El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 10 de junio de 2024

Yo me condeno

 


          Reflexionar sobre la frase de Buda "somos lo que pensamos" me lleva a una profunda toma de conciencia: soy el arquitecto de mi propia prisión. ¡Qué paradoja! Soy yo quien forja las cadenas que me atan, yo me exilio voluntariamente y me condeno al sufrimiento.

          Continuando con esta línea de pensamiento, podría parecer sencillo abrir la puerta de la celda que me mantiene cautivo y abrazar la libertad. Sin embargo, surge la duda: ¿alguna vez he sido verdaderamente libre? La respuesta parece ser negativa, ya que me encerré en mi propio laberinto mental desde el momento en que empecé a pensar.

          Entonces, ¿debería dejar de pensar para ser libre o, simplemente, aprender a dirigir mis pensamientos? La tarea es ardua. Los pensamientos surgen espontáneamente, cargados de una energía abrumadora que puede manifestarse en alegría, tristeza o soledad.

          ¿Puede ser que el problema sea que no tengo conciencia de mí mismo?, ¿es posible que si tuviera conciencia de mí se abrirían, de par en par, las puertas de mi propia cárcel? Debo de reconocer que hay aspectos de mí que desconozco, lo que podría explicar por qué hay días en que amanezco radiante de felicidad y, sin previo aviso, me sumerjo en la desolación y la desesperanza antes del mediodía.

La clave debe ser ir más allá de mi propia realidad. De eso que yo creo que es real y que, sin embargo, solo es una creación de mi conciencia. Las barreras que siento, o creo sentir, son sin duda autoimpuestas. La libertad, entonces, podría encontrarse no en la ausencia de pensamiento, sino en la habilidad de navegar y orquestar la sinfonía de mi mente.

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