La mente, que máquina
tan perfecta y tan perversa. Es incansable, siempre en constante actividad:
elucubrando, maquinando, imaginando, recordando, comparando y juzgando. Es un
flujo ininterrumpido de pensamientos que, inevitablemente, preceden a las
palabras y acciones. Como dijo Buda: "Somos lo que pensamos".
Esta afirmación nos
lleva a una aparente conclusión sencilla: si logramos organizar nuestros
pensamientos, podremos organizar nuestra vida. Vivir de cierta manera parece
requerir solo pensar de esa manera; para ser feliz, bastaría con pensarlo.
Sin embargo, la
simplicidad de la conclusión contrasta con la complejidad de su aplicación
práctica. No es tan sencillo como parece, pero es posible con una sola
práctica: la atención.
La atención nos
permite ser conscientes de nuestros pensamientos en cada momento, evitando
quedar atrapados en ellos. Al no alimentarlos con energía o poder, permitimos
que se disipen tan rápido como surgieron.
Esta atención
consciente es la base de la meditación mindfulness, que nos permite observar
nuestros pensamientos sin juicio y dejarlos pasar. Al hacerlo, no solo
organizamos nuestra mente, sino que también encontramos paz y claridad en medio
del caos mental. Es un camino hacia la liberación de los patrones de pensamiento
que nos limitan y hacia la adopción de una perspectiva más amplia y serena de
la vida.
Así, la felicidad no va
a ser solo un deseo o un pensamiento, sino un estado de ser que cultivamos a
través de la práctica constante de la atención plena. Es un arte que, una vez
dominado, puede transformar nuestra existencia, llevándonos a una vida más
plena y equilibrada.
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