Querido
Dios
Hoy no voy a agobiarte con preguntas ni dudas interminables. Hoy simplemente quiero compartir cómo me siento. Cómo esta tarde gris, pasada por agua, me ha hecho reflexionar sobre el momento que vivo y lo que significa para mí.
Es sábado y ya casi
son las seis. Desde mi escritorio, miro a través de la ventana. Llueve
intensamente, como si el cielo se hubiera guardado una pena durante siglos y
ahora decidiera desahogarse de golpe. Han pasado treinta días de lluvia
constante, algo inesperado, algo que no vivimos hace mucho tiempo. Los pantanos
casi están llenos y los ríos, que llevaban años moribundos en su sequía,
empiezan a recuperar vida, alcanzando porcentajes que no habíamos visto en
demasiado tiempo.
Por supuesto, sé que
nada de esto te sorprende. Todo está bajo tu mirada eterna y sabia, y cada gota
que cae sigue siendo parte de tu diseño infinito. Sin embargo, te cuento esto
no para informarte, sino para situar mi corazón. Mientras la lluvia golpea la
tierra, me siento lleno de algo extraño y hermoso. Me siento bien, Dios, porque
en este instante, donde el mundo parece distante y el ruido queda ahogado por
el agua, estoy solo.
La soledad me acompaña
aquí, pero no me pesa como a otros. Mi familia y las pocas personas que puedo
llamar amigos me ven como alguien peculiar, casi un extranjero en esta cultura
que idolatra la compañía y el bullicio. Ellos me dicen que soy raro por buscar
el silencio, por preferir un rincón apartado donde no haya nadie más que yo y
este espacio que siento como sagrado. Pero para mí, la soledad no es ausencia;
la soledad es presencia. Es un puente hacia Ti.
Cuando estoy solo, me
escucho más claramente. Puedo oírte en el fondo de mi pensamiento, en lo que a
veces parece una conversación muda, pero intensa. Mientras otros huyen de la
soledad como de una sombra, como de algo incómodo o indeseado, yo la abrazo
como el regalo que me permite verte mejor. Es curioso cómo la falta de compañía
humana, que para algunos sería un vacío aterrador, para mí se convierte en un
espacio lleno de Ti. En ese silencio donde otros verían un hueco, yo encuentro Tu
susurro, ese aliento divino que me recuerda que nunca estoy completamente
solo.
Y cuando llueve, como
hoy, la sensación se multiplica. La lluvia pone el mundo en pausa; los sonidos
se apagan, las calles se vacían, y todo parece reducirse a esta conexión que
siento Contigo. No sé si otros sienten lo mismo. Tal vez soy único en esto o
quizás hay más almas que también buscan su rincón en la soledad para
encontrarte. Pero lo que sé es que hoy, en este instante, me siento bien. Muy
bien.
¿Es extraño amar la
soledad de esta manera? ¿Es raro encontrar belleza en el aislamiento? Lo sé,
Dios, todo esto está dentro de Ti, y Tú mismo nos enseñaste a veces a buscarte
en silencio y apartados. Entonces, ¿por qué en el mundo moderno la soledad se
percibe como algo casi incorrecto? A menudo me pregunto si estamos perdiendo
algo valioso al huir de ella, al llenar cada momento libre con distracciones
que nos alejan de nosotros mismos y de ti.
Mis días pasan a
menudo en solitario, pero no con tristeza. Vivo cada momento como un diálogo
contigo, una exploración de esta relación que tenemos, que para mí es única y
especial. Y si tuviera que definir lo que siento cuando estoy solo, no hablaría
de vacío ni de nostalgia; hablaría de plenitud, de paz. Me siento completo en
mi soledad porque, paradójicamente, en ella te encuentro.
Eso es todo lo que
quería compartirte hoy, Dios. Mi corazón se siente ligero, como si las palabras
escritas fueran un río que fluye hacia Ti. Te agradezco cada momento de
quietud, cada instante en el que la lluvia cubre el ruido y me regala un
espacio para recordarte.
Gracias
por escucharme.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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