El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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martes, 30 de agosto de 2022

Las etapas de la vida de Antay




Capítulo IV, parte 2. NOVELA "Ocurrió en Lima"

Podía dividir mi vida en tres etapas, como si fueran tres vidas diferentes dentro de la misma vida:

Una infancia feliz con mis padres, en Cusco, en la que correteaba con mis amigos cada día a la salida del colegio. Recuerdo las misas de los domingos en la catedral. La devoción de mi mamá y la aceptación de mi papá, porque no lo podía llamar transigencia, era una aceptación total, porque respetaba, al ciento por ciento, las opiniones y las actitudes de su esposa y lo hacía por amor, no para evitar encontronazos o discusiones. Recuerdo los paseos después de la misa y el pollo con papas que comíamos en algún restaurante. Las navidades llenas de magia, de ilusión y misterio, igual que las fiestas de Halloween, disfrazado de algún personaje de moda, con mi calabaza llena de dulces. Fue una etapa mágica, en la que no tenía que preocuparme por lo que tenía que hacer al día siguiente ni, tan siquiera, al segundo siguiente. Todo era presente. Podría incluir la adolescencia en la misma etapa de felicidad, etapa que finalizó, de manera abrupta, cuando en el penúltimo año de la secundaria nos trasladamos a Lima. La razón que dieron mis padres era que en Lima habría más oportunidades de trabajo y yo tendría más universidades para elegir. Ahí se acabó el presente. Tenía que pensar en el día de mañana. Algo que ha permanecido hasta este momento.

En esa época no me cuestionaba la existencia de Dios. Estaba claro que tenía que estar con nosotros y Le veía en las lágrimas que, a veces, se le escapaban a mi madre cuando se encontraba frente al Taytacha de los Temblores.

La segunda parte de mi vida no fue ni tan ilusionante ni tan mágica. Finalicé la secundaria y la universidad. Y fue en la universidad, en el último semestre de carrera, cuando conocí a la persona que yo pensé, en un principio, que podía ser mi media naranja. La mujer con la que podía compartir mi vida. Con ella aprendí a besar y fue con ella con la que tuve las dos únicas relaciones íntimas que mi pensamiento me arroja encima, como si de un jarro de agua fría se tratara, en cuanto tiene ocasión. Pero no llevábamos ni tres meses de amor, cuando, de la noche a la mañana, desapareció de mi vida, apareciendo en la vida de un cantante que ya comenzaba a tener una cierta fama. Fue cuando aprendí que no existen las medias naranjas y que solo existen naranjas enteras que tienen que aprender a amarse, a través del respeto, de la comprensión, de la paciencia y de la renuncia a ciertos caprichos.

Lo pasé muy mal durante una larga temporada y, en esas largas noches en las que permanecí en vela, me prometí a mí mismo que nunca más iba a sufrir por culpa de una relación, que se suponía que era justo para lo contrario, para ser feliz. Hay que tener en cuenta que el modelo de familia, (la nuestra), y de matrimonio, (mis padres), que yo tenía, era, no solo difícil de superar, sino difícil de igualar. A partir de entonces, nunca más tuve una relación, y hace de eso algo más de quince años. Sin embargo, ahora estoy esperando a Indhira, en lo que parece ser mi primera cita, desde entonces. Y, además, espero con una mezcla de nerviosismo e ilusión.

La tercera parte de mi vida ha sido de lo más insulso. Solo trabajar y realizar las labores de la casa. Mi única diversión ver alguna película de la tele. Ni una sola cita. Con la soledad como única compañera desde la muerte de mis padres, que se fueron jóvenes, con cincuenta y dos y cincuenta y cinco años, en un intervalo de seis meses. De eso hace cinco años y, así hasta ahora. ¿Estaré comenzando una cuarta etapa en mi vida? Desde luego, no parece la continuación de nada, sino un cambio de rumbo total. Sin trabajo fijo y tratando de llevar a la práctica una nueva manera de ganarme la vida. Recibiendo información sobre la vida, muy diferente de la que conocía, desde varias fuentes y, sin cuestionarme casi nada, a pesar de ser una información difícil de probar. Volviendo a confiar en Dios e, incluso, conversando con Él. Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

domingo, 21 de agosto de 2022

Aprender de los maestros


 Capítulo III, parte 3. "Ocurrió en Lima"

-    ¿Quieres azúcar? –preguntó entrando en la sala con una bandeja en la que descansaban dos tazas, un azucarero, un plato con galletas y un paquete de servilletas.

