Háblame de ti.
"Ocurrió en Lima": Capítulo II, parte 6
En mi reflexión no me dio
tiempo para más, ya que escuché que alguien me llamaba.
- Antay.
Sentado en el banco, al que yo estaba
a punto de llegar, con un periódico en la mano, resguardado de los rayos del
sol, bajo las ramas de uno de los enormes árboles que jalonan la berma de la
Avenida Pardo, se encontraba Ángel.
-
¡Hola Ángel! –le dije tendiéndole mi
mano- ¿Cómo estás?, es un placer volver a verte.
-
Igualmente Antay –dijo levantándose del
banco y apretando mi mano-¿Te apetece sentarte?, se está muy bien a la sombra.
-
Si, ¿por qué no? –él se sentó
nuevamente y yo a su lado, como el primer día que nos conocimos, bajo la garúa,
en un día, por completo, opuesto al de hoy.
-
No esperé ni un segundo para
preguntarle por su misteriosa desaparición del puesto de bebidas- ¿Qué pasó el
día que nos encontramos por primera vez?, desapareciste como por arte de magia
y, para colmo, el camarero me hizo creer que no existías y que yo había estado
solo tomándome el café.
-
Le costaba trabajo hablar por las carcajadas
que estaba soltando- Estaba en el baño y cuando salí me contó lo que te había
dicho y la cara que pusiste. Disculpa que me hiciera gracia entonces y, ahora,
también, ya ves. Perdona.
-
No te preocupes, - le dije- pero sí, he
pensado en eso todos estos días. Yo sabía que no estaba loco y estaba seguro de
haber estado contigo. Supongo que el camarero debe de ser un chistoso.
-
Si, seguro que lo es, -y cerrando el
tema de su desaparición prosiguió- Te estaba viendo venir y ha habido un
momento que parecía que habías sufrido una especie de transformación, hasta que
los niños te golpearon con la pelota, ¿te ha pasado algo?
-
Si, o no, no lo sé –no sabía cómo
explicarlo- ha sido como si de repente me hubiera expendido y yo mismo fuera el
árbol, el banco, el jardín o la pelota. Ha sido extraño, increíble y
maravilloso. Lo he definido como “complitud”.
-
No creo que exista esa palabra, la
palabra correcta seria completitud, pero queda muy bien para resumir lo que me
has contado y, ¿has tenido alguna sensación más? –se interesó Ángel.
-
Sí, he tenido la sensación de que todo
estaba en su lugar, donde tiene que estar, porque todo tiene un propósito, pero
ahora que he vuelto a la normalidad y te lo estoy contando no sé, muy bien, que
estoy diciendo, -y seguí como si estuviera hablando conmigo o con mi
pensamiento- vamos que no entiendo nada, porque un propósito, ¿un propósito?
¿de qué? Entonces si la vida tiene un propósito, este ¿se consigue solo o habrá
que hacer algo para completarlo?
-
Es correcta tu percepción, todo
tiene un propósito, todo es como tiene que ser y una vez que se entiende y se
integra eso en la vida, esta resulta un verdadero paseo de paz y serenidad. El
propósito de la vida es aprender a amar como Dios nos ama, es decir, de manera
incondicional. Lo hablamos
el primer día. Decía San Agustín: “Ama y
haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor;
si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes
el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
-
Eran muchas las cuestiones que no
entendía y se las lancé todas a Ángel como si fuera una ametralladora- ¿Cómo era posible llegar a ese estado?, ¿existe alguien que
viva en ese estado de manera permanente?, ¿qué quiere decir que todo tiene un
propósito?, ¿quién ha hecho la programación?, ¿por qué existen propósitos tan
opuestos?, ¿para qué hacerlos?, ¿qué pasa si no se cumplen?, a fin de cuentas,
todos nos morimos y después ni propósito ni nada, porque se acabó. Y una
curiosidad más, ¿por qué sabes todas estas cosas?
-
Contestaré a todas tus preguntas, pero,
para que lo entiendas, tengo que hacerlo siguiendo un orden. -se detuvo y
mirándome a los ojos dijo- De lo primero que tengo que hablarte es de Dios y yo
sé que no te consideras muy amigo Suyo.
