El viaje del alma
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Páginas
Lecturas en línea
Libros publicados
Wikipedia
viernes, 19 de agosto de 2022
jueves, 18 de agosto de 2022
Diario íntimo de un babau (3)
Miércoles 17 de agosto 2022
Aún estoy rojo como un pimiento morrón por la vergüenza que he pasado debido a una conversación mantenida con mi propio pensamiento. Me ha dejado en evidencia con una de las creencias que yo creía que tengo más arraigadas, la igualdad. Pero vayamos por partes.
Hoy ha amanecido
un día normal. Un día típico de agosto en Lima, una neblina muy baja y la garúa
mojando, casi sin querer, las calles en su lento y minúsculo caer.
Me he despertado a
las 5, como siempre. Da lo mismo que me acueste a las 10 de la noche o a las 2
de la madrugada. Tengo una alarma interior que a las 5 hace que abra los ojos a
un nuevo día. Y durante media hora he estado batallando, como cada día, conmigo
mismo, para vencer a la pereza y dejar ese refugio tan calentito en el que he
pasado las últimas horas. Esa media hora de batalla es muy peligrosa porque
corro el peligro de volverme a dormir, sobre todo si me he acostado tarde, y
entonces puede ser una pequeña debacle, por todo el trabajo que tengo que hacer
durante la primera hora después de levantarme.
Al final he
apurado la media hora y a las 5:30 entraba en la ducha. El agua caliente resbalando
por mi cuerpo, es el primer placer del nuevo día.
Soy consciente de
que las duchas con agua fría tienen un montón de beneficios: fortalecen el
sistema inmune, activan la circulación sanguínea, despejan la mente, activan el
cuerpo, incrementan la energía, refuerzan el sistema cardiovascular y, algunas
más que no recuerdo, pero…, a mí, el agua fría solo me gusta para beber en
verano y tener que ducharme con ella me pone de muy mal humor.
Durante una buena
temporada en la que enseñaba Kundalini-Yoga y seguía “casi” todos los preceptos
que recomendaban los maestros del Kundalini, me duchaba con agua fría. Más que
una ducha parecía una carrera contra el tiempo, porque trataba de mojarme todo
el cuerpo en el menor tiempo posible. Tengo que reconocer que durante una buena
parte del día estaba amargado porque echaba en falta el agua, casi quemando, resbalando por mi cuerpo, sin límite de tiempo.
Ahora no. Disfruto
de cada segundo, debajo de la ducha, y de cada gota de agua caliente que va
rozando y, a veces, quemando mi cuerpo.
A las 6 estaba
fuera, (sí, soy un poco lento. Si me duchara con agua fría estaría listo a las
5:35).
Y ahí comienzo una
rutinaria maratón. Organizo mi desayuno y el del niño, (tengo un hijo de 10
años), preparo la lonchera que se lleva al cole, pongo la lavadora en marcha,
recojo la ropa seca del día anterior y la preparo para la plancha con la que
comienzo cuando vuelvo de mi paseo matinal, desayuno y cuando todo eso está
listo despierto al niño.
Durante la
siguiente media hora estoy, prácticamente, pendiente de mi hijo: Como se viste,
que tal desayuna, si se cepilla bien los dientes y alguna cosa más. Y a las
7:30 le acompaño al colegio.
En 5 minutos
llegamos al cole, porque solo tenemos que atravesar dos pistas. Tenemos el
colegio enfrente de casa.
Una vez que le he
dejado a él me voy a caminar durante una hora. Hoy hacia frío y me mojaba la
garúa, pero, aun así, es muy agradable pasear al lado del mar, aunque casi
estaba desaparecido por la neblina. A esa hora de la mañana somos 4 caminando y
otros 4, más jóvenes, corriendo, por lo que el paseo es una placentera
meditación.
He llegado a casa
a las 9. La tarea que me espera es tender la ropa, hacer las camas, planchar y
cocinar.
Hay dos trabajos
de los que tengo asignados en la casa que me fastidian un poquito y hasta se me
olvida que tengo que hacerlos. Uno es tender la ropa y el otro lavar los
platos.
Ha sido tendiendo
la ropa cuando mi propio pensamiento me ha dejado en ridículo.
El tendedero donde
tiendo la ropa está en la lavandería, que es un cuarto de 5 metros cuadrados,
donde se encuentra la lavadora y un fregadero. El colgador de la ropa se
encuentra a 30 centímetros del techo, por lo que para tender la ropa tengo que
subirme en una de esas escaleritas de cocina de dos peldaños. Hoy tenía que
tender sábanas porque había cambiado las de la cama del niño.