-    No, gracias. Lo tomo sin azúcar. Es que soy muy goloso y tengo tendencia a que todo el dulce se me vaya a la barriga, así que paso del dulce cuando soy consciente –no sé por qué le explicaba mi vida.

Mi pensamiento que no pierde ni una sola oportunidad para mortificarme encontró, de inmediato, la explicación a mi verborrea: “Es que te gusta y estás nervioso y hablando se te pasan los nervios”. Teniendo amigos como mi pensamiento, ¿quién necesita enemigos?, y, también, de inmediato, respondí al pensamiento: “No estoy para nada nervioso. Sí que me impresionó cuando abrió la puerta y, no sé la razón, porque si es bonita pero no es de una belleza que quite la respiración”.

-    Haces bien en reprimirte de tomar azúcar, no es buena para el organismo –y prosiguió- pero puedes comer galletas, no tienen azúcar, son integrales.

-    Gracias –contesté.

Era curioso. A pesar de lo que opinaba mi pensamiento no sabía que más decir. A ella supongo que le debía de ocurrir algo parecido, porque durante unos segundos, que a mí me parecieron siglos, permanecimos en silencio.

-    Por fin ella rompió el silencio- Y ¿de qué conoces a Ángel? –preguntó.

-    Pues, aunque parezca raro, no le conozco. Bueno si, nos hemos encontrado dos veces este mes por la calle. La primera me pidió ayuda porque se ahogaba y la segunda fue, unos días después, aquí en Pardo. En las dos ocasiones estuvimos conversando más de dos horas. Tengo que reconocer que fueron conversaciones un poco extrañas, ya que hablaba de emociones y sentimientos que nunca habían sido temas de mis conversaciones. En realidad, de él no se casi nada. Supongo que él sabe mucho más de mí, y no porque yo le haya contado. Es que me da la impresión, te voy a decir algo que parece tonto, que lee mi pensamiento. Y las dos veces que nos encontramos, en su despedida, pasaron cosas extrañas, aunque, no sé si será mi imaginación.

-    ¿Qué pasó? –se interesó Indhira.

Le conté como fueron mis dos encuentros con Ángel y su misteriosa desaparición en las dos ocasiones y, sobre todo, que tanto mi vecino como el camarero parecían no haberle visto, a pesar de que el mismo Ángel quisiera hacerme creer que había estado en el baño del puesto de bebidas que, por cierto, no sé si hay baño. Tendré que comprobarlo. 

-    Si, parece un hombre especial –corroboró ella y prosiguió- pero es un hombre encantador. Y te puedo asegurar que es de carne y hueso porque le hice un masaje, aunque, bien es cierto, que no lo necesitaba. No tenía ni una mínima contractura.

-    Sí que es encantador. Y tú, exactamente, ¿qué haces? –de algo tenía que hablar.

-    Hago masajes, terapias de sanación y regresiones –y aclaró- aunque, con lo que más cómoda me siento es en la sanación. Sin embargo, vivo gracias a los masajes. Porque por cada persona que viene a hacer terapia de sanación hay ocho que vienen a hacerse un masaje. 

-    Si les pasa lo que a mí, lo entiendo. Porque sé lo que es un masaje, pero lo otro, para mí, es del todo desconocido. Lo poquísimo que sé de estos temas…, que no sé muy bien si llamarlos ¿esotéricos?, es por lo que me ha hablado Ángel en los dos encuentros que tuvimos. Supongo que tú conectarías con él a la perfección.

-    Si –contestó- realmente sí.