-
¿Qué tiene que ver Dios en todo esto?
-cada vez entendía menos y ¿por qué sabía Ángel que yo no me consideraba amigo
de Dios si no se lo había dicho?
-
Todo -respondió de manera enigmática, y
continuó- ¿sabes quién eres?, ¿sabes cómo has llegado a la vida?, ¿para qué has
nacido?, ¿sabes qué pasa cuando mueres?
Como en
el encuentro anterior me sentía muy cómodo al lado de Ángel, pero, como
entonces, me daba la sensación de ser un alumno de párvulos sentado al lado del
director del colegio. Me sentía pequeño y no hacía falta que me comparara. Era
evidente su sapiencia y mi total desconocimiento. Me hablaba de temas
desconocidos para mí, pero que, por alguna extraña razón, entraban hasta el más
recóndito rincón de mi cuerpo. No tenía duda de que me hablaba de temas
importantes, aunque no los había necesitado en toda mi vida y, es posible, que
no los necesitara nunca, pero algo en mi interior resonaba cuando Ángel hablaba.
-
Y una vez más pasó, contestó a mi
pensamiento- No tienes que sentirte pequeñito porque no sepas de estos temas.
Yo no sé de informática y aquí me tienes, tan feliz, hablando con un experto.
Cada uno es bueno en algo, pero nadie es bueno en todo. Lo importante es
conocer la propia valía y la valía de los demás. La misión del portero, en un
equipo de futbol, es evitar que metan goles en su portería y la misión del
delantero es, la contraria, meter el balón en la red. Pero, a ambos, junto a
los nueve compañeros restantes, les darán la copa si ganan el campeonato. Los
once son importantes. Cada uno en su lugar en el campo. Así es la vida. Todos a
la vez, esos jugadores, el resto del mundo y nosotros, también, somos
importantes. Cada uno ocupando un espacio en el Universo.
-
Ángel, antes de hablarme de Dios
háblame de ti. ¿Quién eres?, porque estoy convencido de que puedes leer mi
pensamiento. Cuando pensaba en que no sabía tu nombre lo primero que dijiste
fue como te llamabas. Acertaste mi edad sin que yo te dijera nada. Me
tranquilizaste diciendo que no estabas haciéndome un examen cuando era eso lo
que estaba pensando, en ese mismo momento, sabes sin que yo te lo comentara que
Dios me es indiferente y, ahora, cuando pensaba que era como un parvulito sentado
con mi director me hablas de que cada uno es bueno en algo, pero que nadie lo
es en todo. ¿Quién eres? –creo que me salió un bonito discurso.
-
Antay, hijo mío, -contestó Ángel- te
voy a contestar lo que quieres saber, aunque no es la realidad. Solo soy un
viejo observador de la vida que ha recorrido cada una de las estaciones por las
que tú estás pasando ahora. Soy un profesor de yoga jubilado y, sobre todo, soy
un meditador. Y de la meditación no se jubila nadie, como no te vas a jubilar
de mirar, escuchar, dormir o pensar. Ha sido en mis horas de meditación cuando
he ido recibiendo la información que te estoy dando ahora. No, perdona, no la
he ido recibiendo, la he ido recordando, porque esa información ya estaba en
mí, como lo está en ti. ¿Qué crees que te ha pasado hace un momento?, pues que
has recordado que formas parte de un Todo y que lo que sucede es lo correcto
porque forma parte de una planificación, -y concluyó- ¿Estás satisfecho?
-
No sé. Porque me has dicho al principio
que esto que me has contado no es la realidad. Dime la verdad, cuéntame la
realidad –contesté con una ligera molestia.
-
Yo soy un hijo de Dios, como tú. Soy
una parte de la Energía Divina, como tú. Soy un ser espiritual que ha decidido
tener una experiencia humana, como tú, para recordar quien soy, como tú. Soy
eterno, como tú.
-
No entiendo nada Ángel.
En la página NOVELA "Ocurrió en Lima", puedes leer completos los capítulos I y II.
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