El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 4 de diciembre de 2024

Lo que veo. Lo que soy

 




          Es sorprendente la imagen que refleja el espejo cuando me asomo a ese guardián silencioso de la realidad. Me parece increíble que ese señor mayor, casi tirando a viejo, que aparece, con cara de asombro, como no creyendo en la imagen reflejada, sea yo

          Es que si no fuera por esos momentos en los que me acerco a ese chismoso a verificar donde están los cuatro pelos que aún se mantienen en mi cabeza, para colocarlos debidamente, o cuando necesito de su opinión para afeitarme y no llevarme un trozo de labio por delante con la cuchilla de afeitar, no siento, en absoluto, que ese aprendiz de anciano, sea yo.

          Yo no me siento así. Cuando estoy conmigo mismo, sin intermediarios, como lo es el espejo, no me siento de ninguna manera. Ni niño, ni joven, ni maduro, ni viejo. Me siento sin edad, me siento eterno, me siento infinito, me siento inmortal. Y es, sin embargo, cuando más vivo me siento.

          Me gusta pensar que, en esos momentos, que son muchísimos, en los que estoy solo conmigo, me encuentro viviendo en el alma más que en el cuerpo, porque no soy consciente de arrugas, de canas o de dolorcitos en el cuerpo. Es cuando me siento, completamente, yo.   

          Es en esos instantes de introspección cuando me doy cuenta de que el espejo no puede capturar la verdadera esencia de lo que soy. Mi ser interior, mi yo eterno, trasciende la imagen reflejada. Mi espíritu no está limitado por los confines del tiempo ni por las marcas que deja el paso de los años. En esos momentos, conecto con una fuerza vital que va más allá de lo físico, que me llena de un sentido profundo de paz y de propósito.

Quizás sea este sentimiento de eternidad el que me permite afrontar cada día con una sonrisa, sin importar las adversidades que puedan surgir. Tal vez sea esta conexión con mi ser inmortal la que me da la fortaleza para seguir adelante, para vivir plenamente cada momento, consciente de que lo que realmente importa no es la apariencia, sino la esencia.

Así, cada vez que me miro al espejo y veo a ese hombre mayor, no puedo evitar sentir una mezcla de asombro y de alegría. Porque, aunque el espejo me muestra una imagen de envejecimiento, en mi interior, me siento joven, vibrante, lleno de vida y de amor por todo lo que me rodea. Y en ese contraste entre lo que veo y lo que siento, encuentro una belleza inigualable, una verdad profunda que me recuerda que la vida es mucho más que lo que nuestros ojos pueden percibir.