Y así seguimos nuestra conversación, mientras tomábamos el té y las galletitas, que estaban deliciosas a pesar de no contener azúcar, e íbamos probando si la computadora seguía funcionando bien o volvía a las andadas.

Indhira me habló de la sanación y, como me ocurría con Ángel, la escuchaba sintiendo que sus palabras activaban algo en mi interior que no era del todo desconocido. Ángel empezó diciendo que el amor no era un sentimiento, sino que era una energía, para concluir en que todo es energía. Y, ahora, Indhira me explicaba que la enfermedad son bloqueos energéticos y que eliminando esos bloqueos, que solo son energía enferma y contaminada, se consigue la sanación de la persona, siempre que no haya hecho mella en el cuerpo físico. Lo que sí me sorprendió es que dijera que todos los seres humanos podemos intervenir en la sanación de cualquier otra persona.

-    ¿Quieres decir que yo, que desconozco estos temas, también podría hacer sanación? –estaba, realmente, sorprendido de sus palabras.

-    Sí. Todos podemos, porque todos somos canales de energía. La diferencia está en cómo de grande es el canal. Cuanto más grande es el canal más energía pasará.

-    ¿Qué canal? –no tenía ni la más remota idea de qué me estaba hablando.

-    El canal eres tú. Es tu campo energético, es la energía que te envuelve –explicó.

-    ¿Cómo se agranda el canal? –tengo que reconocer que cada vez escuchaba cosas más extrañas.

-    Mira, podría hablarte de energía o de meditación o de un montón de cosas más, pero la verdad es que todo se resume en una sola palabra: “amor”. Cuando más amor tiene la persona, más grande es, energéticamente, y más energía pasa a través de ella, con lo que su “poder” de sanación, también, será mayor –y terminó con una pregunta- ¿me explico?

-    Si, te explicas muy bien. Supongo que ese amor del que hablas es el mismo amor del que me hablaba Ángel, el amor incondicional.

-    Así es. Ese es el único amor que existe. El que decimos sentir los seres humanos es una mezcla de amor y apego –terminó la frase con una expresión de tristeza reflejada en su rostro.

-      ¡Qué mal lo tenemos los seres humanos! –expresaba mi pensamiento en voz alta- El mundo que podría ser un paraíso, es, en realidad, un verdadero infierno, al menos, para muchas personas. Tú que recibes a mucha gente ¿conoces a alguien que ya sea capaz de amar de esa manera?

-    Hasta ayer no conocía a nadie, pero, ahora, me atrevería a decir que Ángel, si no ha llegado a amar al cien por cien de esa manera, debe de estar cerca, muy cerca.

-    Parece que me entró la vena filosófica- En treinta y siete años nadie me había hablado, hasta ahora, de que va la vida y para que estamos aquí. Y, debo de haber tenido suerte, porque habrá personas que lleguen a viejos sin haberlo escuchado ni una sola vez. ¿Por qué?, ¿no te parece injusto? Estas cosas hacen que me reafirme en la “injusticia” divina. No todos los seres humanos tenemos las mismas oportunidades. ¿Qué pasará con ellos?

-    Lo mismo que contigo –respondió Indhira- tendrán que volver hasta que aprendan a amar. Si en esta vida no aprenden sobre eso, porque nadie se lo enseña, es porque no es su momento. El tuyo parece que sí. Tu trabajo será aprovecharlo. Y puedo asegurarte que Dios nada tiene que ver en esto.

-    ¿Estás segura de que Dios no interviene en nada?

-    Sí. Todo lo que nos ocurre solo es de nuestra responsabilidad –y prosiguió sentenciando, como si hablara ex cátedra- somos nosotros, los seres humanos, los que antes de venir a la vida realizamos nuestra programación y, una vez acá, en la materia, nos encontramos con otro hándicap, el libre albedrío. Y le digo hándicap porque, en muchas ocasiones, no decidimos nosotros, lo hace nuestra mente.

En ese momento comenzó a sonar el celular de Indhira.

-    Disculpa, tengo que contestar. Es mi próximo paciente –y salió de la sala para poder hablar con tranquilidad.

