En nuestro viaje por la vida nos vamos encontrando con infinidad de puertas. Unas se abren, otras se cierran. Nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar detrás de cada puerta hasta que traspasamos el umbral. Justo en ese momento comienza una experiencia, un conocimiento, un aprendizaje para el alma.
Podemos decir que cada puerta representa un futurible, una de las posibles opciones que planificamos en la organización de nuestra vida antes de tomar contacto con la materia. Ahí está también, aunque limitado, nuestro libre albedrio. Podemos elegir entre todas las puertas que tenemos delante, pero no otras.
¡Cuantas elecciones a lo largo de nuestra vida!, ¿Cuántas veces nos habremos planteado qué hubiera pasado si en vez de tomar la puerta “a” hubiéramos tomado la puerta “b”? ……. Pues no hubiera ocurrido nada. Posiblemente hubiéramos vivido otra vida completamente distinta, en el que las experiencias asimiladas por el alma hubieran sido otras. Pero el aprendizaje que hubiéramos adquirido de haber traspasado la puerta “a”, lo tendríamos que realizar en otro momento de la misma vida o en otra vida posterior. No podemos pasarlo por alto, ya que el alma necesita acumular todas las experiencias, no se va a saltar ninguna, aunque el orden de aprendizaje, normalmente le importa poco.
Sin embargo, a veces, nos encontramos viviendo una etapa de felicidad después de haber traspasado una puerta, cuando, sin previo aviso, de la noche a la mañana, esa puerta se cierra de un portazo dejándonos afuera, truncando nuestra felicidad, y en nuestra impotencia, llenos de rabia, desafiamos a Dios, preguntándole como pudo haber permitido eso.
Dios, ni permite ni deja de permitir. Es nuestro trabajo, es nuestro aprendizaje, es nuestra programación de vida, es nuestra elección. El mismo portazo es nuestra experiencia.
El problema no es Dios. El problema somos nosotros, que nos identificamos con el cuerpo en el que residimos, y creemos, erróneamente, que necesitamos de un entorno agradable y de personas afines para ser felices.
En nuestra identificación errónea con el cuerpo pensamos que a nosotros no nos puede ocurrir ningún acontecimiento de los que calificamos como malos, y que las cosas malas solo les suceden a los demás. No, a nosotros también, y el primer aprendizaje es ser conscientes de que todo sucede en un instante, pero al momento siguiente, ya ha desaparecido, y no tenemos porque quedar enganchados de manera permanente a nuestro dolor, al sueño roto, al fracaso, a la desilusión o al desengaño.
Quedarse en el dolor del pasado es como quedarnos parados delante de la puerta que se ha cerrado. Eso no nos permite comprobar que a nuestro lado, mientras se cerraba la primera puerta, se abrían de par en par nuevas puertas. Pero no podemos verlas si nos quedamos inmóviles, con la mirada fija en la puerta cerrada. Las oportunidades están siempre delante, no detrás. No importa cuántas puertas se cierren, Dios siempre nos abre nuevas puertas de par en par.
Lo que sucede nunca es porque sí. Los futuribles a los que tenemos opción sólo son fruto de nuestro karma y de nuestra programación de vida. Si cuando la puerta se cierra no hemos asimilado la enseñanza, hemos de tener por seguro que volveremos a encontrarnos con la misma experiencia en la próxima puerta, y así va a ser siempre hasta que a fuerza de dolor, desengaño y sufrimiento aprendamos la lección.
Es mucho más fácil y más agradable, aprender con alegría, y hacer conciencia, de una vez por todas, de que somos alumnos, en distintos grados, que estamos estudiando una carrera: la carrera de la Iluminación. Unos en la guardería, otros en primaria, otros en secundaria, otros accediendo a la universidad y otros en el último año de carrera. Todos vamos a graduarnos, pero no está escrito que todos lo hagamos a la vez, porque muchos repiten y repiten, una y otra vez, ¿Hasta cuándo?, ¡Hasta que aprenden!
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