Cuando
nuestra mente campa a sus anchas, que es casi siempre, sin la intervención de
nuestra voluntad, es como si se volviera loca, es como un caballo desbocado que
corre y salta sin control, y vuelve sobre sus pasos para volver a correr y a
saltar, y así indefinidamente.
Nuestra
actuación ante la propia mente es muy peculiar y curiosa. La permitimos que
repita y repita y repita los mismos pensamientos de manera permanente, como si
con una sola vez no fuera suficiente para entenderlo.
Lo que le permite el ser humano a su
mente no se lo permite absolutamente a nadie. Si cualquier persona le repitiera
a otra en voz alta una y mil veces la misma cosa, de inmediato le tacharía de
loca, se alejaría corriendo o le diría a la persona que visitara a un
psiquiatra, porque lo más probable es que hubiera enloquecido y necesitara
tratamiento.
Y, sin embargo, con nosotros mismos
no tomamos ninguna acción, cuando nuestra mente nos hace lo mismo, repetir y
repetir, y no una vez, sino una tras otra, un día tras otro.
De nada vale que se diga que somos lo
que pensamos, que energías iguales se atraen, que la energía va detrás del
pensamiento, es igual, el ser humano es incapaz, posiblemente por su falta de
voluntad y su debilidad de carácter de trabajar para dominar a su mente. Pero
os imagináis que diferente sería si los pensamientos fueran audibles.
Si fueran audibles y los podría
escuchar todo el mundo. Con cinco minutos de escucha sería suficiente para que
quien lo escucha actuara igual que aquel al que otro le repite siempre la misma
cosa, pensaría que ha perdido la razón. Entonces sí que actuaría la persona.
Porque lo que es incapaz de hacer para sí mismo, lo hace las veces que haga
falta por “el qué dirán”, para evitar que piensen que está loco.
Pues imagínate que cualquiera puede
escuchar tus pensamientos y actúa y tomar las riendas de la dirección de tus
pensamientos. O mejor, haz que se callen, así tus pensamientos audibles serán silencio.
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