención, en función de sus
creencias, de sus intereses o de su propia evolución personal.
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