Y ahí estaba yo,
con la funda del edredón, haciendo equilibrios en la escalerita, por un lado,
para no caerme y, por otro para que la funda no tocara el piso. No conseguía
cuadrarla. Cuando jalaba de un lado se descuadraba del otro. Al final lo conseguí
y comencé una segunda batalla con la sabana bajera, esa que se ajusta al
colchón. Se supone que la sabana es más fácil que la funda del edredón, pero
cuando las cosas se complican se puede tropezar hasta con el pensamiento.
Estaba tan
incómodo que bajé la sabana, por un momento, y fue entonces cuando lancé una
queja, supongo que a la nada o al Universo, porque estaba yo solo en la
lavandería.
-
¡Tú te crees que a
estas alturas de mi vida tengo que estar haciendo todo el trabajo que hago en
la casa! Se supone que debería de levantarme, tranquilamente, a las 8, encontrarme
el desayuno en la mesa, ir a pasear para hacer ejercicio, volver cerca del
mediodía, almorzar, dormir una siesta y después leer, escribir, meditar y hacer alguna
terapia hasta la hora de la cena, ver un poco de tele y a dormir.
-
Mi pensamiento fue
rápido como el rayo- Y todo eso que tu no quieres hacer, ¿Quién lo haría, tu
esposa? Tu que eres un defensor de la igualdad en todas sus formas, por razón
de sexo, de religión, de pensamiento, de clase social, ¿serias capaz de
permitir que tu esposa, además de trabajar fuera de casa, hiciera en el hogar
no solo el trabajo que ella tiene asignado, sino también el tuyo?, ¿eres un
defensor de la igualdad real o solo de boca para fuera?
Un color se me iba y otro se me venía. Hasta ese momento
no había sido consciente de que una queja, como la que yo había hecho, era la
demostración palpable de que, en algún rincón, dentro de mí, permanecía alguna
energía acumulada que me hacía creer que como era “hombre” y con unos cuantos
años encima, debería de vivir como un rajá, siendo servido en todos mis
caprichos.
He sido consciente de mi falta de coherencia en el
pensar, decir y actuar. De inmediato, me he puesto a cantar un mantra “Ajai
alai”, que ayuda a sanar la depresión y la ira, mientras terminaba de tender la
ropa.
Después, me he permitido aplazar la plancha durante una
hora para sentarme en meditación para conectar con esa energía discriminatoria
y machista de la que no tenía conocimiento, para erradicarla, de una vez por
todas. Y seguiré hasta que no me enfade tendiendo sabanas.
Aceptar
Capítulo III, parte 1 de la novela "Ocurrió en Lima"
Estaba
finalizando el mes de agosto con más pena que gloria. No había vuelto a salir
el sol, lo cual es normal, porque en el hemisferio sur, agosto es el mes más
frío del invierno. No me había contactado ninguna de las empresas en las que
había entregado mi curriculum. En mis salidas, escasas, todo hay que decirlo,
no me había vuelto a encontrar con Ángel.
El
trabajo de aceptación de las situaciones que se iban presentando en mi vida y
la atención a mis pensamientos, para desarrollar el amor hacia mí, es posible
que avanzara demasiado despacio para mi gusto. Ni tan siquiera sabía si estaba
obteniendo resultados positivos. Hay que tener en cuenta que vivía solo y que
me relacionaba poco, por lo que era difícil encontrar diferencias con alguna
situación anterior.
Pero yo
seguía intentándolo.
Ya no
me comparaba con nadie y eso hacía que me sintiera más tranquilo, menos
agresivo con la vida y conmigo mismo. No sé cuánto podía haber avanzado en el
auto amor y, tampoco creo que nadie pudiera hacer una medición. Que yo sepa no
existe un medidor de amor. Tendría que ser yo mismo el que calibrara la
cantidad de amor que había en mí o estaba logrando desarrollar.
Pero sí
tenía claro que planteaba mi futuro con algo más de tranquilidad, sin
infravalorarme y, sobre todo, sin ansiedad. Cada vez se presentaba con más
frecuencia el pensamiento de intentar ser mi propio jefe, trabajando desde casa
en la reparación de computadoras y en el diseño de programas y páginas web. Yo
iba dejando que ese pensamiento se pasease por el cerebro, sin intervenir, como
esperando que tomase fuerza o que algo en mi interior saltara de júbilo y
gritara: “¡Sí, ese es tu futuro!”.
