El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




martes, 30 de agosto de 2022

Las etapas de la vida de Antay




Capítulo IV, parte 2. NOVELA "Ocurrió en Lima"

Podía dividir mi vida en tres etapas, como si fueran tres vidas diferentes dentro de la misma vida:

Una infancia feliz con mis padres, en Cusco, en la que correteaba con mis amigos cada día a la salida del colegio. Recuerdo las misas de los domingos en la catedral. La devoción de mi mamá y la aceptación de mi papá, porque no lo podía llamar transigencia, era una aceptación total, porque respetaba, al ciento por ciento, las opiniones y las actitudes de su esposa y lo hacía por amor, no para evitar encontronazos o discusiones. Recuerdo los paseos después de la misa y el pollo con papas que comíamos en algún restaurante. Las navidades llenas de magia, de ilusión y misterio, igual que las fiestas de Halloween, disfrazado de algún personaje de moda, con mi calabaza llena de dulces. Fue una etapa mágica, en la que no tenía que preocuparme por lo que tenía que hacer al día siguiente ni, tan siquiera, al segundo siguiente. Todo era presente. Podría incluir la adolescencia en la misma etapa de felicidad, etapa que finalizó, de manera abrupta, cuando en el penúltimo año de la secundaria nos trasladamos a Lima. La razón que dieron mis padres era que en Lima habría más oportunidades de trabajo y yo tendría más universidades para elegir. Ahí se acabó el presente. Tenía que pensar en el día de mañana. Algo que ha permanecido hasta este momento.

En esa época no me cuestionaba la existencia de Dios. Estaba claro que tenía que estar con nosotros y Le veía en las lágrimas que, a veces, se le escapaban a mi madre cuando se encontraba frente al Taytacha de los Temblores.

La segunda parte de mi vida no fue ni tan ilusionante ni tan mágica. Finalicé la secundaria y la universidad. Y fue en la universidad, en el último semestre de carrera, cuando conocí a la persona que yo pensé, en un principio, que podía ser mi media naranja. La mujer con la que podía compartir mi vida. Con ella aprendí a besar y fue con ella con la que tuve las dos únicas relaciones íntimas que mi pensamiento me arroja encima, como si de un jarro de agua fría se tratara, en cuanto tiene ocasión. Pero no llevábamos ni tres meses de amor, cuando, de la noche a la mañana, desapareció de mi vida, apareciendo en la vida de un cantante que ya comenzaba a tener una cierta fama. Fue cuando aprendí que no existen las medias naranjas y que solo existen naranjas enteras que tienen que aprender a amarse, a través del respeto, de la comprensión, de la paciencia y de la renuncia a ciertos caprichos.

Lo pasé muy mal durante una larga temporada y, en esas largas noches en las que permanecí en vela, me prometí a mí mismo que nunca más iba a sufrir por culpa de una relación, que se suponía que era justo para lo contrario, para ser feliz. Hay que tener en cuenta que el modelo de familia, (la nuestra), y de matrimonio, (mis padres), que yo tenía, era, no solo difícil de superar, sino difícil de igualar. A partir de entonces, nunca más tuve una relación, y hace de eso algo más de quince años. Sin embargo, ahora estoy esperando a Indhira, en lo que parece ser mi primera cita, desde entonces. Y, además, espero con una mezcla de nerviosismo e ilusión.

La tercera parte de mi vida ha sido de lo más insulso. Solo trabajar y realizar las labores de la casa. Mi única diversión ver alguna película de la tele. Ni una sola cita. Con la soledad como única compañera desde la muerte de mis padres, que se fueron jóvenes, con cincuenta y dos y cincuenta y cinco años, en un intervalo de seis meses. De eso hace cinco años y, así hasta ahora. ¿Estaré comenzando una cuarta etapa en mi vida? Desde luego, no parece la continuación de nada, sino un cambio de rumbo total. Sin trabajo fijo y tratando de llevar a la práctica una nueva manera de ganarme la vida. Recibiendo información sobre la vida, muy diferente de la que conocía, desde varias fuentes y, sin cuestionarme casi nada, a pesar de ser una información difícil de probar. Volviendo a confiar en Dios e, incluso, conversando con Él. Y, para colmo, esperando a una mujer para ir a almorzar, dejando a un lado mi idea de que eso del amor es una tontería.

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