Faltaba un cuarto para las cuatro. Volví a la computadora para comprobar que seguía funcionando de manera correcta, y me preparé para irme en cuanto apareciera Indhira. Pensaba en lo último que ella había comentado sobre los momentos para aprender o no, y recordé cuando, en mi paseo, me sentí unido a todo lo creado y llegué a la conclusión de que todo tiene un propósito.

En la página NOVELA "Ocurrió en Lima" puedes leer completos los capítulos I, II y III.

miércoles, 17 de agosto de 2022

La historia se repite

 


De la novela "Ocurrió en Lima". Capítulo II, parte 7.

-    No entiendo nada Ángel.

-    Déjame que te hable de Dios y así lo entenderás. De Dios sería suficiente con que te dijera que “Dios Es”, y lo Es desde siempre. Pero, ¿cómo empezó todo? Como para nosotros es casi inconcebible que algo no tenga principio o fin podemos decir que al principio de los tiempos había Nada y esa Nada era Dios. Fue a partir de esa Nada, es decir de Dios, que comenzó la Creación. Por lo tanto, todo, absolutamente todo, procede de Dios, tú y yo incluidos. Todos los seres humanos somos lo mismo, somos hermanos, todos hijos de Dios. Cada uno de nosotros somos como un átomo de la Energía Divina. Ese átomo o chispa de energía vive al otro lado de la materia y seguirá haciéndolo hasta que se encuentre preparado para volver a unirse a Dios. –aproveché una pausa en el relato de Ángel para hacerle un resumen de lo que yo estaba entendiendo.

-    Permíteme que te haga un resumen para ver si lo voy entendiendo. Dios no es, ni ha sido una persona como Jesús, Buda o Mahoma. Dios es la Energía Suprema de la que procede todo. -¿es correcto?

-     Así es. –corroboró Ángel.

-    Entonces al otro lado de la vida está Dios y todos los que han vivido o vivirán en la materia.

-    No. Dios no está al otro lado de la vida. Dios Es, Dios Está. Está aquí y allí. Está a este lado de la materia y está al otro. Al otro lado están todos los que han vivido o vivirán en la materia, pero están en Dios. De la misma manera que la luz de una vela está en la luz del Sol. Iluminadas por el Sol puede haber miles, millones de velas.

>> Y nosotros en la materia, también, estamos en Dios, porque Dios lo es Todo. ¿Lo entiendes?  –quiso saber.

-    Lo entiendo. Entonces todos existimos desde siempre y vamos a vivir para siempre de forma independiente o formando parte de Dios. -sin embargo, había algo que no entendía y así se lo hice saber a Ángel.

>> Hay algo que no entiendo muy bien. ¿Por qué cuando una persona tiene una experiencia cercana a la muerte, cuando vuelve a la vida nos habla de lo bien que se está al otro lado y de la sensación de amor que ha sentido y, sin embargo, nosotros en el cuerpo no sentimos ese amor ni esa sensación de cercanía con Dios como lo sienten ellos? Se supone que, si todos vivimos en Dios, tanto al otro lado de la vida como en este lado, todos deberíamos de sentir ese amor. ¿Por qué no lo sentimos?

-    Por un tema de energía, -respondió Ángel- La vibración cuando estamos en el cuerpo es mucho más baja y no somos capaces de apreciar la sutileza de la energía que nos envuelve. Aunque, en realidad, no hay un lado y otro lado de la vida. Lo que pasa es que el alma, lo que somos, vibra diferente con materia que sin materia.

>> Este es, justamente, el trabajo que se ha de realizar cuando se está encarnado en un cuerpo. Primero, llegar a entender, de manera intelectual, que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, para, a continuación, comenzar a percibir esa realidad que se ha comenzado a entender. A eso se llega incrementando la cantidad de amor.

-    ¿Ese es el objetivo de la vida?, ¿es lo mismo que el propósito que yo tuve claro hace un momento?

-    Exacto –sentenció Ángel-, lo sentiste hace un momento. Solo tienes que recordar que formas parte de un Todo, que todos somos lo mismo y que, por lo tanto, hemos de amar a todos como a nosotros mismos. Ese es el único propósito de la vida. ¿Te suena la frase, ama al prójimo como a ti mismo?

