Un día, sin saber muy bien por qué ni para qué, aparecemos en
la vida. Ninguno de los que nos reciben saben absolutamente nada de nosotros,
no saben quiénes somos, no saben de dónde venimos, no saben cuál es nuestra
misión, no saben cuál es nuestro pasado, no saben cuál es la mochila kármica
que traemos a la vida, no van a saber, por lo tanto, como tratarnos aparte de
los cuidados físicos, y tampoco van a saber el porqué de nuestros miedos. No
saben nada de nosotros, y ¿Cómo van a saberlo?, si tampoco saben de ellos
mismos. Sólo saben que son felices, (lo que ellos consideran que es la
felicidad, muy lejos de la auténtica felicidad), porque han sido bendecidos con
un nuevo miembro en la familia.
A partir de
ahí, comienza para el recién nacido un nuevo periplo en la materia, una nueva
andadura entre los mortales, una caminata por la vida, una más, en la que con
un poco de suerte es posible que logre avanzar un paso en el kilométrico
recorrido que le separa de Dios, que es su única meta. De hecho es su única misión:
Llegar a Él. Y para realizar esa travesía necesitará de un vehículo que aunque
conocido no es de uso frecuente, es el Amor.
Si, el Amor,
y es el Amor porque para avanzar por los intrincados caminos de la mente, para
sortear los obstáculos que el propio ego va sembrando en la vida es necesario
algo que sea capaz de disolver y limpiar los malos hábitos, los bloqueos y las
negatividades que vamos acumulando vida tras vida, para dejar sin mácula cada
rincón de los diferentes cuerpos del ser humano. Eso no lo consigue ningún
detergente ni ninguna crema limpiadora, solo es posible tal limpieza con una
energía poderosa, tan poderosa como lo es nuestra propia esencia. El Amor.
El que viene
tampoco sabe nada de esto. Y como en los primeros meses y años de vida aun vive
entre dos mundos, con las memorias del otro lado intactas, es muy posible que
en un primer momento ni tan siquiera le apetezca vivir. Se encontraba muy bien
y muy cómodo allá, al otro lado, en su casa, y aunque su alma esta de completo
acuerdo, el encontrarse constreñido en un cuerpo, sin previo aviso, para el ego
es aterrador.
¿Qué se supone que va a ocurrir, a partir de
ahora, con el nuevo ser que ha llegado a la vida?
Pues no va a
ocurrir nada que no sepamos. Crecerá y se hará una persona exitosa o no, feliz
o no. Pero sea lo que sea, siempre estará disconforme con lo que tiene, y sea
lo que sea siempre será criticado él y él mismo también se encargará de
criticar, y se encargará de juzgar y se encargará de temer, en suma se
encargará de todo lo contrario de lo que tendría que hacer: Se va a ocupar en
gran medida para ser infeliz, cuando, paradojas de la vida, él querría ser
feliz.
Que ocurra
esto, es normal, es lo conocido, y por ende lo esperado. Todos deseamos la
felicidad para nosotros y para los más cercanos a nosotros. A los demás, son
muchas las personas que piensan “que les parta un rayo, es su problema, no el
nuestro”, y los que no piensan así, tampoco mueven un dedo para conseguir que
los otros también sean felices. ¡Qué inmenso error! Si tuviéramos que elaborar
una lista de errores de porque las personas no son felices, esta de “la
separación” podría ocupar el primer lugar, incluso por delante del dominio de
la mente.
Continuará………………
No hay comentarios:
Publicar un comentario