Las causas de nuestros desequilibrios emocionales, son
múltiples y variadas, mientras que la solución es sólo una.
Son causas
de esos desequilibrios, las decepciones que vamos acumulando a lo largo y ancho
de nuestra vida, el trato y las enseñanzas de nuestros mayores y educadores,
recibido en nuestro crecimiento, los dictados que de manera inexorable marca la
sociedad, posibles cuestiones kármicas pendientes de vidas anteriores, un aviso
del alma de por dónde ha de seguir nuestro camino, y sobre todo, no saber
quiénes somos, ni que somos, ni de dónde venimos, ni adónde vamos.
Nuestra vida
es un cúmulo de decepciones, de deseos incumplidos, de anhelos insatisfechos,
de pérdida de personas, unas porque sencillamente se van, y otras porque mueren;
de expectativas que los demás tienen sobre nosotros, sobre todo los más próximos,
y que no conseguimos llegar a materializar; de críticas recibidas, de nuestros
propios juicios sobre lo que debería ser y no es, y de miedos, tanto al fracaso
como al éxito.
A todo esto
podemos añadir las leyes de la sociedad, que son como la ley de la selva, o la
ley del más fuerte, o la ley de sálvese quien pueda. La sociedad, más que
compuesta por seres humanos, parece estar formada por alimañas, luchando unas
contra otras, tratando de conseguir más que las otras, al precio que sea. En
nada se preocupa la sociedad del bienestar y la felicidad de sus miembros, y
todos sus postulados, y sobre todo los de sus dirigentes, sólo favorecen al
poderoso, pisoteando a los débiles, presentando ante estos últimos, la forma de
vida de los poderosos, casi obligándoles a seguir sus dictados, y lógicamente,
a sentirse frustrados, al no poder conseguir el nivel de vida anunciado: Una
nueva casa, un carro más potente, ropa de marca, viajes a tierras cada vez más
lejanas, etc., etc. Ante tal disyuntiva, todos quieren ser poderosos, pero casi
nadie lo consigue. Los débiles siguen siendo débiles, o aun más débiles, si
cabe, ya que se han ido hipotecando para conseguir…… más frustración.
Y qué decir
de nuestros modelos, modelos en los que todos nos vamos convirtiendo según
vamos avanzando en edad, que no en dignidad, ni en gobierno. En lugar de
enseñar lo que es la felicidad, y como conseguirla, cada modelo, (progenitores,
maestros, líderes de opinión), proyectan en los jóvenes sus propias
decepciones, casi exigiéndoles que sean “algo mas” de lo que ellos mismos
fueron, de lo que ellos mismos consiguieron; sin tener en cuenta los valores ni
las valías de sus educandos. Esas enseñanzas, arrastran a la crítica, a la
conmiseración, a sentirse pequeñitos, al miedo a “que dirán”, y todo ese miedo,
les va arrastrando al fracaso, entre otras cosas porque las metas programadas
son inalcanzables, ya que nadie les ha enseñado como conseguirlas. Sólo les
obligan, casi, a conseguirlas sin más, a costa de lo que sea.
Es posible
que algunas causas de desequilibrio emocional sean debidas a cuestiones relativas
a vidas pasadas, pero como no hay una manera irrefutable de comprobarlo, mejor
no entramos en ella como causa, y trataremos de solucionarla junto al resto de
las causas conocidas.
El alma,
ante la cerrazón de la mente, por la que la persona se deja dirigir, tiene
pocas armas para avisar a la persona que el camino por el que transita, no es
el correcto, y es momento de cambiar la ruta. Y es entonces, cuando surge la
insatisfacción, la ansiedad, el aburrimiento, la desidia, y mil cosas más, que
hacen que la persona, se sienta perdida y emocionalmente enferma.
Aunque posiblemente
la causa más importante de nuestros problemas emocionales sea el no saber
realmente quienes somos, ni de dónde venimos, ni a dónde vamos, y cuál es
nuestro trabajo en el cuerpo.
Hemos
aprendido que somos seres independientes, que tenemos que defender nuestro
espacio. Hemos aprendido que el hombre es un lobo para el hombre. Hemos
aprendido que está bien engañar, si no nos descubren, engañar a la pareja,
engañar al jefe, engañar a los amigos. Hemos aprendido que queremos que nos
respeten, pero no hemos aprendido a respetar. Hemos aprendido que no nos gustan
las críticas, pero que nosotros podemos usarla de manera despiadada. Hemos
aprendido un sinfín de artimañas para usar en contra de los demás, y a veces,
muchas más de lo que somos conscientes, para usarlas también en nuestra contra.
No sabemos, o si lo sabemos no
actuamos como tal, que somos seres divinos, que venimos de Dios y hemos de
volver a Dios, y todo nuestro trabajo en el cuerpo, no es más que recuperar esa
memoria perdida, perdida al poco tiempo de tomar contacto con el cuerpo físico.
Es justo empezar a “tener uso de razón”, y perder de vista la razón de nuestra
visita a la materia. Y ni la sociedad, ni nuestros modelos pueden ayudarnos a
no perder la memoria, porque ellos mismos la tienen perdida.
(Continuará……….)
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