Lo que no había hecho era
sentarme a meditar. Supongo que, en realidad, tenía miedo de volver a
encontrarme con Dios. No por el hecho de que fuera Él, sino porque tendría que
replantearme la creencia, que yo tenía sobre Dios, de que nunca parece que haga
o resuelva nada.
Sin embargo, ahora lo debía de
estar pensando con una sola neurona, porque era un pensamiento con muy poca
fuerza, ya que yo mismo después de la conversación con Ángel en la que me
explicó que Dios, sencillamente, Es, y que, no solo, es el Creador, sino que
mantiene todo lo creado, me sentía más tolerante sobre la idea de Dios. Ya que,
si todos vivimos en Él, parece que su trabajo ya no es tan inútil.
Unir este pensamiento con la
sensación de “complitud”, que sentí paseando el último día que me encontré con
Ángel, generaba en mí interior una sensación de serenidad que no me abandonaba
desde entonces. Todo esto unido, hacía que me sintiera diferente, más
tranquilo, más en paz, menos aburrido de la vida. ¡Faltaba ver cuánto iba a
durar ese estado!
Estaba planchando, paseando por
estos pensamientos, cuando comenzó a sonar el celular. Miré la pantalla y no
apareció ningún nombre. Era un número que no figuraba en mi lista de contactos.
-
Hola –contesté, esperando que al otro
lado surgiera alguna voz tratando de venderme cualquier tontería.
-
Hola, ¿eres Antay? –preguntó una voz de
mujer.
-
Sí. ¿con quién hablo? –si se hubiera
presentado me habría ahorrado la pregunta.
-
Si, disculpa. Mi nombre es Indhira. Soy
masajista y terapeuta y, un paciente mío, un señor mayor que se llama Ángel, me
dio tu número, porque tengo un problema en la computadora y él me dijo que te
llamara que eres un experto en computadoras, - ¡vaya!, pensé, parece que el
encuentro con Ángel ha servido para algo tangible.
-
Perdona, conozco a Ángel, pero no soy
consciente de haberle dado mi número –y era verdad.
-
Sí, es cierto, tuvo que buscarlo en las
redes. Y lo hizo delante de mí. Bueno, la pregunta es si podrías pasar por mi
domicilio para mirar mi computadora y, también, cuanto me costaría la visita.
-
A lo mejor esta era la respuesta al
pensamiento de ser mi propio jefe que se paseaba por mi cerebro, desde hacía
días, pero necesitaba saber dónde vivía- ¿Cuál es tu dirección?
-
Estoy en Miraflores en la cuadra once
de Pardo –contestó.
-
¿Qué te parece ciento cincuenta soles
por la visita? y darte un diagnóstico o repararla, si se puede, en el momento
–Supongo que no sería un precio excesivo.
-
Me parece perfecto. ¿Cuándo puedes
pasarte?, si fuera esta tarde a primera hora sería genial.
-
¿A las tres?, -tenía todo el tiempo del
mundo, por lo que fue muy fácil satisfacer a mi interlocutora.
-
Es una buena hora. Pero se puntual,
porque a las 4 tengo un paciente –claro, ella no sabía que yo era el paradigma
de la puntualidad. Ya sé que soy un peruano atípico, pero…
-
Siempre soy puntual. Pásame la
dirección completa por WhatsApp. Nos vemos a las tres.
-
Gracias, hasta la tarde.
Desconectamos la llamada y el primer pensamiento que llegó a
mi mente fue:
miércoles, 17 de agosto de 2022
La historia se repite
De la novela "Ocurrió en Lima". Capítulo II, parte 7.
-
No entiendo nada Ángel.
-
Déjame que te hable de Dios y así lo
entenderás. De Dios sería suficiente con que te dijera que “Dios Es”, y lo Es
desde siempre. Pero, ¿cómo empezó todo? Como para nosotros es casi inconcebible
que algo no tenga principio o fin podemos decir que al principio de los tiempos
había Nada y esa Nada era Dios. Fue a partir de esa Nada, es decir de Dios, que
comenzó la Creación. Por lo tanto, todo, absolutamente todo, procede de Dios,
tú y yo incluidos. Todos los seres humanos somos lo mismo, somos hermanos,
todos hijos de Dios. Cada uno de nosotros somos como un átomo de la Energía
Divina. Ese átomo o chispa de energía vive al otro lado de la materia y seguirá
haciéndolo hasta que se encuentre preparado para volver a unirse a Dios.
