Sería divertido poder observar permanentemente
a una persona y comprobar cuál es su comportamiento en cada una de las facetas
de su vida: como padre o como madre, como hijo, como pareja, como jefe, como
empleado, como amigo intimo, como conocido, como amante, como conductor al que
le acaban de dar un golpe por detrás, o como viandante al que le dan un
pisotón, y siempre sin que ella supiera que es observada, por supuesto.
Descubriríamos, sin duda, muchas personas en
una. Podríamos observar cómo se va cambiando la máscara en función de la
relación. Podríamos comprobar cómo ante una misma situación puede reaccionar de
maneras diferentes, en función de la familiaridad que tenga con la persona.
Podríamos comprobar las diferentes personalidades de una misma persona.
Compruébalo por ti mismo. Detén la
lectura y piensa como es tu comportamiento en cada una de la interacciones que
tienes cada día. Repasa, honestamente, como son tus reacciones con cada una de
las diferentes personas que comparten tu vida. Si crees que no hay cambios en
ti, ¡enhorabuena!, es posible que te encuentres en el umbral de eso que casi
todos llamamos iluminación, aunque no tengamos muy claro, a pasar de la luz, a
que se refiere. Lo que sí parece claro es que si crees que nunca cambias la
máscara, o que ni tan siquiera usas, estés en una de tus últimas encarnaciones
en la Tierra.
¿Por qué decimos que si eres siempre
la misma persona, sin máscaras, estás en una de tus últimas vidas?, sencillo,
porque para ser siempre la misma persona, o eres un malvado, lo cual no parece
ser, porque no estarías leyendo esto, o tratas a todo el mundo con amor. Y
tratar a todo el mundo con amor es el único aprendizaje real que tenemos los
seres humanos en cada encarnación. Si has llegado ahí, ya no necesitarás más
encarnaciones.
Pero no parece ser esa la moneda de
cambio. Lo normal es que en nuestra mochila llevemos un buen número de máscaras
que vamos intercambiando en función de con quién nos tropezamos. Pero si hay
personas con las que no usamos máscaras, sino tan solo antifaces, para no tapar
la cara al completo, y son las personas con las que tenemos total y absoluta confianza:
Normalmente la pareja, y después los hijos. Por eso los mayores maltratos, bien
sean físicos, emocionales o mentales, o las mayores faltas al respeto de las
personas, se producen en las relaciones de pareja, y después en las relaciones con
los hijos. Maltratos que siempre quedan a resguardo en la privacidad del hogar.
Las máscaras van desapareciendo en
función del crecimiento de la persona, o en función del envejecimiento.
La edad hace que a la persona ya no le importe
esconder su carácter y exponga sin pudor su mal humor o su falta de respeto en
cualquier circunstancia.
Pero lo realmente importante es cuando la
persona va dejando las máscaras porque en su crecimiento, o lo que es lo mismo
en la maduración de su carácter se acerca a la comprensión de que todos somos
la misma cosa, de que todos somos hermanos, y trata a todos como él mismo desea
ser tratado, es decir, con amor.
Incluso cercanos a este punto, es posible que
aún exista una máscara más: la más cara del pensamiento. La mente, con su casi
infinito poder, puede presentar pensamientos que lleguen a ruborizar a la
persona, y que la hagan pensar dos veces antes de actuar para no seguir los
dictados de la mente, de esa mente malvada cuando la persona está luchando
contra sí misma por su propio crecimiento.
En la máscara de pensamiento la persona puede
ser consciente cuando muchas personas de su entorno tienen una opinión favorable
de la persona, que a esta la cuesta aceptar, por no reconocerse en dichas
opiniones. Solo es la máscara del pensamiento, que también se ha de dejar.
No nos queda más remedio que ir sacando máscaras
de nuestra mochila. Para ello las herramientas necesarias son amor, respeto,
tolerancia, comprensión, bondad, compasión y paciencia.
No hay prisa, tenemos muchas vidas para
conseguirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario