Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Las puntas de los dedos corazón y anular tocan la punta del
dedo pulgar, mientras que el dedo índice toca la base del pulgar, manteniendo
recto el dedo meñique.
Sirve para:
Beneficia el corazón.
Funciona como una inyección en la reducción del infarto.
Es tan poderoso como una pastilla debajo de la lengua.
Reduce los gases del cuerpo.
Duración:
Practicar tantas veces como se pueda.
Pacientes con problemas cardiacos y pacientes BP practicar
durante 15 minutos cada día. Dos veces al día para obtener mejores resultados.
Beneficios:
Fortalece el corazón y regulariza las palpitaciones.
El
mero hecho de nacer no significa que el nuevo bebé que ha aparecido en el mundo
esté completamente limpio de polvo y paja. No, a pesar de su bisoñez carga una
mochila importante: Carga su mochila kármica, carga recuerdos de otras vidas,
sobre todo de las últimas, que pueden afectarle de manera importante en la
nueva andadura que inicia en la Tierra.
Miedos, enfermedades, fobias, simpatías,
afinidades y desencuentros son algunas de las actitudes, emociones o
sentimientos, que sin razón aparente, pueden desarrollar o sentir los niños
hasta su entrada en el mundo de la razón, y posiblemente hasta su madurez, o
hasta su siguiente vida si no consiguen sanarlo en la actual.
Relato
a continuación algunos de los últimos casos tratados:
Elisabeth,
de seis años que con el paso del tiempo se le ha ido agudizando el miedo a la
oscuridad que tenía desde bien pequeña, al que se le ha unido según ha ido
creciendo miedo también a la cruz, sobre todo en las que se encuentra la imagen
de Jesús, ensangrentado y coronado de espinas. Además para más inri
escolarizada en un colegio de monjas. Los miedos son motivados por recuerdos de
su última vida, en la que estuvo internada en un convento de clausura, en
contra de su voluntad, y se pasó la vida en una celda oscura con la única compañía
de una cruz con la imagen de Jesús. En la actualidad en su inconsciente piensa
que la van a enclaustrar también en esta vida. Por supuesto, nada más lejos de
la realidad.
Rakel,
de siete años. Miedo a la soledad prácticamente desde su nacimiento, que con el
paso del tiempo ha ido en aumento con la sensación añadida de que alguien la
observa casi de manera permanente. El miedo es motivado también por el recuerdo
de su última vida en la que no tenía familia y la fueron llevando de casa en
casa, sin ningún tipo de amor ni de cariño. En la vida actual tiene miedo de
que eso vuelva a ocurrir y la abandonen sus padres. Aunque no hace falta
decirlo quiero comentar que los padres están locos de amor por su hija y
preocupados por sus miedos.
Raul,
tres años. Un niño cien por cien amoroso. Besa y abraza de manera permanente a
sus padres, a sus amigos, a sus compañeros, a sus vecinos, a sus conocidos, en
fin, a todo el mundo, excepto a su maestra en la guardería. Su maestra en la
guardería le hizo daño, sin ella pretenderlo en una vida anterior, y al
encontrarla en esta vida, se activó su recuerdo y su rechazo hacia ella.
Lorena,
tres años. Con un salpullido alérgico en la nuca que no se va de ninguna
manera. Lo que tiene es un enfado con su papa porque la ha hecho daño en otras
vidas y en esta, la niña en su inconsciente cree que la sigue haciendo daño, cuando
su papa ya la ha pedido perdón de alma a alma y es muy amoroso con ella.
Podría
relatar varios casos más, pero no parece necesario.
No quiere decir que todos los niños que tengan problemas de miedos, alergias o
rechazos sean motivados por problemas de otras vidas, pero si un porcentaje
importante. También podría mencionar algunos de la propia vida generados en sus
primeros meses de vida, porque hay para todos los gustos.
Lo
importante es saber qué hacer, o al menos intentarlo, en cualquiera de los
casos, y no quedarse con la cantarela de que mi niño tiene este o aquel miedo y
no hacer demasiado caso. Siempre hay una razón.
En
casi todos los casos se ha de realizar un doble trabajo, uno terapéutico en el
que se vaya eliminando la energía del miedo o del rechazo, y el otro de amor
enviado por sus padres. El trabajo de
los padres tiene una doble vertiente: Una consciente en la que han de tratar a
su hijo con auténtico amor, sin ningunear sus miedos, y otra un trabajo de
almas, en el que han de expresar ese amor con palabras para que su alma lo
reciba cuando el niño se encuentra dormido o a punto de hacerlo.
Nuestra
mochila, en la que se encuentran nuestros traumas, nuestros miedos de otras
vidas y por supuesto el Karma que nos hemos regalado para deshacernos de él, es
más importante de lo que podamos pensar.
Quiero dedicar esta entrada a un
amigo, a un amigo que me escribió y me dijo que había leído el post con el
título “Acabo de morir” en el velatorio de su padre que acababa de morir. Y me
comentaba que si algún día me llegaba la inspiración que escribiera para los
que sufren, para los que sufrimos el dolor de la pérdida.
¿Por qué le tienes miedo a la
muerte?, ¿Por qué el sufrimiento ante la pérdida de un ser querido?, ¿Por qué
te produce “repelús” solamente la mención de la palabra muerte?
Hace días colgué un post con el
título “Acabo de morir”, en el que una persona que acababa de morir me permitió
compartir su estado, con el único propósito de ir aliviando o dulcificando el
miedo escénico que casi todos los seres humanos le tienen a la muerte.
Quiero en
esta entrada hacer una reflexión desde el otro lado, desde el lado del vivo que
ve, siente y sufre como se marchita hasta morir alguien querido.
Porque es
muy fácil hablar de la muerte desde la segunda fila, desde el otro lado de la
computadora, desde el lugar donde no te toca en primera persona. Es
imprescindible estar en primera línea para comprobar cómo el sentimiento de
pérdida supera a cualquier filosofía, supera a cualquier creencia.
Supongo que casi todos hemos estado
en esa situación de dolor, en esa sensación de impotencia, en esa sensación de
incredulidad, en esa sensación en la que incluso puedes llegar a dudar de la
existencia y de la bondad de Dios.
La pregunta
de ¿Por qué a mí Señor? Se encuentra en muchísimas mentes de los que contraen
una enfermedad que parece terminal, e incluso en la de sus seres más allegados.
Casi es como pensar porque no enferma el vecino de la otra calle, (al que por
supuesto no conozco y no me va a afectar).
La entrada
de “Acabo de morir” tenía ese propósito. El propósito de que los familiares del
difunto tuvieran la plena seguridad de que la muerte del cuerpo es un alivio,
ya que se pasa a vivir en otro plano con otras condiciones que son mucho más
ventajosas que las que disfrutábamos o sufríamos estando en vida.
Ya parece estar bastante claro, para
bastantes personas, que abandonar la vida física es un regalo, y para el que
muere la muerte es eso, un regalo, pero no lo es para los que nos quedamos. La
pregunta es ¿Por qué?
Si tenemos claro que la vida sigue en
otro plano, en el que todo lo que se vive es paz, amor, alegría y felicidad, y
que es eso precisamente lo que está viviendo nuestro ser amado, ¿Por qué nos
entristece tanto la pérdida, si sabemos, o al menos creemos, que sigue con
vida, con esa otra forma de vida, que es mucho más placentera que la vida
física? La respuesta aunque pudiera parecer fácil, no lo es tanto.
Todo es cuestión de creencia, todo es
cuestión de pensamiento. La frase de Buda “Somos lo que pensamos”, adquiere
aquí un valor máximo. Y con independencia de que el propio pensamiento de la
persona en relación a la muerte, sea que solo es un cambio de consciencia, o
sea que la vida continua a pesar de la desaparición del cuerpo físico, existe
una forma de pensamiento global que cubre la Tierra en su totalidad que
contempla la muerte como el fin de la existencia. Y es claro, dejar de existir es aterrador.
El propio pensamiento de los que
creen en la reencarnación, y que nada acaba con la muerte del cuerpo es más un
deseo que una creencia arraigada e integrada en el ser humano, incluidos muchos
de los que predican la teoría; ya que si viviéramos en esa convicción, y
estuviera integrada en nosotros, traspasar el umbral de la vida no causaría
ningún tipo de trauma. Sería como acostarse a dormir cada día, solo que en vez
de decir “Hasta mañana”, seguramente habría que decir “Hasta siempre”.
Es muy curioso lo que sucede:
Pensamos conscientemente que la muerte no es el fin, (o deseamos que así sea),
que hay vida más allá de la muerte, incluso conscientemente pedimos a los
santos por los que la persona siente devoción, lo cual da pie a creer que la
persona cree en la vida al otro lado de la vida física, ya que si viven ellos
que han estado aquí, igual que nosotros estamos ahora, ¿Por qué no íbamos a
vivir nosotros también al otro lado?, pero el terror inconsciente, generado por
esa forma de pensamiento global es superior al cualquier creencia o
razonamiento consciente.
Cambiar ese pensamiento global de terror a la
muerte, no parece, de momento, tarea fácil, ya que sería necesario que millones
y millones de personas empezaran a tener el pensamiento contrario, lo cual no
parece muy factible. Ante esto, solo queda la fortaleza del pensamiento de cada
persona de manera individualizada.
Hay una segunda razón para sufrir por
la muerte de una persona allegada, a pesar de creer que va a seguir con otra
forma diferente de vida mucho más placentera. Esta razón es la calidad del amor.
Si a cualquiera de nosotros nos preguntan porque sufrimos ante la pérdida de un
ser querido, la respuesta sería prácticamente la misma: “Porque le quiero y no
le voy a ver más”.
En esa respuesta mezclamos dos
conceptos completamente diferentes: Una, “le quiero”, y dos, “no le voy a ver
más”. El primer concepto se cae por sí solo, ¿Cómo es posible amar a alguien y
sufrir porque se va a un lugar muchísimo mejor? Nuestro amor no es auténtico
amor, no es la energía que todo lo llena, es una mezcla de amor y deseo. A esta
combinación de amor y deseo bien podríamos llamarla apego, y el apego se define
como una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se
desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción
recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de
proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y
protección. El segundo concepto es una consecuencia del primero.
Podemos por lo tanto concluir en que
lo que definimos como amor hacia nuestros seres queridos, es más apego que
amor, con lo cual es lógico el sufrimiento por la pérdida de alguien que nos
acompaña, que nos da seguridad, que nos brinda consuelo, que nos da protección,
y un sinfín de cosas más.
