Querido Dios:
Hay días en los que,
sinceramente, pienso en la muerte como un bálsamo para el alma cansada. La idea
de que, al cerrar los ojos para siempre, desaparecen las preocupaciones, el
sufrimiento, las injusticias e incluso el tiempo, me resulta tentador.
Contemplo la muerte como una liberación, un descanso eterno donde las luchas
cesan y el alma encuentra una paz absoluta. Es como si imaginar ese estado me
ofreciera un alivio momentáneo en medio del caos.
Sin embargo, en mi
corazón sé que mirar la vida desde esta perspectiva puede llevarme por un
camino peligroso. La vida, aunque complicada y a veces dolorosa, es un regalo
invaluable, un lienzo donde se dibujan momentos de felicidad, de amor, de
belleza y de aprendizaje. Reconozco que es fácil perderse en el ruido y la
confusión del día a día, olvidándose de las pequeñas maravillas que nos rodean:
una sonrisa que ilumina el día, el aroma único de una flor en primavera, la
caricia cálida del sol sobre la piel, o incluso una conversación profunda que
toca el alma y renueva la esperanza.
Me pregunto
constantemente si estoy viviendo de manera adecuada. ¿Estoy aprovechando
realmente cada día como la oportunidad que es para buscar la paz, la plenitud y
la conexión con quienes amo? ¿Estoy permitiéndome ver el mundo con ojos llenos
de gratitud y no solo con un filtro de preocupaciones? ¿Estoy haciendo lo
suficiente por valorar este don precioso que me has dado? Me cuestiono si estoy
encontrando un equilibrio auténtico entre aceptar que la mortalidad es parte
intrínseca de mi existencia y disfrutar profundamente cada instante que tengo
el privilegio de vivir, por fugaz que sea.
Te escribo con
humildad y esperanza, buscando claridad y fortaleza en medio de mis dudas. Sé
que no soy el único que se enfrenta a estos pensamientos, y a veces eso mismo
me reconforta: el saber que, en nuestra vulnerabilidad, todos los seres humanos
compartimos una conexión común. Pero incluso así, hay momentos en los que la
incertidumbre pesa demasiado y necesito algo más que palabras de consuelo.
Necesito sentir tu presencia, tu guía, tu sabiduría para entender cómo afrontar
los altibajos de este mundo sin perder la perspectiva y la fe.
¿Cómo puedo vivir
plenamente mientras soy consciente de lo efímera que es esta existencia? ¿Cómo
puedo aceptar la inevitabilidad de la muerte sin que me robe el entusiasmo por
vivir? ¿Cómo hallo la serenidad para enfrentar los desafíos y, a la vez, la
valentía para soñar, para amar, para entregarme al momento presente sin
reservas?
Por favor, ilumina mi
corazón y mi mente. Ayúdame a encontrar propósito y significado en cada pequeño
detalle, en cada amanecer que despierta nuevas posibilidades, en cada sonrisa
que refleja la bondad de tu creación. Ayúdame a ver la luz incluso en los días
más oscuros, a sentir esperanza cuando todo parece perdido, y a encontrar paz
incluso en medio de las tormentas. Porque sé que, aunque a veces parece llena
de sombras, esta vida también está llena de luz, de amor y de oportunidades
para crecer y florecer.
Gracias por
escucharme, por estar siempre presente, incluso cuando yo me olvido de ello.
Gracias por el regalo de la vida, con todas sus dificultades y todas sus
maravillas. Gracias por los momentos de silencio en los que puedo sentirte más
cerca, por los instantes de belleza que me recuerdan que tu amor está en todas
partes.
Tu hijo que te busca,
que te necesita, que confía en ti.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
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