El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




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jueves, 26 de diciembre de 2013

Comprensión


            Todos los seres humanos, en mayor o en menor medida, hemos tenido la osadía de juzgar y de criticar a nuestros semejantes. Y todo ello, debido, posiblemente, a que cada uno de nosotros nos creemos en posesión de la verdad, de una verdad única, perfecta e inmutable, y eso hace que ante cualquier circunstancia, distinta de las propias creencias, nos permitamos el atrevimiento de juzgar aquello que no es coincidente con nuestra propia verdad.
            Una crítica es una opinión, un examen o un juicio que se formula en relación a una situación, servicio, propuesta, persona u objeto. Se juzga y se critica todo: el vestir, las maneras de hacer, o de no hacer, el hablar, el callar; por criticar, se critica hasta el tamaño de la nariz. 
Pero en realidad, alguien se ha preguntado cuál es el objetivo real de la crítica. Podría ser un objetivo constructivo, como por ejemplo, que la persona criticada cambiara alguna de sus actitudes, o cambiara su carácter. Pero ¿Que sabe el crítico de las condiciones de vida, del pensamiento o de los sentimientos de la persona criticada? Es posible también que la crítica no tenga ningún objetivo definido, y que solo sea una manera de liberar la propia frustración del crítico, o asomarse a su propia impotencia, siendo incapaz inconscientemente de soportarla, o no soportar tampoco el reflejo de sus propios errores.
De cualquier forma, sea por la razón que fuere, la crítica no lleva a buen puerto. El criticado, si tiene conocimiento, es posible que se sienta mal. Pero la peor parte, se la lleva, desde luego, el crítico: Por el Karma que se autogenera, por el que tendrá  que pagar, tarde o temprano, y de manera inmediata por la energía que se produce por el pensamiento o la palabra de crítica.  
¿Qué pasaría si elimináramos la crítica?, ¿Qué pasaría si actuáramos siempre con total comprensión ante cualquier situación? La comprensión que está relacionada con el verbo comprender, se relaciona con la actitud de entender o de justificar como naturales las acciones o las emociones de los otros.
Comprensión es la aptitud para alcanzar el entendimiento de cualquier acontecimiento, es tolerancia, es paciencia, es confianza en los demás.
Hemos de ser conscientes de nuestra propia fragilidad, y de que podemos caer en la misma situación y en los mismos errores.
La comprensión es un acto de generosidad, ya que con ella aprendemos a perdonar a los demás y a tener confianza en ellos.
Ante cualquier situación, en la que estemos propensos a la crítica, sería bueno preguntase como actuaríamos nosotros. Para lo cual tendríamos que conocer todos los aspectos que afectan a dicha situación.
En esta época del año, con los sentimientos un poco más a flor de piel que en cualquier otra época, podríamos empezar a ser conscientes de nuestras críticas y empezar a comprender a los otros.
¡Seguro que siempre existe una razón, desconocida para nosotros, por la que la otra persona actúa como lo hace! Entendámosla y aceptémosla.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Sobre el perdón y el olvido