–aproveché una pausa en el relato de Ángel para hacerle un resumen de lo que yo
estaba entendiendo.
-
Permíteme que te haga un resumen para
ver si lo voy entendiendo. Dios no es, ni ha sido una persona como Jesús, Buda
o Mahoma. Dios es la Energía Suprema de la que procede todo. -¿es correcto?
-
Así es. –corroboró Ángel.
-
Entonces al otro lado de la vida está
Dios y todos los que han vivido o vivirán en la materia.
-
No. Dios no está al otro lado de la
vida. Dios Es, Dios Está. Está aquí y allí. Está a este lado de la materia y
está al otro. Al otro lado están todos los que han vivido o vivirán en la
materia, pero están en Dios. De la misma manera que la luz de una vela está en
la luz del Sol. Iluminadas por el Sol puede haber miles, millones de velas.
>>
Y nosotros en la materia, también, estamos en Dios, porque Dios lo es Todo. ¿Lo
entiendes? –quiso saber.
-
Lo entiendo. Entonces todos existimos
desde siempre y vamos a vivir para siempre de forma independiente o formando
parte de Dios. -sin embargo, había algo que no entendía y así se lo hice saber
a Ángel.
>>
Hay algo que no entiendo muy bien. ¿Por qué cuando una persona tiene una
experiencia cercana a la muerte, cuando vuelve a la vida nos habla de lo bien
que se está al otro lado y de la sensación de amor que ha sentido y, sin
embargo, nosotros en el cuerpo no sentimos ese amor ni esa sensación de
cercanía con Dios como lo sienten ellos? Se supone que, si todos vivimos en
Dios, tanto al otro lado de la vida como en este lado, todos deberíamos de
sentir ese amor. ¿Por qué no lo sentimos?
-
Por un tema de energía, -respondió
Ángel- La vibración cuando estamos en el cuerpo es mucho más baja y no somos
capaces de apreciar la sutileza de la energía que nos envuelve. Aunque, en
realidad, no hay un lado y otro lado de la vida. Lo que pasa es que el alma, lo
que somos, vibra diferente con materia que sin materia.
>>
Este es, justamente, el trabajo que se ha de realizar cuando se está encarnado
en un cuerpo. Primero, llegar a entender, de manera intelectual, que todos
somos hermanos, hijos de un mismo Padre, para, a continuación, comenzar a
percibir esa realidad que se ha comenzado a entender. A eso se llega
incrementando la cantidad de amor.
-
¿Ese es el objetivo de la vida?, ¿es lo
mismo que el propósito que yo tuve claro hace un momento?
-
Exacto –sentenció Ángel-, lo sentiste
hace un momento. Solo tienes que recordar que formas parte de un Todo, que
todos somos lo mismo y que, por lo tanto, hemos de amar a todos como a nosotros
mismos. Ese es el único propósito de la vida. ¿Te suena la frase, ama al
prójimo como a ti mismo?
-
Sí que me suena, pero el que seamos
incapaces de aceptarnos tal como somos es una prueba inequívoca de que no nos
amamos. Así que si no nos amamos y tenemos que amar a todos como a nosotros
mismos, lo tenemos mal.
Mientras
Ángel movía la cabeza afirmativamente, con una mueca de tristeza en su cara, mi
pensamiento realizó un repaso de los grandes conflictos armados, de los
millones de desplazados por la guerra y el hambre, de los millones de niños que
mueren por desnutrición, de la violencia familiar, del nefasto reparto de la
riqueza, de la hipocresía de las religiones, de los dirigentes psicópatas, de
la intolerancia a todo lo que es diferente. Aunque no hace falta desplazarse a
un país en conflicto para vivir todo eso, ya que en el nuestro tenemos un poco
de todo: políticos corruptos, machismo, falta de respeto hacia todo lo que se
mueve, hambre, racismo, pobreza extrema, trabajo precario, corrupción en
cualquier estamento oficial, falta de servicios básicos, inseguridad
ciudadana.
-
Termine mi pensamiento en voz alta- El
mundo, en estos últimos tiempos, parece haberse vuelto loco.
-
En estos últimos tiempos no Antay –me
corrigió Ángel-, en el cuento del Paraíso Terrenal recuerda que Caín mató a su
hermano y solo fue por envidia, es decir, solo fue por un pensamiento.
Pensamiento producido por una falta de amor. Por eso te comentaba en nuestro
primer encuentro que tienes que aprender a amarte. ¿Cómo lo llevas? –preguntó.
