Argimiro se sentía
confuso. Estaba escuchando un pitido penetrante, que le parecía ensordecedor,
cuando hacía solo un instante que corría, desesperado, gritando como un poseso,
detrás de un autobús, que había emprendido la marcha, dejándolo en tierra, perdido,
en una carretera en mitad de la nada.
El conductor había
informado a los viajeros que realizaban una parada, de diez minutos, para que
los ocupantes pudieran estirar las piernas, que ya permanecían medio
adormecidas después de 10 horas sin moverse del asiento. Argimiro caminó junto
con sus compañeros de viaje, a un lado y a otro del vehículo y, antes de volver
a subir, se adentró en el bosque, que se encontraba al lado de la carretera,
hasta unos árboles cercanos, para descargar su vejiga que estaba a punto de reventar.
Ese autobús tenía que
haberle llevado hasta el aeropuerto para abordar un avión que le iba a devolver
a su país, después de seis meses alejado de él por cuestiones laborales y, por
ende, alejado, también, de su familia.
Tuvo que cesar en su desenfrenada
carrera porque el vehículo desapareció de su campo de visión y comprendió que
era ridículo seguir corriendo, ya que nunca le daría alcance y, estaba claro
que, el conductor no se había percatado de que había dejado a un pasajero en tierra
y, tampoco se dio cuenta del loco que corría con tanto desespero.
Esto era dramático,
porque no sabía donde estaba, no sabía cuando pasaría otro autobús y, aunque
pasara, no iba a llegar a su vuelo.
El estridente sonido
no le dejaba concentrarse para encontrar la solución a su problema. Pensó que
el sonido se parecía mucho a la alarma de un despertador y, de manera
inconsciente, estiró su brazo, hasta tropezar con algo. No entendía nada, pero
se trataba de su reloj despertador. De un golpe detuvo la alarma y, de repente,
se hizo el silencio.
Aun tardó unos
segundos en ser consciente de que estaba teniendo un sueño, tan desagradable,
que lo podía calificar de pesadilla. Cuando abrió los ojos y reconoció su
habitación, respiró aliviado.
- Todo
ha sido un sueño, -pensó-, que descanso, estoy en casa.
El mismo reloj que le
había despertado proyectaba una luz roja hasta el techo de la sala. Eran las
5:30, la hora en la que se levantaba cada mañana para iniciar un nuevo día.
Todavía desconcertado tardó unos momentos en ser consciente de que era martes y
no le quedaba más remedio que levantarse.
Su mente, siempre
alerta, para llevarle por los vericuetos más oscuros de la existencia, comenzó
a presentarle un pensamiento tras otro, con una velocidad que solo puede
conseguir una mente humana, y exhibiendo, en cada nuevo pensamiento, aún más
miseria, más miedo, más impotencia y más rechazo a la vida, que el pensamiento
anterior.
Argimiro,
todavía impresionado por la conmoción de la pesadilla que había vivido en su
sueño, dejó que esos lúgubres pensamientos fueran tomando el poder de su nuevo
día:
-
Otro día más. Igual que el de ayer o
anteayer. Igual que el que será mañana. ¡Qué asco de vida!, ¡qué aburrimiento!
<< ¿Dónde estará el
aprendizaje?
<< Con una vida tan monótona
y aburrida, ¿Para qué vivir?
La mente lo estaba
consiguiendo. Las emociones que comenzaba a sentir Argimiro estaban en
consonancia con sus pensamientos: Ansiedad, miedo, ira, tristeza.
Pero, en algún
momento, antes de salir de la cama, apareció, en la misma mente que le estaba
destruyendo, un punto de lucidez:
-
Si sigo regodeándome en los mismos
pensamientos, creo que voy a tener que correr al baño para vomitar. ¡Tengo que
cambiar el discurso!
<< Mi vida, hoy martes, no va a cambiar y va
a ser la misma con cualquier pensamiento, pero estos
pensamientos nefastos me están destrozando emocionalmente. Lo mejor que puedo
hacer es cambiarlos.
<< Creo, además,
que con la energía de miseria que estoy generando lo único que voy a conseguir
es atraer más miseria. Y no quiero más miseria, ya tengo suficiente, quiero ser
bendecido por la paz, por la serenidad, por la alegría, por la abundancia, por
el amor.
Y así, Argimiro
comenzó a repetir, al principio casi con desespero y al cabo de pocos minutos
de manera más serena: Gracias por las
infinitas bendiciones que estoy recibiendo a cada instante. Él sabía que no
era cierto o, al menos, no era consciente de esas bendiciones, ¿o sí?, porque
el tener una casa, una cama donde dormir, agua corriente, un frigorífico con
comida, salud para él y su familia, etc., etc., bien podían considerarse como
bendiciones.
La realidad es que, poco
a poco, el pensamiento consciente, de agradecimiento, comenzó a ocupar su
cerebro, dejando en el olvido los nefastos pensamientos con los que se había
despertado y, sus emociones, en consonancia con el pensamiento, se fueron
transmutando de tristeza a paz, de ira a humildad y de ansiedad y miedo a
tranquilidad.
Ya estaba preparado
para un nuevo día.
Dejó por un momento de
agradecer y casi, de inmediato, surgió un nuevo pensamiento:
-
Argimiro, ¿no has pensado que, bien
pudiera ser que tu aprendizaje se encuentre, precisamente, en la repetición de
tus días?
<< Hagas
lo que hagas, que sea con alegría, sin juzgar la razón de porqué lo haces, sin
criticar a ninguna otra persona, sirviendo a tu familia con amor, con
paciencia. Y, todo eso, que no sean solo tus acciones, sino, también, que lo
sea tu palabra, que lo sea tu pensamiento. Sé coherente, piensa, habla y actúa
de la misma manera, y colócate en los zapatos no solo de tu familia, sino en
los de todo aquel que se cruce en tu camino.
<< No tiene ningún mérito realizar la acción más extraordinaria en el mundo, si en tu interior estás renegando de algo o de alguien. No tiene ningún valor. Tu evolución será nula y tus días se repetirán una y un millón de veces, en esta y en las siguientes vidas, hasta que seas coherente con el amor.
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