Cuando sustituyamos el apego por
amor, por auténtico amor, por amor verdadero, por amor incondicional, por el mismo
amor con el que Dios nos ama a nosotros, se habrá terminado nuestro sufrimiento
ante la muerte.
Hasta entonces es normal nuestro
dolor, porque es justamente el aprendizaje de cómo se ama nuestra auténtica
razón para venir a la vida.
Todo lo que existe en el Universo, procede de
la misma Fuente, todos tenemos un origen común que fue la voluntad original del
Creador de darnos la vida. Todos estamos impregnados de la Esencia Divina, y
con las individualidades que hemos elegido en esta encarnación, formamos parte
de la Unidad Cósmica y Universal.
Todos
somos una Chispa Divina, una chispa desgajada de la Energía Divina. Todos
tenemos la misma composición, la misma esencia, y de la misma manera que un día
nos desgajamos de la Energía, a Ella hemos de retornar.
Por lo
tanto, cada entidad con la que tenemos contacto, ya sea persona, animal,
vegetal o mineral, es lo mismo que nosotros y por lo tanto merecedora de todo
nuestro respeto, amabilidad, compasión y amor, porque somos lo mismo, porque
tenemos el mismo origen.
El
mayor problema con el que nos encontramos los seres humanos en nuestra llegada
a la vida, es la idea de la separación, la idea de que somos independientes. No
es esta una idea que llegue a nosotros por generación espontánea, es sencillamente
fruto del aprendizaje y del ejemplo que recibimos.
Sentirse
separados de la Fuente es despreciar el propio origen, es despreciar la propia
esencia, es, en definitiva despreciarse a uno mismo. Y si una persona no se ama
a sí misma, no se respeta y no se valora, está claro que tampoco va a respetar
a nadie de su entorno, es imposible, no sabe, con lo cual los sentimientos que
se proyecten a los demás van a ser negativos. Y teniendo en cuenta que se
recibe lo que se da, la energía y los sentimientos que vamos a recibir de los
demás es la misma negatividad.
Con independencia de que creamos o no en la
Unidad, si queremos cambiar la dinámica de nuestra vida algo se ha de cambiar,
pues ese primer cambio es amarnos y respetarnos a nosotros mismos, ya que si
constantemente nos estamos criticando, autodespreciando, y manteniendo una
pobre opinión sobre nuestra persona, esto es lo que reflejaremos sobre los
demás, y con ello nuestros cuerpos físico y energético irán acumulando energía
negativa y toxinas para ajustarse a la opinión que tenemos de nosotros mismos.
Es
en alguna vida, fruto de nuestro crecimiento cuando nos empezamos a plantear la
posibilidad de que todos seamos Uno. Es a partir de aquí cuando el crecimiento
se acelera y cuando podemos decir, sin temor a equivocarnos que estamos casi
rozando la liberación.
Cuando
empezamos a plantearnos la posibilidad de que todos somos lo mismo, las
vibraciones que salen de nosotros hacia los demás cambian, y cambian por amor y
energía positiva. Cuando proyectamos hacia nuestro entorno esos sentimientos,
compuestos de vibraciones de amor y energía positiva, comenzamos a recibirlos
nosotros también.
Pero
está claro que no todo el mundo va a entrar en la misma comprensión de Unidad,
por lo que en muchos casos nos vamos a enfrentar a relaciones difíciles. Cuando
eso suceda es momento de recordar que cada persona tiene en su interior un ser
de luz y hemos de acercarnos con respeto y amor.
¿Qué es la
separación? La separación es ese sentimiento de independencia que cada ser
humano tiene con relación al resto de seres humanos que pueblan el planeta. Los
seres humanos creemos, y como tal actuamos, que somos independientes de todos
los demás y que sólo tenemos vínculo con los que nosotros decidimos, a los que
denominamos nuestra familia, y lógicamente, con nuestra familia por antonomasia
como son nuestros hijos. Este sentimiento de separación hace que veamos a los
demás como potenciales enemigos, potenciales rivales o potenciales invasores de
nuestro espacio, lo que nos va a mantener permanentemente a la defensiva para
preservar “lo nuestro”, bien sean bienes materiales, bienes emocionales o
bienes personales como es nuestra familia y amigos.
Todos
tenemos claro lo que son bienes materiales y personales, pero no parece sin
embargo tan claro que sepamos lo que son bienes emocionales. Podemos considerar
como bienes emocionales el cariño, el amor, el sexo, la amistad, la ternura o
la imagen que tenemos ante los demás, por citar algunos, es decir todas
nuestras emociones y percepciones, digamos que positivas. Y ¿Por qué pueden
peligrar? Pueden peligrar por varias razones: Porque alguien se inmiscuya en
nuestra vida y haga que varíen nuestros sentimientos, porque se inmiscuya en la
vida de alguna persona de nuestro entorno haciendo que varíen los sentimientos
de esa persona hacia nosotros, puede ser que nos difamen, con lo cual nuestra
imagen puede deteriorarse, puede ser que no seamos aceptados haciendo que nos
infravaloremos a nosotros mismos, etc., etc.