-
Creo que lo llevo bien porque he
comenzado a cambiar mi modelo de comparación mientras aprendo a no compararme
con nadie.
-
Es perfecto ese trabajo. Está muy bien
compararte con un modelo menos demandante, pero, como tú bien dices, lo
importante es no compararse. Lo importante es aceptar lo que eres.
-
Ahora que hablas de aceptar, hace unos
días me ocurrió algo curioso. Me senté a meditar para ver si eran ciertos los
beneficios de la meditación que acababa de leer y creo que estuve hablando con
Dios. ¿Tú crees que me estoy volviendo loco? –estaba seguro que Ángel, con la
sabiduría que parece almacenar, era la persona idónea para que opinara sobre mi
posible conversación con Dios.
-
No creo, en absoluto, que te estés
volviendo loco. Si tú crees que hablaste con Dios, es seguro que sí hablaste
con Él, y ¿sobre qué trató la conversación?
-
Sobre la aceptación. Me acordé de ti y se me
ocurrió pensar que aceptarse uno mismo es una prueba de amor. Si me acepto es
que estoy satisfecho conmigo. ¿Qué opinas? –pegunté a Ángel, buscando su
aprobación.
-
Me parece perfecto. Así funciona. La aceptación es una prueba de amor.
>>
Y ahora puedo contestar a tus preguntas. Preguntabas como se llega de manera
consciente a ese estado que tú has denominado como "complitud". Se llega cuando
detienes el pensamiento, cuando te desidentificas del “Yo”.
>>
No hay nadie que viva en ese estado de manera permanente. Pero si hay personas
que llegan a él. Se puede conseguir en la meditación.
>>
Tú fuiste consciente de que todo tiene un propósito que es aprender a amar,
como Dios nos ama, y para eso se organiza la vida. Cada uno de la manera que
estima conveniente, porque cada alma sabe, antes de venir a la vida, que es lo
que necesita para alcanzar la meta del amor.
>>
Y si no se consigue en la vida, se repite. Por eso nacemos y morimos unas
cuantas veces.
>>
Pero mientras se trabaja para lograr el objetivo máximo, que ya sabes que es
aprender a amar, como Dios nos ama, nos programamos otros pequeños trabajos que
no son otros que cerrar los círculos que se mantienen abiertos de otras vidas.
>>
Esos círculos son las causas pendientes. Pagar lo que debes o cobrar lo que te
deben a ti. Te pongo un ejemplo muy claro: Alguien que mate a una persona tiene
que recibir algo similar o equivalente para que el círculo se cierre.
-
Pensando en tu ejemplo, se me ocurre
pensar que ese círculo no se va a cerrar nunca. En esta vida me matan a mí, en la
siguiente vida mato yo, y volvemos para que me vuelvan a matar y seguiríamos
así indefinidamente. No se acaba nunca.
-
Por supuesto que se acaba, -respondió
Ángel con una sonrisa- Se acaba cuando se perdona. Si en esta vida te toca
matar a ti, pero en lugar de hacerlo perdonas a la persona que te hace el daño,
ahí se acaba y se cierra el círculo.
-
Entiendo. Todo se basa en amar y
perdonar. El único propósito de la vida es ese: amar y perdonar.
-
Aun voy a ir un poco más allá, -me
anunció Ángel- Si amas no necesitarás perdonar, porque nunca te sentirás
ofendido. Y si no hay ofensa, no es necesario el perdón. Por lo tanto, puedes
reducir el propósito de la vida a un solo concepto: amar.
>>
La programación final la conocen las almas, por eso encarnan, por su afán para
aprender a amar, cuanto antes, para disfrutar del gozo de unirse a Dios. Y las
programaciones para ir cerrando círculos pendientes las organizan, de manera
independiente, cada alma, de acuerdo con las almas involucradas en el círculo
que tratan de cerrar.
>>
No son propósitos opuestos, solo que cada alma tiene sus propios temas
pendientes. Y si no se cumple el propósito, no pasa nada, volverán a la vida,
una vez más, para poder cumplirlos. Las veces que sean necesarias.
>>
¿Lo tienes más claro?
-
Creo que sí, aunque sigo sin tener muy
claro para que puede servirme en la vida.
-
Para ser feliz. Cuanto más te acercas
al amor más felicidad sientes en tu interior.
