Despertar es abrir el corazón.
Una
vez abiertos los ojos del corazón,
se
reconoce de inmediato el camino de retorno a Dios.
Nuestra
real y auténtica misión es encontrar el camino que nos lleve de vuelta Dios. De
él venimos y a Él vamos a volver. Y lo vamos a hacer todos. Unos lo harán con
veinte vidas y otros con veinte mil, pero nadie se va a quedar en el camino.
Pero para recorrer cualquier camino se
ha de hacer con los ojos bien abiertos, es decir, despiertos, porque sino vamos
a tropezar ya que no se puede ver con claridad el camino.
Podríamos pensar que todos los que
hacemos yoga, o meditamos, o escribimos y leemos sobre espiritualidad, o realizamos
cursos, talleres charlas, o que los mismos sanadores y canalizadores, estamos
despiertos.
Pues no es tal. Sólo tenemos un “cierto
conocimiento” que a duras penas traspasa la periferia de nuestra conciencia,
sin estar integrado en el ser. Casi podríamos decir que estamos entreabriendo
los ojos.
¿Cuándo podremos decir que estamos
realmente despiertos? Cuando actuemos, de manera permanente, con amor, con
generosidad, con compasión, con verdad, con humildad, volcados completamente
por y para Dios, sirviéndole a través de nuestros hermanos. La separación, la
discriminación, el orgullo (sobre todo espiritual), el juicio, la crítica, el
menosprecio, la ambición, son signos inequívocos de permanecer dormidos.
Podemos decir que tenemos el
conocimiento del despierto pero seguimos actuando dormidos.
Por eso nos programamos en nuestro Plan
de Vida “misioncitas”, que nos pueden parecer más o menos importantes, sobre
todo para alimento de nuestro orgullo. Pero la autentica misión es reconocer el
camino de vuelta a Dios.
No vivir para Dios es sinónimo
de seguir dormidos.
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