-    Sí que me suena, pero el que seamos incapaces de aceptarnos tal como somos es una prueba inequívoca de que no nos amamos. Así que si no nos amamos y tenemos que amar a todos como a nosotros mismos, lo tenemos mal.

Mientras Ángel movía la cabeza afirmativamente, con una mueca de tristeza en su cara, mi pensamiento realizó un repaso de los grandes conflictos armados, de los millones de desplazados por la guerra y el hambre, de los millones de niños que mueren por desnutrición, de la violencia familiar, del nefasto reparto de la riqueza, de la hipocresía de las religiones, de los dirigentes psicópatas, de la intolerancia a todo lo que es diferente. Aunque no hace falta desplazarse a un país en conflicto para vivir todo eso, ya que en el nuestro tenemos un poco de todo: políticos corruptos, machismo, falta de respeto hacia todo lo que se mueve, hambre, racismo, pobreza extrema, trabajo precario, corrupción en cualquier estamento oficial, falta de servicios básicos, inseguridad ciudadana.  

-    Termine mi pensamiento en voz alta- El mundo, en estos últimos tiempos, parece haberse vuelto loco.

-    En estos últimos tiempos no Antay –me corrigió Ángel-, en el cuento del Paraíso Terrenal recuerda que Caín mató a su hermano y solo fue por envidia, es decir, solo fue por un pensamiento. Pensamiento producido por una falta de amor. Por eso te comentaba en nuestro primer encuentro que tienes que aprender a amarte. ¿Cómo lo llevas? –preguntó.

-    Creo que lo llevo bien porque he comenzado a cambiar mi modelo de comparación mientras aprendo a no compararme con nadie.  

-    Es perfecto ese trabajo. Está muy bien compararte con un modelo menos demandante, pero, como tú bien dices, lo importante es no compararse. Lo importante es aceptar lo que eres.

-    Ahora que hablas de aceptar, hace unos días me ocurrió algo curioso. Me senté a meditar para ver si eran ciertos los beneficios de la meditación que acababa de leer y creo que estuve hablando con Dios. ¿Tú crees que me estoy volviendo loco? –estaba seguro que Ángel, con la sabiduría que parece almacenar, era la persona idónea para que opinara sobre mi posible conversación con Dios.

-    No creo, en absoluto, que te estés volviendo loco. Si tú crees que hablaste con Dios, es seguro que sí hablaste con Él, y ¿sobre qué trató la conversación?

-     Sobre la aceptación. Me acordé de ti y se me ocurrió pensar que aceptarse uno mismo es una prueba de amor. Si me acepto es que estoy satisfecho conmigo. ¿Qué opinas? –pegunté a Ángel, buscando su aprobación.

-    Me parece perfecto. Así funciona. La aceptación es una prueba de amor.

>> Y ahora puedo contestar a tus preguntas. Preguntabas como se llega de manera consciente a ese estado que tú has denominado como "complitud". Se llega cuando detienes el pensamiento, cuando te desidentificas del “Yo”.

>> Todos los seres humanos están programados por la tradición, la formación, las creencias y los prejuicios. Cuando la realidad de la vida no coincide con esa programación aparece el miedo, la ansiedad y la angustia. Esa programación nos separa de Dios. Por lo tanto, lo que hay que aprender es a ser consciente de esa programación y comenzar a desprogramarse, que es lo que te ha pasado a ti, solo que de manera inconsciente.

>> No hay nadie que viva en ese estado de manera permanente. Pero si hay personas que llegan a él. Se puede conseguir en la meditación.

>> Tú fuiste consciente de que todo tiene un propósito que es aprender a amar, como Dios nos ama, y para eso se organiza la vida. Cada uno de la manera que estima conveniente, porque cada alma sabe, antes de venir a la vida, que es lo que necesita para alcanzar la meta del amor.

>> Y si no se consigue en la vida, se repite. Por eso nacemos y morimos unas cuantas veces.

