Del libro: "Como mariposa tocando el alma"
Recuerda
Fran que en sus inicios de, lo que bien se podría llamar, “su vida espiritual”,
había un concepto que cada vez que lo escuchaba, se le removían las
entrañas, y hasta le rechinaban los dientes.
Era la unión con Dios. El mero hecho de pensar que algún día, en la eternidad,
iba a perder su individualidad, para ser parte de la Energía Divina, le
aterraba, de la misma manera que a otros les aterra la idea de morir.
En
realidad, no existía ninguna diferencia entre ambos terrores, porque son lo
mismo. ¿Qué más da tener temor por abandonar el cuerpo, que temer abandonar la
individualidad del alma?
Los
dos son fruto de la ignorancia, son fruto de la ilusión de creer que los seres
humanos son independientes y que no tienen nada que ver con Dios.
Porque, ¿qué puede ser más grande
que ser Dios? Y ese es el final del alma como ente independiente, unirse a Dios,
ser Dios. Es como dejar de ser un grano de arena para convertirse en un
Universo eterno, en un Universo infinito.
Este
fue mi recorrido mental, rememora
Fran, para liberarme de ese miedo:
Todo es cuestión de
creencias, porque con excepción de aquellos que han estado en el umbral de la
muerte y han podido gozar, según cuentan, del Amor infinito que sienten al otro
lado de la vida, los demás tenemos que creer, sin ver, sin sentir, sin saber. A
eso se le llama fe.
Tengo claro que somos
energía, ya existen muchos estudios científicos al respecto. Además, por mi
trayectoria como sanador, en cada terapia siento la energía, y la puedo tocar,
(la puede tocar cualquier persona, solo es cuestión de práctica). Tengo fe en que
somos una energía desgajada de un Océano de Energía. A ese Océano de Energía,
se le pueden dar muchos nombres, que también, por una cuestión de fe, me gusta
llamarle Dios.
En más de una ocasión he
podido sentir la energía de Grandes Seres, que son los Maestros, los cuales,
habiendo finalizado su aprendizaje del Amor, siguen, de alguna manera entre
nosotros, para ayudar a la humanidad a recorrer el camino por ellos finalizado.
Y, también, en más de una
ocasión, o mejor dicho, en infinitas ocasiones, he puesto mi vida en manos de
Dios. Le rezo, le pido, le invoco, le suplico, le reclamo, le insisto. Reconozco
que, más de una vez, he intentado chantajearle, he intentado convencerle, he
intentado pactar algún acuerdo. Alguna vez le he culpabilizado por mi
desgracia, le he hecho responsable de mis fracasos, le he ignorado como pago
por su ignorancia hacia mí, le he recriminado que mi vecino conseguía más cosas
que yo, siendo ateo.
Ahora, al finalizar este
párrafo, he sido consciente de que he sido muy pesado en mis rezos, en mis
pedidos o en mis suplicas, pero muy parco en el momento de agradecer. Si, he
agradecido, pero solo una o dos veces, como mucho, una vez conseguido algo que
había pedido a Dios. Y ese algo, seguro que lo había pedido con insistencia, cincuenta
veces al día, un montón de días. Y las escuetas gracias, no pasaron de “Gracias
Señor”.
En mi recorrido mental,
me hice este planteamiento: ¿Cómo puede ser que me de miedo perder mi identidad
para unirme a Dios, cuando Dios se encuentra de manera permanente en mí? Bien
sea para pedir, para reclamar o para agradecer. Cuando forme parte de esa Energía,
seré Dios. Formaré parte de Dios. No, no hay que rasgarse las vestiduras. Solo
hay que pensar en la gota de agua que se desprendió de una ola por el viento, y
que vuelve a caer al Océano, de manera inmediata, vuelve a ser Océano. Pues los
seres humanos cuando volvemos a la Energía, volvemos a Ser Dios.
Y yo, impregnado de una estúpida
soberbia, tenía miedo dejar de ser Fran para volver a ser Dios.
Fue
suficiente. Mantener ese pensamiento en mi mente fue, no solo haciendo
desaparecer el miedo, sino que fue generando en mí el deseo de terminar cuanto
antes mi andadura terrenal.
El
terror y rechinar de dientes se fue diluyendo lentamente en la conciencia de
Fran, mientras poco a poco, iba integrando en su ser la Grandeza Divina. Y así,
hasta hoy, que solo tiene un anhelo, esa unión con Dios.