Pero no
solamente existen los bienes emocionales, también llevamos a nuestras espaldas
algo que podíamos denominar “cargas emocionales” y que no son más que nuestras
emociones negativas: el miedo, el orgullo, la ira, la soberbia, la rabia, el
odio, la envidia, etc., etc. Estas no tenemos ningún miedo de que nos las
arrebaten, y ni tan siquiera somos conscientes de que cuando perdemos algún
bien emocional lo hacemos arrastrados por alguna de las cargas emocionales que
nos hacen reaccionar dejándonos llevar por los instintos y no por los dictados
del corazón.
Sin embargo,
la hermosa realidad que no entendemos, es que todos los seres, los que estamos
encarnados, los que están al otro lado de la vida, y aquellos a los que
admiramos, a los que adoramos, e incluso a los que pedimos ayuda, somos
hermanos. Todos con un objetivo común. Ninguno con objetivos individuales.
Imaginar que
pasaría en nuestro cuerpo físico si cada célula decidiera que los 80 billones de
células restantes son potenciales enemigos. Nuestro cuerpo sería un caos lo que
nos acarrearía la muerte de manera instantánea. Sin embargo todas las células
de nuestro cuerpo trabajan en sintonía para un bien común, mantener con vida a
ese amasijo de carne, huesos y músculos que es el ser humano. Pues los seres
humanos, al igual que las células del cuerpo tienen un fin común: La Unión con
Dios.
No trabajar
unidos para la consecución de nuestro fin común, es no conseguirlo ni como
grupo ni de manera independiente, porque el requisito único e imprescindible es
el Amor, y es claro que no demuestra Amor quien no trata al resto de la
humanidad como si de él mismo se tratara. Por lo tanto, mientras exista esa
separación entre los seres humanos va a existir la separación con Dios, lo que
equivale a mantenernos en esa espiral “casi” interminable de nacimientos y
muertes, de dolor y sufrimiento, de soledad y miedo hasta que un buen día
descubramos nuestra hermandad.
Ante esto podemos aplicar la máxima
“Si tú ganas gano yo” y “Si tú pierdes pierdo yo”. Pero no, esta máxima no nos
sirve desde el momento en que no alcanzamos a entender que Todos somos Uno, y
lo único que hacemos es tratar al resto de seres como si de animales dañinos se
tratara: protegiéndonos para que no nos hagan daño, atacándoles para
exterminarles, separándoles en guetos, ciudades o continentes, explotándoles y
engañándoles para obtener beneficio, condenándoles a la miseria, a la
enfermedad y a la muerte, y pisoteando sus derechos sin ningún tipo de
remordimiento.
La meditación de Kundalini-Yoga que
aparecerá en la próxima entrada, (Meditación para aceptarte como eres), te ayudará en
este trabajo.
Un día, sin saber muy bien por qué ni para qué, aparecemos en
la vida. Ninguno de los que nos reciben saben absolutamente nada de nosotros,
no saben quiénes somos, no saben de dónde venimos, no saben cuál es nuestra
misión, no saben cuál es nuestro pasado, no saben cuál es la mochila kármica
que traemos a la vida, no van a saber, por lo tanto, como tratarnos aparte de
los cuidados físicos, y tampoco van a saber el porqué de nuestros miedos. No
saben nada de nosotros, y ¿Cómo van a saberlo?, si tampoco saben de ellos
mismos. Sólo saben que son felices, (lo que ellos consideran que es la
felicidad, muy lejos de la auténtica felicidad), porque han sido bendecidos con
un nuevo miembro en la familia.
A partir de
ahí, comienza para el recién nacido un nuevo periplo en la materia, una nueva
andadura entre los mortales, una caminata por la vida, una más, en la que con
un poco de suerte es posible que logre avanzar un paso en el kilométrico
recorrido que le separa de Dios, que es su única meta. De hecho es su única misión:
Llegar a Él. Y para realizar esa travesía necesitará de un vehículo que aunque
conocido no es de uso frecuente, es el Amor.
Si, el Amor,
y es el Amor porque para avanzar por los intrincados caminos de la mente, para
sortear los obstáculos que el propio ego va sembrando en la vida es necesario
algo que sea capaz de disolver y limpiar los malos hábitos, los bloqueos y las
negatividades que vamos acumulando vida tras vida, para dejar sin mácula cada
rincón de los diferentes cuerpos del ser humano. Eso no lo consigue ningún
detergente ni ninguna crema limpiadora, solo es posible tal limpieza con una
energía poderosa, tan poderosa como lo es nuestra propia esencia. El Amor.
El que viene
tampoco sabe nada de esto. Y como en los primeros meses y años de vida aun vive
entre dos mundos, con las memorias del otro lado intactas, es muy posible que
en un primer momento ni tan siquiera le apetezca vivir. Se encontraba muy bien
y muy cómodo allá, al otro lado, en su casa, y aunque su alma esta de completo
acuerdo, el encontrarse constreñido en un cuerpo, sin previo aviso, para el ego
es aterrador.
¿Qué se supone que va a ocurrir, a partir de
ahora, con el nuevo ser que ha llegado a la vida?
Pues no va a
ocurrir nada que no sepamos. Crecerá y se hará una persona exitosa o no, feliz
o no. Pero sea lo que sea, siempre estará disconforme con lo que tiene, y sea
lo que sea siempre será criticado él y él mismo también se encargará de
criticar, y se encargará de juzgar y se encargará de temer, en suma se
encargará de todo lo contrario de lo que tendría que hacer: Se va a ocupar en
gran medida para ser infeliz, cuando, paradojas de la vida, él querría ser
feliz.