>> Pero mientras se trabaja para lograr el objetivo máximo, que ya sabes que es aprender a amar, como Dios nos ama, nos programamos otros pequeños trabajos que no son otros que cerrar los círculos que se mantienen abiertos de otras vidas.

>> Esos círculos son las causas pendientes. Pagar lo que debes o cobrar lo que te deben a ti. Te pongo un ejemplo muy claro: Alguien que mate a una persona tiene que recibir algo similar o equivalente para que el círculo se cierre.

-    Pensando en tu ejemplo, se me ocurre pensar que ese círculo no se va a cerrar nunca. En esta vida me matan a mí, en la siguiente vida mato yo, y volvemos para que me vuelvan a matar y seguiríamos así indefinidamente. No se acaba nunca.

-    Por supuesto que se acaba, -respondió Ángel con una sonrisa- Se acaba cuando se perdona. Si en esta vida te toca matar a ti, pero en lugar de hacerlo perdonas a la persona que te hace el daño, ahí se acaba y se cierra el círculo.

-    Entiendo. Todo se basa en amar y perdonar. El único propósito de la vida es ese: amar y perdonar.

-    Aun voy a ir un poco más allá, -me anunció Ángel- Si amas no necesitarás perdonar, porque nunca te sentirás ofendido. Y si no hay ofensa, no es necesario el perdón. Por lo tanto, puedes reducir el propósito de la vida a un solo concepto: amar.

>> La programación final la conocen las almas, por eso encarnan, por su afán para aprender a amar, cuanto antes, para disfrutar del gozo de unirse a Dios. Y las programaciones para ir cerrando círculos pendientes las organizan, de manera independiente, cada alma, de acuerdo con las almas involucradas en el círculo que tratan de cerrar.

>> No son propósitos opuestos, solo que cada alma tiene sus propios temas pendientes. Y si no se cumple el propósito, no pasa nada, volverán a la vida, una vez más, para poder cumplirlos. Las veces que sean necesarias.

>> ¿Lo tienes más claro?

-    Creo que sí, aunque sigo sin tener muy claro para que puede servirme en la vida.

-    Para ser feliz. Cuanto más te acercas al amor más felicidad sientes en tu interior.

>> Y cambiando de tema, ¿te importa si vamos caminando por donde tú venías? Tengo que recoger unas cosas en una tienda delante del Parque Kennedy –esto último lo dijo ya levantándose del banco.

-    No, no me importa. Te acompaño –y comenzamos a caminar hasta el parque. 

Subíamos lentamente, ahora, hablando de nimiedades, del tiempo y del cambio de ministros que había ocurrido dos días atrás. Estas sí que eran conversaciones normales, como las que estaba acostumbrado a mantener, y no como la que habíamos tenido hasta levantarnos del banco.

Al llegar a la altura del edificio donde está mi departamento le dije a Ángel que ya me quedaba en casa. Nos despedimos sin más, como la vez anterior.

No había dado ni diez pasos hacia el portal de mi casa cuando me crucé con Álvaro, un vecino de mí mismo bloque.

-    ¿Qué tal Antay?, ¿disfrutando de esta mañana tan magnífica? –fue su saludo.

-    Si –contesté- un día así hay que aprovecharlo.

-    Y siempre solo, ¿no te aburres?

-    No me aburro, estoy acostumbrado, pero hoy no he estado solo, he estado conversando con un amigo –No sé porque lo dije. Supongo que para justificar mi soledad.

-    ¡Ah!, como te he visto subir solo por el paseo pensé que habías salido solo. Bueno te dejo, que me esperan –y se alejó dejándome pensativo.

¿Cómo puede ser que me haya visto solo?, si hasta medio minuto antes de encontrarme con él estaba con Ángel. ¡Qué extraño! Miré para ver por dónde estaba Ángel y no le vi por ningún lado. Otra vez había desaparecido y, ahora, no había baño. Y seguro que Álvaro no estaba haciendo un chiste. Es como si Ángel después de dejar mi compañía desapareciera sin más y, lo más sorprendente es que parecía que fuera invisible a los ojos de los demás. ¿Me estará volviendo loco la soledad? 

lunes, 15 de agosto de 2022

Háblame de ti


Háblame de ti.

