No
tengo que esperar que nadie me ame, no tengo que esperar que nadie me haga
feliz. Tengo que cambiar el pensamiento: En lugar de esperar que nadie me haga
feliz, yo tengo que hacer felices a los que me rodeen y, por supuesto, en lugar
de esperar que mi pareja me ame, yo tengo que amarla. En lugar de enojarme y
entrar al trapo de cualquiera de sus enfados, he de colocarme en su lugar para
entender ese momento malo por el que está pasando, responder con caricias a los
golpes, responder con comprensión a los gritos, responder con paciencia a las
impertinencias, responder con humildad al orgullo.
Tengo
que ser feliz por mí mismo, y esa felicidad solo me la puedo conceder yo,
aceptando la vida tal como se presenta, agradeciendo lo que tengo, no
condicionando mi felicidad a la consumación de mis deseos, o mejor, de mis
caprichos.
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