>>
Y cambiando de tema, ¿te importa si vamos caminando por donde tú venías? Tengo
que recoger unas cosas en una tienda delante del Parque Kennedy –esto último lo
dijo ya levantándose del banco.
-
No, no me importa. Te acompaño –y
comenzamos a caminar hasta el parque.
Subíamos
lentamente, ahora, hablando de nimiedades, del tiempo y del cambio de ministros
que había ocurrido dos días atrás. Estas sí que eran conversaciones normales,
como las que estaba acostumbrado a mantener, y no como la que habíamos tenido
hasta levantarnos del banco.
Al
llegar a la altura del edificio donde está mi departamento le dije a Ángel que
ya me quedaba en casa. Nos despedimos sin más, como la vez anterior.
No
había dado ni diez pasos hacia el portal de mi casa cuando me crucé con Álvaro,
un vecino de mí mismo bloque.
- ¿Qué
tal Antay?, ¿disfrutando de esta mañana tan magnífica? –fue su saludo.
- Si
–contesté- un día así hay que aprovecharlo.
- Y
siempre solo, ¿no te aburres?
- No me
aburro, estoy acostumbrado, pero hoy no he estado solo, he estado conversando
con un amigo –No sé porque lo dije. Supongo que para justificar mi soledad.
- ¡Ah!,
como te he visto subir solo por el paseo pensé que habías salido solo. Bueno te
dejo, que me esperan –y se alejó dejándome pensativo.
¿Cómo
puede ser que me haya visto solo?, si hasta medio minuto antes de encontrarme
con él estaba con Ángel. ¡Qué extraño! Miré para ver por dónde estaba Ángel y
no le vi por ningún lado. Otra vez había desaparecido y, ahora, no había baño.
Y seguro que Álvaro no estaba haciendo un chiste. Es como si Ángel después de
dejar mi compañía desapareciera sin más y, lo más sorprendente es que parecía
que fuera invisible a los ojos de los demás. ¿Me estará volviendo loco la
soledad?
martes, 16 de agosto de 2022
Diario íntimo de un babau (2)
Domingo 14 de agosto 2022
En estos días he
renovado mi diploma de babau y lo he hecho con muy buena nota, como siempre.
Porque, como siempre, me han vuelto a engañar. Y van…. (tropecientas mil).
Con una señora hemos
hecho 20 terapias y ha dejado de pagarme la mitad. La verdad es que me pilló
desprevenido porque parecía una fiel devota de Jesús. Una vez al mes hace
vigilias de oración durante toda la noche, en la iglesia de la congregación a
la que pertenece. Dos veces al mes hace una especie de maitines de oración
desde las 4 de la madrugada. Pertenece a un grupo de señoras que ayuda a
familias que necesitan apoyo moral, y cada vez que dice una frase la termina
con la palabra “hermano”: “Si, hermano”, “estoy mejor, hermano”, “me va bien el
miércoles, hermano”.
Al principio tanta
“hermandad” me cargaba un poco, pero terminé acostumbrándome
Pero no deja de
ser un sepulcro blanqueado. Recuerdo las palabras de Jesús, según Mateo 23:27-28
“¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos,
hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero
por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también
ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos, pero por dentro están llenos
de hipocresía y de maldad”.
Cuando me ocurre
algo como esto, teniendo en cuenta que nada sucede porque sí y que para todo
hay una razón, trato de buscar alguna explicación del porqué me pasa tanto y,
además, tan seguido.
Mi esposa
enseguida encuentra la razón: “Cada día eres más babau”.
Puede ser que ella
tenga razón, pero es que yo no puedo entender cómo se puede dejar de cumplir un
compromiso, sin dar ninguna explicación y, jugar con el trabajo, la buena
voluntad y la bondad de las personas.
Cuando llego a un
punto del camino como este, en mi pensamiento aparece una bifurcación. Por un
lado, pienso en que cada uno recibe lo que da. He leído alguna de esas frases
bonitas que circulan por las redes: “Si
no te gusta lo que recibes, revisa lo que das” y, por otro, pienso en la
Ley de la Causa y el Efecto.
Cuando rebusco en
mi interior sobre que, es posible, esté recibiendo algo que he dado con
anterioridad, me cuesta trabajo de creer. En muchos aspectos tengo algunas
dudas sobre mí, (está claro que no me amo a mi mismo al 100%), pero en cuanto a
bondad se refiere y en ayudar a los demás, me gusta creer que, si alguna vez
hago algo mal, no lo hago a conciencia. No soy consciente de hacer mal porque
sí, al menos en los últimos años. Claro que he vivido tanto, (72 años), que, a
lo peor, en otras épocas, más cercanas a la juventud, podía haber pasado, pese a
que no lo recuerdo. Siempre trato de colocarme en los zapatos de los demás,
aunque seguro que no siempre lo consigo.