 "Ocurrió en Lima": Capítulo II, parte 6 

En mi reflexión no me dio tiempo para más, ya que escuché que alguien me llamaba.

-    Antay.

Sentado en el banco, al que yo estaba a punto de llegar, con un periódico en la mano, resguardado de los rayos del sol, bajo las ramas de uno de los enormes árboles que jalonan la berma de la Avenida Pardo, se encontraba Ángel.

-    ¡Hola Ángel! –le dije tendiéndole mi mano- ¿Cómo estás?, es un placer volver a verte.

-    Igualmente Antay –dijo levantándose del banco y apretando mi mano-¿Te apetece sentarte?, se está muy bien a la sombra.

-    Si, ¿por qué no? –él se sentó nuevamente y yo a su lado, como el primer día que nos conocimos, bajo la garúa, en un día, por completo, opuesto al de hoy.

-    No esperé ni un segundo para preguntarle por su misteriosa desaparición del puesto de bebidas- ¿Qué pasó el día que nos encontramos por primera vez?, desapareciste como por arte de magia y, para colmo, el camarero me hizo creer que no existías y que yo había estado solo tomándome el café.

-    Le costaba trabajo hablar por las carcajadas que estaba soltando- Estaba en el baño y cuando salí me contó lo que te había dicho y la cara que pusiste. Disculpa que me hiciera gracia entonces y, ahora, también, ya ves. Perdona.

-    No te preocupes, - le dije- pero sí, he pensado en eso todos estos días. Yo sabía que no estaba loco y estaba seguro de haber estado contigo. Supongo que el camarero debe de ser un chistoso.

-    Si, seguro que lo es, -y cerrando el tema de su desaparición prosiguió- Te estaba viendo venir y ha habido un momento que parecía que habías sufrido una especie de transformación, hasta que los niños te golpearon con la pelota, ¿te ha pasado algo?

-    Si, o no, no lo sé –no sabía cómo explicarlo- ha sido como si de repente me hubiera expendido y yo mismo fuera el árbol, el banco, el jardín o la pelota. Ha sido extraño, increíble y maravilloso. Lo he definido como “complitud”.

-    No creo que exista esa palabra, la palabra correcta seria completitud, pero queda muy bien para resumir lo que me has contado y, ¿has tenido alguna sensación más? –se interesó Ángel.

-    Sí, he tenido la sensación de que todo estaba en su lugar, donde tiene que estar, porque todo tiene un propósito, pero ahora que he vuelto a la normalidad y te lo estoy contando no sé, muy bien, que estoy diciendo, -y seguí como si estuviera hablando conmigo o con mi pensamiento- vamos que no entiendo nada, porque un propósito, ¿un propósito? ¿de qué? Entonces si la vida tiene un propósito, este ¿se consigue solo o habrá que hacer algo para completarlo?

-    Es correcta tu percepción, todo tiene un propósito, todo es como tiene que ser y una vez que se entiende y se integra eso en la vida, esta resulta un verdadero paseo de paz y serenidad. El propósito de la vida es aprender a amar como Dios nos ama, es decir, de manera incondicional. Lo hablamos el primer día. Decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

-    Eran muchas las cuestiones que no entendía y se las lancé todas a Ángel como si fuera una ametralladora- ¿Cómo era posible llegar a ese estado?, ¿existe alguien que viva en ese estado de manera permanente?, ¿qué quiere decir que todo tiene un propósito?, ¿quién ha hecho la programación?, ¿por qué existen propósitos tan opuestos?, ¿para qué hacerlos?, ¿qué pasa si no se cumplen?, a fin de cuentas, todos nos morimos y después ni propósito ni nada, porque se acabó. Y una curiosidad más, ¿por qué sabes todas estas cosas?