Que ocurra
esto, es normal, es lo conocido, y por ende lo esperado. Todos deseamos la
felicidad para nosotros y para los más cercanos a nosotros. A los demás, son
muchas las personas que piensan “que les parta un rayo, es su problema, no el
nuestro”, y los que no piensan así, tampoco mueven un dedo para conseguir que
los otros también sean felices. ¡Qué inmenso error! Si tuviéramos que elaborar
una lista de errores de porque las personas no son felices, esta de “la
separación” podría ocupar el primer lugar, incluso por delante del dominio de
la mente.
De pronto,
sin tener en absoluto conciencia de que había pasado antes de este momento, me
vi sentado en la cama. Me sentía increíblemente bien. Ni tan siquiera trate de
recordar otros momentos en los que me había sentido tan bien, no lo necesitaba,
sabía, sin lugar a dudas, que este era el mejor momento de mi vida. Y ¡Que
curioso!, no estaba asociado a ninguna de las cosas por las que me he pasado la
vida deseando y suspirando: No me había tocado la lotería, no me habían ascendido
en el trabajo triplicándome el sueldo, no me habían presentado a la actriz de
mis sueños, la vida de mi familia ya era buena y no había variado para
excepcional, ¿Por qué estaría tan bien?
Tampoco me
cuestionaba como había llegado a sentarme en la cama, ni que había estado
haciendo con anterioridad. Me sentía pleno, me sentía luminoso, me sentía
expandido, como si ocupara toda la habitación, por alguna razón que no sabía
explicar, tenía conciencia de que lo sabía todo y de que podía aprobar
cualquier examen, sin importar la materia, pero tampoco me importaba saber que
sabía, y por supuesto no me iba a presentar a ningún examen.
¡Que
curioso!, no sentía ninguna molestia en mi cuerpo, no sentía pesadez, me sentía
ingrávido como una pluma con la agradable sensación de poder volar o flotar,
aunque por el momento no pensaba probarlo. También sabía que podía verlo todo
sin necesidad de colocarme los lentes que tenía en la mesilla de noche y que
había recuperado la audición que había perdido en mi oído derecho. Pero más
curioso todavía era que eso lo sabía porque sí, no me importaba saberlo, y yo,
que he sido toda mi vida un escéptico y que como Santo Tomás tenía que ver para
creer, lo sabía sin cuestionarme nada y sin importarme nada en absoluto tanta
ciencia acumulada en mí.
Estaba tan ensimismado con los
descubrimientos que iba haciendo sobre mí, que no me habían llamado la atención
los sollozos contenidos que llevaba rato escuchando, a decir verdad desde que
me encontré sentado en la cama. Enseguida supe quienes eran los responsables de
los sollozos, era mi gente, era mi familia. Pero, ¿Por qué lloraban?, los veía llorar
y no sentía ni un ápice de tristeza, solo amor. ¿Por qué lloraban?
No había terminado
de pensar la pregunta cuando aparecieron ante mí un grupo de personas, entre
ellas estaban mi padre que había muerto hace veinte años y mi abuela que había
muerto hace más de cuarenta. El resto debían ser ángeles o alguien más
importante porque estaban rodeados de una luz intensa y casi cegadora. Si mi
familia no tuviera los ojos ocupados por el llanto seguro que también los
hubieran visto. Los miré sin asombro y sin cuestionarme que era lo que hacían
allí, los mire sintiendo por ellos el mismo amor que sentía por mi esposa y mis
hijos que lloraban en otro lado de la sala.
“Has muerto”,
dijo mi padre. “Pero papa”, respondí, “como voy a haber muerto si estoy aquí hablando
contigo, si soy consciente de que lo estoy haciendo, estoy viendo y oyendo como
lloran los míos, supongo que debe ser un sueño”.
“No hijo mío,
es la realidad, has muerto, lloran porque te has muerto, mira tu cuerpo ahí, inmóvil,
tendido en la cama”, concluyó mi padre. Miré el cuerpo, sin ningún tipo de
lástima ni de temor, y pregunté dubitativo: “Y ¿Ahora qué?”. “También lo sabes,
igual que sabes muchísimas más cosas. Sigues siendo libre de hacer, de sentir y
de pensar. Puedes venir con nosotros ya o puedes esperar, tu decides”, dijo el
ser más luminoso, el que parecía ser el de mayor rango del grupo. “Podéis iros,
esperaré. Si, sé el camino de vuelta”, concluí. Y desparecieron de la misma
forma en que habían llegado.
Me acerqué a
mi esposa y a mis hijos, los abracé con ternura. Si mi amor por ellos ya era
infinito en vida, ahora, sin el estorbo del cuerpo podía expresar en ese abrazo
una ternura increíble. No lo sintieron, seguían llorando. Me gustaría que
supieran que estoy bien, que jamás lo había estado tanto. “Bueno, no pasará
mucho y ellos también podrán disfrutar de esta sensación”. Y sabía cuánto,
porque en ese momento pude ver la vida de cada uno de ellos hasta la apoteosis final,
lo que denominamos muerte. Sus vidas pasaron por delante de mis ojos en un
instante.