Por lo tanto,
tengo que pensar en la otra rama de la bifurcación, la Ley del Karma y,
entonces me entra una tristeza infinita, porque si me han engañado, estafado y
robado, tantas veces en esta vida, querrá decir que en vidas anteriores he
debido ser un afamado ladrón.
Así que si soy un
babau ha sido por una elección de mi alma. La mejor manera de que las personas
me engañen es, siendo tonto o haciéndome el tonto.
lunes, 15 de agosto de 2022
Háblame de ti
Háblame de ti.
"Ocurrió en Lima": Capítulo II, parte 6
En mi reflexión no me dio
tiempo para más, ya que escuché que alguien me llamaba.
- Antay.
Sentado en el banco, al que yo estaba
a punto de llegar, con un periódico en la mano, resguardado de los rayos del
sol, bajo las ramas de uno de los enormes árboles que jalonan la berma de la
Avenida Pardo, se encontraba Ángel.
-
¡Hola Ángel! –le dije tendiéndole mi
mano- ¿Cómo estás?, es un placer volver a verte.
-
Igualmente Antay –dijo levantándose del
banco y apretando mi mano-¿Te apetece sentarte?, se está muy bien a la sombra.
-
Si, ¿por qué no? –él se sentó
nuevamente y yo a su lado, como el primer día que nos conocimos, bajo la garúa,
en un día, por completo, opuesto al de hoy.
-
No esperé ni un segundo para
preguntarle por su misteriosa desaparición del puesto de bebidas- ¿Qué pasó el
día que nos encontramos por primera vez?, desapareciste como por arte de magia
y, para colmo, el camarero me hizo creer que no existías y que yo había estado
solo tomándome el café.
-
Le costaba trabajo hablar por las carcajadas
que estaba soltando- Estaba en el baño y cuando salí me contó lo que te había
dicho y la cara que pusiste. Disculpa que me hiciera gracia entonces y, ahora,
también, ya ves. Perdona.
-
No te preocupes, - le dije- pero sí, he
pensado en eso todos estos días. Yo sabía que no estaba loco y estaba seguro de
haber estado contigo. Supongo que el camarero debe de ser un chistoso.
-
Si, seguro que lo es, -y cerrando el
tema de su desaparición prosiguió- Te estaba viendo venir y ha habido un
momento que parecía que habías sufrido una especie de transformación, hasta que
los niños te golpearon con la pelota, ¿te ha pasado algo?
-
Si, o no, no lo sé –no sabía cómo
explicarlo- ha sido como si de repente me hubiera expendido y yo mismo fuera el
árbol, el banco, el jardín o la pelota. Ha sido extraño, increíble y
maravilloso. Lo he definido como “complitud”.
-
No creo que exista esa palabra, la
palabra correcta seria completitud, pero queda muy bien para resumir lo que me
has contado y, ¿has tenido alguna sensación más? –se interesó Ángel.
-
Sí, he tenido la sensación de que todo
estaba en su lugar, donde tiene que estar, porque todo tiene un propósito, pero
ahora que he vuelto a la normalidad y te lo estoy contando no sé, muy bien, que
estoy diciendo, -y seguí como si estuviera hablando conmigo o con mi
pensamiento- vamos que no entiendo nada, porque un propósito, ¿un propósito?
¿de qué? Entonces si la vida tiene un propósito, este ¿se consigue solo o habrá
que hacer algo para completarlo?
-
Es correcta tu percepción, todo
tiene un propósito, todo es como tiene que ser y una vez que se entiende y se
integra eso en la vida, esta resulta un verdadero paseo de paz y serenidad. El
propósito de la vida es aprender a amar como Dios nos ama, es decir, de manera
incondicional. Lo hablamos
el primer día. Decía San Agustín: “Ama y
haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor;
si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes
el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
-
Eran muchas las cuestiones que no
entendía y se las lancé todas a Ángel como si fuera una ametralladora- ¿Cómo era posible llegar a ese estado?, ¿existe alguien que
viva en ese estado de manera permanente?, ¿qué quiere decir que todo tiene un
propósito?, ¿quién ha hecho la programación?, ¿por qué existen propósitos tan
opuestos?, ¿para qué hacerlos?, ¿qué pasa si no se cumplen?, a fin de cuentas,
todos nos morimos y después ni propósito ni nada, porque se acabó. Y una
curiosidad más, ¿por qué sabes todas estas cosas?