-    Contestaré a todas tus preguntas, pero, para que lo entiendas, tengo que hacerlo siguiendo un orden. -se detuvo y mirándome a los ojos dijo- De lo primero que tengo que hablarte es de Dios y yo sé que no te consideras muy amigo Suyo.

-    ¿Qué tiene que ver Dios en todo esto? -cada vez entendía menos y ¿por qué sabía Ángel que yo no me consideraba amigo de Dios si no se lo había dicho?

-    Todo -respondió de manera enigmática, y continuó- ¿sabes quién eres?, ¿sabes cómo has llegado a la vida?, ¿para qué has nacido?, ¿sabes qué pasa cuando mueres?

Como en el encuentro anterior me sentía muy cómodo al lado de Ángel, pero, como entonces, me daba la sensación de ser un alumno de párvulos sentado al lado del director del colegio. Me sentía pequeño y no hacía falta que me comparara. Era evidente su sapiencia y mi total desconocimiento. Me hablaba de temas desconocidos para mí, pero que, por alguna extraña razón, entraban hasta el más recóndito rincón de mi cuerpo. No tenía duda de que me hablaba de temas importantes, aunque no los había necesitado en toda mi vida y, es posible, que no los necesitara nunca, pero algo en mi interior resonaba cuando Ángel hablaba.

-    Y una vez más pasó, contestó a mi pensamiento- No tienes que sentirte pequeñito porque no sepas de estos temas. Yo no sé de informática y aquí me tienes, tan feliz, hablando con un experto. Cada uno es bueno en algo, pero nadie es bueno en todo. Lo importante es conocer la propia valía y la valía de los demás. La misión del portero, en un equipo de futbol, es evitar que metan goles en su portería y la misión del delantero es, la contraria, meter el balón en la red. Pero, a ambos, junto a los nueve compañeros restantes, les darán la copa si ganan el campeonato. Los once son importantes. Cada uno en su lugar en el campo. Así es la vida. Todos a la vez, esos jugadores, el resto del mundo y nosotros, también, somos importantes. Cada uno ocupando un espacio en el Universo.

-    Ángel, antes de hablarme de Dios háblame de ti. ¿Quién eres?, porque estoy convencido de que puedes leer mi pensamiento. Cuando pensaba en que no sabía tu nombre lo primero que dijiste fue como te llamabas. Acertaste mi edad sin que yo te dijera nada. Me tranquilizaste diciendo que no estabas haciéndome un examen cuando era eso lo que estaba pensando, en ese mismo momento, sabes sin que yo te lo comentara que Dios me es indiferente y, ahora, cuando pensaba que era como un parvulito sentado con mi director me hablas de que cada uno es bueno en algo, pero que nadie lo es en todo. ¿Quién eres? –creo que me salió un bonito discurso.

-    Antay, hijo mío, -contestó Ángel- te voy a contestar lo que quieres saber, aunque no es la realidad. Solo soy un viejo observador de la vida que ha recorrido cada una de las estaciones por las que tú estás pasando ahora. Soy un profesor de yoga jubilado y, sobre todo, soy un meditador. Y de la meditación no se jubila nadie, como no te vas a jubilar de mirar, escuchar, dormir o pensar. Ha sido en mis horas de meditación cuando he ido recibiendo la información que te estoy dando ahora. No, perdona, no la he ido recibiendo, la he ido recordando, porque esa información ya estaba en mí, como lo está en ti. ¿Qué crees que te ha pasado hace un momento?, pues que has recordado que formas parte de un Todo y que lo que sucede es lo correcto porque forma parte de una planificación, -y concluyó- ¿Estás satisfecho?

-    No sé. Porque me has dicho al principio que esto que me has contado no es la realidad. Dime la verdad, cuéntame la realidad –contesté con una ligera molestia.

-    Yo soy un hijo de Dios, como tú. Soy una parte de la Energía Divina, como tú. Soy un ser espiritual que ha decidido tener una experiencia humana, como tú, para recordar quien soy, como tú. Soy eterno, como tú.

-    No entiendo nada Ángel.


En la página NOVELA "Ocurrió en Lima", puedes leer completos los capítulos I y II.