Fui consciente
de que se había acabado el tiempo tal
como lo conocía. Ahora todo era presente. Era presente el pasado, era presente el
ahora, era presente el futuro. De hecho no había tiempo, todo era presente y
podía viajar por ese eterno presente solo con mi pensamiento. Tantas veces como
llegué a preguntarme cuando vivía en el cuerpo, que habría sido en otras vidas
o como habría sido este o aquel otro acontecimiento, y ahora lo sabía, y lo más
gracioso, es que no me importaba, porque es algo que sé desde siempre, pero que
se me había olvidado el ratito de la vida en el cuerpo.
Pasé el
tiempo abrazando amigos y familiares. “Caray cuanto lloraban”. A algunos les
gritaba: “Estoy bien, estoy estupendo”. Pero era en vano, no me oían por mucho
que gritara. Creo que los únicos que eran conscientes de que estaba allí eran
el gato que trataba de frotarse con mi pierna y mi nieto de casi dos años, que
me miraba y tendía su manita. Al día siguiente quemaron el que fue mi cuerpo, y
cuando todos llegaron a casa y pudieron descansar después de tanto ajetreo, les
di mi último abrazo y decidí volver a casa.
Si algún día
me lo permiten les contaré las maravillas de vivir la vida real después del
lapsus de sueño de la vida en la materia.
Los
conceptos sanación y crecimiento, sanación y expansión de la conciencia, o
sanación y construcción del carácter, no suelen ir habitualmente unidos. Es
posible, en algunas ocasiones, que algunos terapeutas y sanadores, los unan, de
alguna manera, cuando recomiendan a la persona que ha de realizar algún tipo de
trabajo interior para recuperar su salud, al menos, su salud emocional.
Pero cuantas
enfermedades, cuantos sufrimientos, cuanta infelicidad, cuantos desequilibrios
emocionales y cuantos problemas mentales, se podría ahorrar el género humano si
nos enseñaran a buscar nuestro equilibrio interior antes, o a la vez que
aprendemos a leer y a escribir.
Nacer,
crecer, envejecer y morir, es un ritmo continuo, y aunque para cada persona es
una experiencia nueva, única e irrepetible, estamos en el mundo tan
acostumbrados a ese fluir, que no suele afectarnos mucho al paso por cada una
de estas estaciones hasta que nos toca transitarla personalmente. Y en este
fluir continuo de la vida casi nadie se plantea que exista otra manera de vivir
distinta a como se viene aprendiendo hace miles o millones de vidas. Vivimos
para subsistir, ignorantes de nuestra procedencia, ignorantes de nuestro
destino, ignorantes del camino a transitar e ignorantes del vehículo necesario
para dicho transito.
En cada uno
de los ritmos de la vida, se intercala con frecuencia otro concepto, que es la
enfermedad, y en el mismo aprendizaje nos enseñan que las enfermedadesse sanan, normalmente ingiriendo diversos
productos, unos abogan por productos químicos y otros por productos naturales,
pero en casi todos los casos hay que ingerir algo para contrarrestar la
enfermedad, muy pocos hablan de equilibrio interior como remedio sanador, y
mucho menos como remedio inhibidor de la enfermedad.
Son pocos
los que se han planteado que en vez de atacar la enfermedad se podría prevenir.
Y aunque parezca que en la actualidad hay más seguidores de esta teoría, solo
es un espejismo y palabrería que se utiliza como fachada de evolución en las
redes sociales.
Sin embargo
la búsqueda y la consecución del equilibrio interior es la mejor medicina para
atacar la enfermedad y, aun más, es el mejor inhibidor de enfermedades.
El amor, la
felicidad, la paz, la serenidad, la alegría son estados que el ser humano busca
afanosamente en el exterior, como todo. Para el ser humano no existe un
interior, y ni tan siquiera comprende que el amor, por ejemplo, sea una energía
y no sea una emoción generada por el contacto con otra persona. Como no
comprende que el primer ser objeto de esa energía de amor ha de ser él mismo.
Cree que esto, tal como se lo han enseñado es egoísmo. Es este planteamiento erróneo
la base que va a sustentar la enfermedad. No sabe que el amor es energía, no
sabe que se encuentra en su interior, no sabe que ha de amarse a sí mismo, y
valorarse, y respetarse. No sabe que cualquier cosa que se encuentra en el
exterior tiene fecha de caducidad. Por lo tanto, se “enamora”, hasta que un día
dice que se acaba el amor, (El Amor, el auténtico Amor no se acaba nunca. Si
alguien dice que se acabó el amor es que nunca ha amado), y ha de finalizar su
relación. Eso le causa un dolor intenso, que no es más que energía, y como
nadie le ha enseñado a manejar las emociones y vivir en el presente, recuerda
el hecho de su separación un minuto tras otro, generando una energía que
emponzoña todo su cuerpo energético. Esa mugre energética es la que va a ir
alimentando su cuerpo y poco a poco enfermándolo. A partir de aquí le recetarán
pastillas para que se olvide del hecho, pastillas para la ansiedad, pastillas
para dormir y así una pastilla tras otra.
