Si crees que eres un cuerpo y que estás en la Tierra por accidente, por casualidad o por una noche loca de amor, y que al final de esto que llamamos vida no hay nada más que la desaparición de la faz de la Tierra y la descomposición del cuerpo, no hace falta que hoy sigas leyendo esto.
Pero si eres de los que crees, que no estás aquí por casualidad y que tu estancia en la Tierra es algo elegido por ti, (aunque no te acuerdes de ello), y que además has pactado tu nacimiento, cada paso de tu vida, cada encuentro, cada situación y cada aprendizaje. Si crees que al final de la vida física sólo desaparece tu cuerpo y que tu “vida” sigue de alguna manera, no recordada ahora por nosotros, entonces si, puedes continuar leyendo, si te apetece.
El trabajo que tienes que realizar para desarrollar tu aprendizaje, en realidad, es muy sencillo. Ni siquiera es aprendizaje, sólo es un recordatorio. Si somos eternos, antes de nacer en un cuerpo físico, es seguro que estábamos en algún lugar, y es a ese lugar a donde tenemos que volver, una y otra vez. Volvemos tantas veces como veces dejamos el cuerpo, y casi nada más abandonar el cuerpo, nos volvemos conscientes de donde estamos, nos volvemos conscientes de que estamos en nuestra verdadera casa, con nuestra verdadera familia. La razón por la que no recordamos cuando estamos en el cuerpo, es bien sencilla: Si recordáramos de dónde venimos, no querríamos estar aquí, querríamos abandonar el cuerpo para ir a nuestra casa. Y eso no era lo pactado.
Insisto, recordar es muy sencillo. Y si no lo parece es porque lo complicamos sin ninguna necesidad, lo complicamos por desconocimiento, lo complicamos porque algo dentro de nosotros nos impulsa a “servir” y a “proteger” a nuestro ego. Nuestro ego es el “yo”, el “mi”, lo “mío”. Pero este impulso de servicio y protección de nuestro “yo”, no es necesario, y no lo es porque aquello que realmente somos, no corre ningún peligro.
¿Qué somos?, ¡somos un alma! Y el alma, nunca se ha visto herida, no necesita protegerse, no necesita sirvientes, porque sigue como cuando estaba en “casa”, limpia, pura, sin que la afecten los problemas de la vida.
¿Problemas?, ¿Qué problemas?, los únicos problemas que existen, todo aquello que queremos solucionar y proteger no existe fuera de nuestra mente.
Nacer a la vida, es dormir mientras esta dura. Y mientras estamos en la Tierra, dormidos, soñamos otra realidad. La realidad del deseo, la realidad del sufrimiento. Nuestro sueño comienza en el instante del nacimiento, ya que en los primeros compases de la vida vamos paulatinamente olvidando de dónde venimos. Y a partir de aquí, vamos, en nuestro sueño, acumulando ideas y creencias sobre nosotros mismos y el mundo. Conceptos, prejuicios, deseos, temores, como somos, que piensan los demás de nosotros, quien nos agrada y quien nos disgusta, etc., etc. Pero todo esto, sólo está en nuestra mente, en la manera en la que hemos ido interpretando nuestras experiencias, ya que si las hubiéramos interpretado diferente, todo cambiaría, todo tendría un sentido diferente. Pero a nosotros nos da lo mismo, para nosotros es nuestra propia realidad y nos quedamos enganchados a ella. ¡Nos olvidamos completamente de nuestro verdadero ser!, ¡Nos olvidamos del alma!
Creer que somos una entidad diferente es una quimera, es una ilusión, es producto de nuestro sueño mientras permanecemos en el cuerpo. Pero sí que hay una realidad, el cuerpo y la mente si necesitan protección y cuidados; pero no el alma.
Vivimos en un mundo de sueños donde lo mental y lo físico son las únicas realidades que percibimos, y nos vemos a nosotros mismos y a nuestros semejantes como seres diferentes, independientes, separados. No es así, estamos dormidos.
Sólo hay que despertar, sólo hay que recordar. Pero, ¿Cuándo se inicia el despertar? ¿Cuál es el despertador que hay que utilizar? ………., ¡Fácil!, hay que utilizar la propia mente: Permanecer atentos, para soltar “la creencia”, “el punto de vista”, “el placer”, “el dolor”, “la enfermedad”, “el sufrimiento”, “el deseo”. Soltar es vivir la experiencia, sólo hay que permitirla sin juzgar, permitirla tal como es, permitir el dolor y el placer en la misma medida, en el momento justo. No se ha de permanecer presentes en la experiencia permanentemente, se ha de vivir en “el momento que toca”, completamente, sin rechazarla, sin esconderla. Se ha de vivir la experiencia, pero una vez que esta ha pasado no se ha de volver a ella.
Vivir completamente la experiencia es el inicio de la sanación, es el inicio del despertar, es el inicio de ver a Dios en todas las cosas. Permitir la experiencia sin juicios, permitirla tal como es, permitirla en el momento que llega, nos va a permitir despertar, recordar y crecer para acercarnos a nuestro verdadero hogar, para acercarnos a Dios.
Por favor, puedes explicar cómo llevar a cabo lo que dices en nuestra vida real? ejemplo real y práctico: esta mañana a las 7.30 mi marido le ha dado una bofetada a mi hijo de 18 años "por nada"... he sentido tanto dolor, tanto... (no le había pegado desde que era crío... lo de hoy ha sido absolutamente sorprendente)..la cara de mi hijo, su dolor, la rabia contenida, la decepción... ahora qué he de hacer...cómo vivo plenamente este dolor? lo estoy haciendo ahora... pero... puede estar ahí hasta la noche, hasta mañana...quiero decir... hasta cuándo se vive plenamente el dolor y cómo se libera y no vuelves más? cómo me digo "que estoy durmiendo" y pasado mañana hablo con mi marido cordialmente y "ya no me acuerdo" de mi dolor de antesdeayer...¿? no hablo con ironía, estoy pidiendo ayuda. Gracias. BA.
ResponderEliminarParalelamente a estas situaciones de la cotidianidad estoy viviendo experiencias "del extra mundo"... mágicas, PERO... veo que ello no me ayuda en mi día a día...¿?