-
Contestaré a todas tus preguntas, pero,
para que lo entiendas, tengo que hacerlo siguiendo un orden. -se detuvo y
mirándome a los ojos dijo- De lo primero que tengo que hablarte es de Dios y yo
sé que no te consideras muy amigo Suyo.
-
¿Qué tiene que ver Dios en todo esto?
-cada vez entendía menos y ¿por qué sabía Ángel que yo no me consideraba amigo
de Dios si no se lo había dicho?
-
Todo -respondió de manera enigmática, y
continuó- ¿sabes quién eres?, ¿sabes cómo has llegado a la vida?, ¿para qué has
nacido?, ¿sabes qué pasa cuando mueres?
Como en
el encuentro anterior me sentía muy cómodo al lado de Ángel, pero, como
entonces, me daba la sensación de ser un alumno de párvulos sentado al lado del
director del colegio. Me sentía pequeño y no hacía falta que me comparara. Era
evidente su sapiencia y mi total desconocimiento. Me hablaba de temas
desconocidos para mí, pero que, por alguna extraña razón, entraban hasta el más
recóndito rincón de mi cuerpo. No tenía duda de que me hablaba de temas
importantes, aunque no los había necesitado en toda mi vida y, es posible, que
no los necesitara nunca, pero algo en mi interior resonaba cuando Ángel hablaba.
-
Y una vez más pasó, contestó a mi
pensamiento- No tienes que sentirte pequeñito porque no sepas de estos temas.
Yo no sé de informática y aquí me tienes, tan feliz, hablando con un experto.
Cada uno es bueno en algo, pero nadie es bueno en todo. Lo importante es
conocer la propia valía y la valía de los demás. La misión del portero, en un
equipo de futbol, es evitar que metan goles en su portería y la misión del
delantero es, la contraria, meter el balón en la red. Pero, a ambos, junto a
los nueve compañeros restantes, les darán la copa si ganan el campeonato. Los
once son importantes. Cada uno en su lugar en el campo. Así es la vida. Todos a
la vez, esos jugadores, el resto del mundo y nosotros, también, somos
importantes. Cada uno ocupando un espacio en el Universo.
-
Ángel, antes de hablarme de Dios
háblame de ti. ¿Quién eres?, porque estoy convencido de que puedes leer mi
pensamiento. Cuando pensaba en que no sabía tu nombre lo primero que dijiste
fue como te llamabas. Acertaste mi edad sin que yo te dijera nada. Me
tranquilizaste diciendo que no estabas haciéndome un examen cuando era eso lo
que estaba pensando, en ese mismo momento, sabes sin que yo te lo comentara que
Dios me es indiferente y, ahora, cuando pensaba que era como un parvulito sentado
con mi director me hablas de que cada uno es bueno en algo, pero que nadie lo
es en todo. ¿Quién eres? –creo que me salió un bonito discurso.
-
Antay, hijo mío, -contestó Ángel- te
voy a contestar lo que quieres saber, aunque no es la realidad. Solo soy un
viejo observador de la vida que ha recorrido cada una de las estaciones por las
que tú estás pasando ahora. Soy un profesor de yoga jubilado y, sobre todo, soy
un meditador. Y de la meditación no se jubila nadie, como no te vas a jubilar
de mirar, escuchar, dormir o pensar. Ha sido en mis horas de meditación cuando
he ido recibiendo la información que te estoy dando ahora. No, perdona, no la
he ido recibiendo, la he ido recordando, porque esa información ya estaba en
mí, como lo está en ti. ¿Qué crees que te ha pasado hace un momento?, pues que
has recordado que formas parte de un Todo y que lo que sucede es lo correcto
porque forma parte de una planificación, -y concluyó- ¿Estás satisfecho?
-
No sé. Porque me has dicho al principio
que esto que me has contado no es la realidad. Dime la verdad, cuéntame la
realidad –contesté con una ligera molestia.
-
Yo soy un hijo de Dios, como tú. Soy
una parte de la Energía Divina, como tú. Soy un ser espiritual que ha decidido
tener una experiencia humana, como tú, para recordar quien soy, como tú. Soy
eterno, como tú.
-
No entiendo nada Ángel.
En la página NOVELA "Ocurrió en Lima", puedes leer completos los capítulos I y II.