Recientemente conversábamos con una buena amiga sobre lo duro que representa romper el silencio, ese silencio muchas veces auto impuesto, que a menudo nos paraliza en el tiempo ante la pérdida de un ser querido. Y es que apenas unos días después de habernos despedido de esa persona todo lo que nos envuelve también está embargado por ese silencio y nos dejamos llevar.
Los que nos rodean, amigos, familia, conocidos, tratan de consolarnos sin hablar, casi como si nada hubiera pasado y lo más que oímos es que “hay que tirar para adelante, que él o ella es lo que querrían”…. Entonces confiando en que todos pasamos por el mismo trance antes o después, escuchamos los consejos y nos apresuramos en volver pronto al trabajo, a nuestra rutina y tratamos de estar ocupados permanentemente para no pensar, esperando que el tiempo nos traiga otras cosas más alegres y, poco a poco, aunque no olvidemos, podamos vivir como si hubiésemos olvidado. Todos deseamos hacer un proceso lo menos doloroso posible y no sabemos cómo. ¿Pero, es eso lo que realmente necesitamos?
Seguramente no. Y lo sabemos cuándo pasado un tiempo en que hemos vuelto a sonreír y ha habido momentos cada vez más largos en que no hemos pensado, de repente, en un instante cualquiera, nos invade la tristeza y nos vemos atrapados en los mismos pensamientos (¿porqué a él/ella? ¿por qué a mí, a nuestra familia? Que injusto….) y sintiendo la perdida como si fuera en ese mismo instante.
Quizás, apenas nos quedó espacio para llorar, para hablar o recordar y revivir tantos momentos compartidos con él/ella. Quizás no lo hicimos porque no quisimos o quizás no pudimos por miedo. Como me decía esta amiga, a veces no podemos ni escribir en un papel lo que sentimos por miedo incluso a reprocharles su partida.
Reflexionando sobre todo esto y sintiéndome muy cercana a su dolor, sentí que, como siempre, las palabras y los consejos de poco sirven, porque cada ser humano se expresa de acuerdo a como se siente. Y el sentir es algo que está basado en la forma de ver la vida en toda su magnitud, en la manera de vivirla y de vibrar con ella.
Ante una pérdida es humano y lógico que, al principio y aún durante un tiempo, nos invada la desesperación, las preguntas, los porqués y que nos quejemos y lamentemos de lo injusta que es la vida, porque sentimos que nos han arrancado una parte de nosotros mismos y que ya nada será igual. Y es cierto, nada ya es igual, porque nuestra vida se va tejiendo con los hilos que nos sujetan en cada momento.
Sin embargo, poco a poco, puede ayudarnos establecer un diálogo sereno con uno mismo sobre quiénes somos y cómo queremos vivir todo lo que la vida nos va trayendo. Podemos elegir sentirnos de alguna manera concreta (desgraciados, tristes….) o sencillamente podemos sentir y sentirnos como lo que verdaderamente somos: pura energía y reconocernos cómo alma. Es entonces cuando dejamos de reprochar nada porque sabemos que lo que llamamos cuerpo es tan solo un vestido mientras estamos en la Tierra. Y sabemos que a aquél o a aquella que se ha ido, aprendimos a necesitarlo, pero no queríamos su cuerpo, sino que amábamos a la persona, al ser, al alma. Y esta permanece en el espacio y el tiempo.
Si podemos llegar a sentir esto, nos damos cuenta también de cuan absurdos son los reproches, porque él/ella, como todos, escogió cuando nacer y cuando morir, de qué manera y en qué lugar, para su aprendizaje, para su evolución, y para el aprendizaje y la evolución de cuantos le/la rodearon y compartieron su vida.
Pero como le decía a mi amiga: aquí ni Dios mismo, ni el Universo, ni ninguna fuerza extraordinaria puede hacer nada por nosotros para amortiguar nuestra pena y nuestro dolor, si antes nosotros no emprendemos el camino del autoconocimiento intenso de quiénes somos realmente y de lo que sentimos.
Nadie nos garantiza un duelo sin lágrimas, lloros, quejas y/o reproches, incluso puede ser necesario, pero lo que sí es cierto es que si logras sentir más allá de tu cuerpo físico y tu mente, una vez pasada la tormenta podemos recogernos en la calma y alcanzar a sentir paz en el corazón y, aún sin olvidar, permitirnos cerrar nuestro duelo para siempre, pero no cerrar nuestro amor, porque seguiremos amándola/le por siempre.
Entrada publicada por Elisenda Julve.
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