Es
sorprendente la imagen que refleja el espejo cuando me asomo a ese guardián
silencioso de la realidad. Me parece increíble que ese señor mayor, casi
tirando a viejo, que aparece, con cara de asombro, como no creyendo en la imagen
reflejada, sea yo
Es
que si no fuera por esos momentos en los que me acerco a ese chismoso a verificar
donde están los cuatro pelos que aún se mantienen en mi cabeza, para colocarlos
debidamente, o cuando necesito de su opinión para afeitarme y no llevarme un
trozo de labio por delante con la cuchilla de afeitar, no siento, en absoluto,
que ese aprendiz de anciano, sea yo.
Yo
no me siento así. Cuando estoy conmigo mismo, sin intermediarios, como lo es el
espejo, no me siento de ninguna manera. Ni niño, ni joven, ni maduro, ni viejo.
Me siento sin edad, me siento eterno, me siento infinito, me siento inmortal. Y
es, sin embargo, cuando más vivo me siento.
Me
gusta pensar que, en esos momentos, que son muchísimos, en los que estoy solo
conmigo, me encuentro viviendo en el alma más que en el cuerpo, porque no soy
consciente de arrugas, de canas o de dolorcitos en el cuerpo. Es cuando me
siento, completamente, yo.
Es
en esos instantes de introspección cuando me doy cuenta de que el espejo no
puede capturar la verdadera esencia de lo que soy. Mi ser interior, mi yo
eterno, trasciende la imagen reflejada. Mi espíritu no está limitado por los
confines del tiempo ni por las marcas que deja el paso de los años. En esos
momentos, conecto con una fuerza vital que va más allá de lo físico, que me
llena de un sentido profundo de paz y de propósito.
Quizás sea este
sentimiento de eternidad el que me permite afrontar cada día con una sonrisa,
sin importar las adversidades que puedan surgir. Tal vez sea esta conexión con
mi ser inmortal la que me da la fortaleza para seguir adelante, para vivir
plenamente cada momento, consciente de que lo que realmente importa no es la
apariencia, sino la esencia.
Así, cada vez que me
miro al espejo y veo a ese hombre mayor, no puedo evitar sentir una mezcla de
asombro y de alegría. Porque, aunque el espejo me muestra una imagen de
envejecimiento, en mi interior, me siento joven, vibrante, lleno de vida y de
amor por todo lo que me rodea. Y en ese contraste entre lo que veo y lo que
siento, encuentro una belleza inigualable, una verdad profunda que me recuerda
que la vida es mucho más que lo que nuestros ojos pueden percibir.