Con lo fácil
que hubiera sido si de pequeñito le hubieran explicado que es un alma, que
tiene que activar su centro del amor por él mismo, que ha venido justamente a
aprender a realizar esa activación para amar a toda la humanidad. Que en su
aprendizaje se encontrará con otras personas con las que formará pareja una
temporada para realizar una tarea determinada y que normalmente esa relación
finalizará un día, y que gracias a su amor, a su respeto y a su generosidad,
será una separación no traumática en la que se mantendrá el amor, sin dolor y
sin sufrimiento.
Ya que no
nos han enseñado esto de pequeños, podemos intentar aprenderlo ahora. Podemos
comenzar a realizar ese viaje a nuestro interior, y ese viaje comienza con el
silencio. Con el silencio mental. Tienes que empezar a dominar tus
pensamientos, tienes que aprender a vivir el “ahora”. Es difícil, es muy difícil,
es dificilísimo. Te digo esto para que no pienses que te vas a sentar a
silenciar la mente y lo vas a conseguir en un minuto. No. Es una tarea que no
se consigue en mucho, en muchísimo tiempo, e incluso no se si se llega a
conseguir alguna vez completamente.
Pero mejor
empezar. Cuanto más tarde se empiece más tiempo seremos infelices.
Empieza por
hacer algo muy sencillito. Se consciente de tu respiración:
Siéntate. Con los pies bien apoyados en el piso.
Deja las manos encima de los muslos con las palmas mirando arriba. (Déjate
de mudras, solo vamos a aprender a respirar).
Cierra los ojos o déjalos una décima parte abiertos, para que entre
un poco de luz y enfoca la mirada en la punta de la nariz.
Coloca la punta de la lengua tocando el paladar.
Trata de respirar por la nariz, tanto la inhalación como la
exhalación.
Trata de hacer una respiración abdominal. El abdomen se infla cuando
inhalas y de desinfla cuando exhalas. (Así respirarás menos veces que si
haces una respiración clavicular. Y al respirar más lento se reducirá tu
metabolismo y eso hará que los pensamientos parezcan también más
lentamente).
Como a la segunda o tercera respiración ya vas a estar enganchado a
algún pensamiento, para que eso no pase cuenta las respiraciones: Inhala
1, exhala 2, inhala 3, exhala 4, y así sucesivamente.
Cuando te des cuenta de que estás pensando vuelve a comenzar por
uno.
A ver hasta cuanto llegas.
Con quince minutos cada día, de momento, tienes suficiente.
Tolerancia es respetar al otro, aunque también
podríamos decir que es aceptar, es
comprender o soportar dignamente, sin enojo, a otros que tienen unas creencias,
unas normas, unas actitudes, unas maneras de entender la vida o unos valores
distintos a los tuyos.
Por lo
tanto, toleramos a quien consideramos distinto, por cualquier causa: distinta
creencia religiosa, distinta forma de vivir, distinta raza, distinta tendencia
sexual, distinta cultura, etc.
Así que
parece claro: “Ante aquello que nos parece distinto, hay que aplicar la tolerancia”.
Pero te
propongo una actividad diferente: ¿Y si en vez de trabajar para soportar, para
aceptar, para respetar, para conocer, en suma para tolerar; trabajas para que
no haya distinción, trabajas para que exista la igualdad? Si empiezas a ver al
distinto como un igual, ya no tienes que tolerar al otro más que a ti, sois
iguales.
El mero hecho de estar vivo no
significa que se sepa vivir. De la misma manera que no se sabe nadar, si nadie
te ha enseñado, solo por estar sumergido en el agua.
El problema con la vida es que nadie
nos enseña realmente lo que significa vivir y cuál es la razón de la vida. La
enseñanza que recibimos de la vida es justo lo contrario de lo que es, no solo necesario,
sino imprescindible para vivir una vida digna y feliz.
La culminación de la enseñanza que
recibimos es la situación en la que hemos
puesto a millones de personas en el mundo, despojados de su dignidad, expulsados
de sus casas, empujados a la muerte, tal como nos muestran las imágenes de los
niños que han muerto ahogados a las costas de la riqueza y del despilfarro,
mientras los dirigentes con la panza llena discuten si tu te llevas cinco y yo
me llevo seis, mientras sus policías les impiden, como si de animales apestosos
se tratara, el paso hacia algún lugar, cualquier lugar, en el que al menos
puedan dormir sin la amenaza de las bombas aunque sea teniendo como único techo
las estrellas.
Y digo que hemos puesto, porque
todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad por colocar con nuestro voto en
la dirección de nuestros países a corruptos y medradores sin entrañas, que se pelean
entre ellos por un centímetro de tierra o una estrella de más en un trapo, de
la misma manera que somos responsables al entrar en las iglesias dirigidas por
hampones del miedo, que en lugar de aterrorizar a sus fieles deberían colocar
sus edificios y sus riquezas al servicio de toda esta pobre gente.
Y mientras tanto, los únicos que demuestran
un poco de humanidad que son los movimientos ciudadanos, que están tratando de
ofrecer inútilmente sus domicilios para acoger a algunos de ellos. Pero también
es imposible porque no pueden llegar a ellos, y seguro que antes tienen que
inventarse un impuesto para seguir engordando las barrigas de los dirigentes.
¡Basta ya!, ¡Hasta cuándo vamos a permitir
que los delincuentes con hábitos y con corbata nos maltraten con nuestra
aquiescencia!
