El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




jueves, 18 de agosto de 2022

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 Capítulo III, parte 1 de la novela "Ocurrió en Lima"

Estaba finalizando el mes de agosto con más pena que gloria. No había vuelto a salir el sol, lo cual es normal, porque en el hemisferio sur, agosto es el mes más frío del invierno. No me había contactado ninguna de las empresas en las que había entregado mi curriculum. En mis salidas, escasas, todo hay que decirlo, no me había vuelto a encontrar con Ángel.

El trabajo de aceptación de las situaciones que se iban presentando en mi vida y la atención a mis pensamientos, para desarrollar el amor hacia mí, es posible que avanzara demasiado despacio para mi gusto. Ni tan siquiera sabía si estaba obteniendo resultados positivos. Hay que tener en cuenta que vivía solo y que me relacionaba poco, por lo que era difícil encontrar diferencias con alguna situación anterior.

Pero yo seguía intentándolo.

Dejé de compararme con otros cuando fui consciente de que en las comparaciones siempre salía perdiendo. La comparación solo era un mecanismo más de mi mayor enemigo, mi mente, para mantenerme alejado de la realidad. Fue muy importante, para conseguirlo, el reconocer cuando la mente empezaba el maligno juego de empequeñecimiento de mí mismo y del tremendo daño que me estaba causando, al valorar más, según la consideración de mi mente, la invención de mis carencias que la realidad de mi abundancia. 

Ya no me comparaba con nadie y eso hacía que me sintiera más tranquilo, menos agresivo con la vida y conmigo mismo. No sé cuánto podía haber avanzado en el auto amor y, tampoco creo que nadie pudiera hacer una medición. Que yo sepa no existe un medidor de amor. Tendría que ser yo mismo el que calibrara la cantidad de amor que había en mí o estaba logrando desarrollar.

Pero sí tenía claro que planteaba mi futuro con algo más de tranquilidad, sin infravalorarme y, sobre todo, sin ansiedad. Cada vez se presentaba con más frecuencia el pensamiento de intentar ser mi propio jefe, trabajando desde casa en la reparación de computadoras y en el diseño de programas y páginas web. Yo iba dejando que ese pensamiento se pasease por el cerebro, sin intervenir, como esperando que tomase fuerza o que algo en mi interior saltara de júbilo y gritara: “¡Sí, ese es tu futuro!”.   

Lo que no había hecho era sentarme a meditar. Supongo que, en realidad, tenía miedo de volver a encontrarme con Dios. No por el hecho de que fuera Él, sino porque tendría que replantearme la creencia, que yo tenía sobre Dios, de que nunca parece que haga o resuelva nada.

Sin embargo, ahora lo debía de estar pensando con una sola neurona, porque era un pensamiento con muy poca fuerza, ya que yo mismo después de la conversación con Ángel en la que me explicó que Dios, sencillamente, Es, y que, no solo, es el Creador, sino que mantiene todo lo creado, me sentía más tolerante sobre la idea de Dios. Ya que, si todos vivimos en Él, parece que su trabajo ya no es tan inútil.

Unir este pensamiento con la sensación de “complitud”, que sentí paseando el último día que me encontré con Ángel, generaba en mí interior una sensación de serenidad que no me abandonaba desde entonces. Todo esto unido, hacía que me sintiera diferente, más tranquilo, más en paz, menos aburrido de la vida. ¡Faltaba ver cuánto iba a durar ese estado!

Estaba planchando, paseando por estos pensamientos, cuando comenzó a sonar el celular. Miré la pantalla y no apareció ningún nombre. Era un número que no figuraba en mi lista de contactos.

-    Hola –contesté, esperando que al otro lado surgiera alguna voz tratando de venderme cualquier tontería.

-    Hola, ¿eres Antay? –preguntó una voz de mujer.

-    Sí. ¿con quién hablo? –si se hubiera presentado me habría ahorrado la pregunta.

-    Si, disculpa. Mi nombre es Indhira. Soy masajista y terapeuta y, un paciente mío, un señor mayor que se llama Ángel, me dio tu número, porque tengo un problema en la computadora y él me dijo que te llamara que eres un experto en computadoras, - ¡vaya!, pensé, parece que el encuentro con Ángel ha servido para algo tangible.

-    Perdona, conozco a Ángel, pero no soy consciente de haberle dado mi número –y era verdad.

-    Sí, es cierto, tuvo que buscarlo en las redes. Y lo hizo delante de mí. Bueno, la pregunta es si podrías pasar por mi domicilio para mirar mi computadora y, también, cuanto me costaría la visita.

-    A lo mejor esta era la respuesta al pensamiento de ser mi propio jefe que se paseaba por mi cerebro, desde hacía días, pero necesitaba saber dónde vivía- ¿Cuál es tu dirección?

-    Estoy en Miraflores en la cuadra once de Pardo –contestó.

-    ¿Qué te parece ciento cincuenta soles por la visita? y darte un diagnóstico o repararla, si se puede, en el momento –Supongo que no sería un precio excesivo.

-    Me parece perfecto. ¿Cuándo puedes pasarte?, si fuera esta tarde a primera hora sería genial.

-    ¿A las tres?, -tenía todo el tiempo del mundo, por lo que fue muy fácil satisfacer a mi interlocutora.

-    Es una buena hora. Pero se puntual, porque a las 4 tengo un paciente –claro, ella no sabía que yo era el paradigma de la puntualidad. Ya sé que soy un peruano atípico, pero…

-    Siempre soy puntual. Pásame la dirección completa por WhatsApp. Nos vemos a las tres.

-    Gracias, hasta la tarde.

Desconectamos la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue:

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