La mayor parte de nosotros vamos caminando por la vida sin objetivo, sin destino, sin la menor idea de nuestro motivo, sin comprender qué camino es el que estamos recorriendo, ni porque lo estamos haciendo. Cuando somos conscientes de esa falta absoluta de objetivo, y observamos que estamos caminando con grandes y constantes esfuerzos, y sin ninguna idea respecto del fin hacia el que nos dirigimos, entonces desciende sobre nosotros una especie de hormigueo, de desazón, de desorientación. Nos sentimos perdidos, abandonados, sin esperanza. Llega a nosotros una especie de escepticismo, de desilusión, de aburrimiento y, nos preguntamos: de si después de todo, merece la pena el tomarse el trabajo de vivir y de respirar, ante lo que tenemos por delante, que nos parece desconocido. Pero ¿Es realmente imposible hacer una conjetura respecto de la razón de nuestra existencia?
Esta pregunta, proveniente de la tristeza, de la desesperación, de la desesperanza y del aburrimiento, hecha por nosotros en el momento que tenemos conocimiento de la inconsistencia de nuestra vida, es probablemente la misma pregunta que todos se han hecho en todas las épocas anteriores a la nuestra.
Solamente llegar al conocimiento de la inutilidad de una vida sin objetivo, solamente llegar a la pregunta de cuál es la razón de nuestra existencia, es como haber alcanzado a tocar las borlas del alma. A partir de aquí, empieza el verdadero trabajo de nuestra existencia: descubrir la razón de ser y trabajar para la consecución de esa razón, trabajar para abarcar la totalidad del alma, no sólo de su envoltura.
En un principio, incluso parece que podemos conformarnos con saber cómo cambiar el dolor por el placer; o lo que es lo mismo, encontrar por medio de qué procedimiento puede regularse la conciencia, con objeto de que la sensación más agradable sea la que siempre se experimente. Para esto tenemos una herramienta poderosa: la mente. Regular la conciencia puede ser conseguido por el esfuerzo del pensamiento.
Si una persona mantiene su mente fija en algún asunto determinado con la concentración suficiente, obtiene, más pronto o más tarde, la iluminación con respecto al mismo. A la persona que consigue eso se le llama genio, inventor, inspirado.
Por lo tanto, si en lugar de mantener el pensamiento concentrado en un asunto determinado, lo mantenemos concentrado en ¿la nada?, en ¿la respiración?, en ¿las sensaciones del cuerpo?, en suma nos mantenemos en meditación, llegaríamos no a la iluminación sobre el asunto en el que estuviéramos concentrados, llegaríamos a la Iluminación absoluta, llegaríamos a la unión con el alma.
Para eso, hace falta valor, ya que podemos estar concentrados en nuestros miedos, tiempo y tiempo, sin aburrirnos, sin cansarnos, sin voluntad, alcanzando la “iluminación” en nuestras miserias, y no somos capaces de utilizar ni un gramo de voluntad para alcanzar la Iluminación con mayúscula.
Llegar a saber cuál es la razón de nuestra existencia, abandonar esa convicción y no trabajar por ello, es como llegar a la cima de una montaña, con gran esfuerzo, y al llegar arriba, tumbarse y dejarse caer rodando por la ladera de la montaña, para volver otra vez al valle. ¡No!, una vez arriba de la primera cima, hay que mantenerse en la cima, sin miedo, sin vacilación, para buscar la siguiente cima y empezar la siguiente escalada.
Cada persona se siente atraída por determinados placeres, y encuentra en su consecución el mayor de los deleites. Y naturalmente, durante su vida, se dirige a estos placeres de un modo incluso inconsciente, de la misma manera que el girasol se va volviendo hacia el sol. Pero, ¡qué curioso!, cada vez que se consigue el placer, este se pierde, y vuelta a comenzar. Es una lucha permanente, es un trabajo que oprime terriblemente el alma. Es más, realmente nunca se alcanza el placer, porque al final este se escapa. Y eso sucede porque se pretende satisfacer las necesidades del alma por el contacto de objetos externos. Es imposible que nada del exterior pueda satisfacer al ser interno, que es el que reina en el interior, y que no tiene sentidos para la materia. Nada le limita al ser interior, está en todas partes, está en el Universo, y el Universo sería incompleto sin el ser interior.
Esta es la razón de la vida. Conocer la grandeza del ser interior y conectar con él. Cualquier otra significación que se le quiera dar a la vida carece de sentido.
Por lo tanto, amigos/as, cuando lleguéis a esta conclusión, cuando lleguéis a la razón de vuestra existencia, abandonar la persecución de los placeres externos, porque seguiréis subiendo, con esfuerzo, a la cima y rodando de inmediato hacia abajo, para volver a subir y volver a caer.
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