La primera de todas nuestras asignaturas, antes
incluso que aprender a leer y a escribir, tendría que ser aprender a amar. Con
esta asignatura aprobada se acababan las guerras y los delincuentes que las
provocan.
Aunque parezca que podemos hacer poco, es mucho
lo que podemos hacer. Ni un solo voto más a todos los que hoy día en vez de
estar trabajando para acabar con las guerras las están defendiendo o
financiando, ni un solo voto más a los que colocan una alambrada o un policía delante
de esta pobre gente, ni un solo voto más a los que están tratando de mantener
su poltrona en lugar de sentar en ella a los miles de niños que duermen en la
calle, ni un solo voto más a los que luchan por defender un trapo que llaman
bandera en lugar de arropar con ella a los que caminan descalzos y
desarrapados, ni un solo voto más a los que se pelean por un centímetro de
tierra en lugar de construir en ella viviendas para tanto desplazado.
El niño muerto en la playa es tu hermano, imaginate que es tu hijo; el
padre desesperado que no tiene con que alimentar a sus hijos es tu hermano, imaginate a tí; las
personas enterradas debajo de los escombros son tus hermanos, imaginate a tu familia.
Ellos con su muerte están dejando en evidencia
al mundo capitalista, al mundo democrático, al primer mundo, al mundo que se
llena la boca hablando de derechos humanos, ¿Qué derechos?, ¿De qué humanos
hablan?
Todo nuestro mundo, toda nuestra
vida, todo lo que experimentamos está hecho de pensamientos.
Tenemos
pensamientos buenos y pensamientos malos. Nuestra mente está en un dialogo
permanente, unas veces cuestionándolo todo, juzgándolo todo, culpabilizándote a
ti y a tu entorno, atemorizándote, y otras alabándote, viendo la bondad en los
demás, expresando compasión y ternura. Por lo tanto nuestra mente, y de rebote
nuestra vida está llena de claroscuros, nada es solo luminoso, ni nada es todo
negrura.
Si aceptamos que somos lo que
pensamos, y que tenemos la vida que pensamos, está claro que tenemos una
poderosísima herramienta para ser felices, para estar alegres, para demostrar
ternura y para ser compasivos. Sólo hay que permitir los pensamientos buenos.
Si
aceptamos, también, que sólo uno mismo es responsable de sus pensamientos, y
que ninguna otra persona te obliga a pensar de determinada manera, si uno mismo
no elige los pensamientos buenos para ser feliz, que no se queje del vecino,
porque su dolor o su desdicha solo es su responsabilidad.
“Yo creo que…”,
es el inicio de una frase que utilizamos con frecuencia, porque todos y cada
uno de nosotros tenemos nuestras propias creencias. Creencias que normalmente
defendemos, a veces hasta levantando la voz, otros se enfadan y dejan de
dirigir la palabra a otros que proclaman creencias diferentes, los hay que
hasta llegan a matar por defender sus creencias, y a algunos de estos hasta les
homenajean por su heroicidad.
Antes de
seguir quiero dar una sucinta pincelada de lo que es Dios. Dios Es, Dios es
Todo, Dios es Uno, Dios es Unidad. Nosotros los seres humanos nos proclamamos y
nos proclaman como Hijos de Dios, por lo tanto tener el mismo Padre nos hacer
hermanos, nos hace Uno, nos une en Dios.
Si Dios es
Uno, la Verdad solo puede ser una, única. No puede haber dos verdades, ni
medias verdades, ni verdades parciales, ni medias mentiras, ni verdades rosas,
ni verdades amarillas, hay una Verdad y punto.
Los seres
humanos somos muy importantes, mucho más incluso que los que se “creen” el ombligo
del mundo. Pero hay una gran diferencia entre la importancia real y la
importancia “creída”.
Los que se saben importantes, muy
pocos, posiblemente se puedan contar con los dedos de una mano, no tienen
creencias, saben. Saben que son hijos de Dios, saben que todos somos lo mismo, saben
que solo hay una Verdad y no creen otras verdades, saben que todos somos
hermanos y respetan sus verdades y sus creencias, saben de la mutabilidad de
todo lo que coexiste en la materia y esperan pacientes, porque el tiempo no
importa para ellos, que regrese su hermano de su propia creencia.
Los que se “creen” importantes no se
sienten unidos a nada, defienden su espacio y su creencia hasta con la vida,
reniegan del resto de creencias, reniegan de su hermano, que es lo mismo que
renegar de Dios.
Las creencias separan, y son
creencias las religiones y las opciones políticas, que son las dos grandes
tendencias que arrastran tras de sí a todo el género humano.
Los seres humanos solo estamos en
este lado de la vida para expandir la conciencia, para respetar, para amar, para
actuar con generosidad, para actuar con dignidad, para volver a Dios, y seguir
las creencias es juzgar, es discriminar, es separar, es dividir, es temer, es
odiar, y todo eso no expande la conciencia, la constriñe.
Piensa en cuantas son tus creencias,
pues ten por seguro de que te estás separando de tus hermanos que tienen
creencias distintas.
Cree en Dios, cree en tu hermano,
actúa como si tu hermano fueras tu mismo, y así acabaras con el hambre en el
mundo, acabarás con las guerras, acabarás con la discriminación, acabarás con
las injusticias, acabarás con el dolor y con el sufrimiento, acabarás con la
muerte.