Perdonar es el valor de los valientes.
Solamente aquel que es bastante fuerte para
perdonar una ofensa, sabe amar.
Gandhi
Recuerda que cuando abandones esta tierra,
no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido,
sólo lo que has dado.
San Francisco de Asís
Ofensa, humillación, insulto, injuria, daño, maltrato, delito, falta, infracción, son algunas de las acciones o palabras que direccionadas sobre una persona, pueden afectarla y hacer que esa persona se sienta, lógicamente, herida en su interior.
Pero, ¿Cómo se manifiesta esa herida? Si es física, va a dejar, no solo una cicatriz en el cuerpo, sino que va a dejar también una cicatriz, o peor aún, una herida en el cuerpo emocional de la persona, de la misma manera que ocurre si la ofensa solo ha sido de palabra, no hay herida en el cuerpo, pero si en la emoción.
Sin embargo, de poco le vale a la persona saber que tiene una herida emocional, que la hace sentirse mal cada vez que recuerda el suceso, o cada vez que se cruza con la persona causante de la ofensa. Se siente mal, sufre y punto.
Es posible que fuera de gran ayuda para la persona el saber cómo se ha producido esa herida emocional, para así intentar ponerle remedio, y dejar a un lado el sufrimiento.
Hay que tener en cuenta, que en casi todos los casos en que una persona ofende a otra, ya sea de palabra o de acción, la persona causante de la ofensa, suele seguir bien, viviendo tranquilamente, sin ningún tipo de sufrimiento después de la ofensa realizada, mientras que en la persona ofendida se instala el sufrimiento, producto de la ira, el rencor o incluso del odio que siente hacia la persona de quien partió la ofensa.
Pues bien, solo estamos hablando de energía. Energía producida por los pensamientos que la persona deja que se instalen en su mente. Energía producida por un retorno al pasado de manera permanente, y como toda energía, esta también se puede hacer que desaparezca.
Aunque no va a desaparecer si aplicamos la tan conocida fórmula: “Yo perdono, pero no olvido”. Perdonar y no olvidar, no es ni perdón ni nada que se le parezca, por la sencilla razón de que al no olvidar, seguimos dando vueltas a la ofensa, seguimos generando la misma energía.
¿Qué es el perdón? El perdón es la acción por la que una persona, que estima haber sufrido una ofensa, decide no sentir resentimiento hacia el ofensor o hacer cesar su ira o indignación contra el mismo, renunciando eventualmente a vengarse. Por lo tanto, si hay recuerdo, sigue habiendo resentimiento, sigue habiendo indignación, sigue habiendo ira, es decir, no existe perdón. No vale, entonces, decir las palabras “Yo te perdono”, si dentro sigue instalado el resentimiento.
Se ha de perdonar y bendecir a la persona causante de la ofensa, tantas veces como sea necesario, hasta que ya no se recuerde el suceso, o hasta que aunque se recuerde, sea un suceso más, como recordar si el día anterior llovió o hizo sol. Para ese perdón y esa bendición, no es necesario manifestarlo personalmente. Aprovechar el momento de la meditación es el mejor momento para perdonar y bendecir. Es entonces cuando estamos en contacto con nuestro ser más reverenciado, por lo que nuestro perdón viaja sin atascos hasta donde deseemos que llegue.

domingo, 6 de octubre de 2013

Como amarse a uno mismo (1)


Perdónate, acéptate, reconócete y amate.
Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad.
Facundo Cabral.
Si te olvidas de ti, tarde o temprano, los demás, siguiendo tu ejemplo,
también se olvidarán, y quizás deduzcan que no existes.
Joege Bucay.
            Más de una vez habrás oído, porque te lo han dicho a ti o se lo decían a otros: “Lo que tienes que hacer es amarte, valorarte y respetarte”.
            Está muy bien, ¡es tan fácil dar consejos!, pero ¿Cómo hacerlo?, ¿Cómo llegar realmente a amarse a uno mismo?, ¿Cómo sabemos que es amor lo que podemos sentir hacia nosotros mismos y no es una forma de egoísmo?
            He encontrado el libro de un psicólogo clínico, Walter Riso: “Aprendiendo a quererse a sí mismo”, que lo explica de mejor manera de lo que yo podría hacerlo. Por lo tanto, esta entrada y posiblemente las dos siguientes son un extracto de dicho libro. Este libro lo podéis encontrar en Internet.
            La sociedad ha orientado el aprendizaje social a fortalecer el amor dirigido a los demás y ha olvidado que el requisito esencial para dar es la auto-aceptación. Es imposible entregar amor si no te quieres a ti mismo.
            Nuestra civilización intenta inculcar principios como el respeto al ser humano, el sacrificio, el altruismo, la expresión del amor, el buen trato, la comunicación, etc., pero estos principios están dirigidos al cuidado de otros humanos. El auto-respeto, el auto-amor, la auto-confianza y la auto-comunicación, no suelen tenerse en cuenta. Más aun, se considera de mal gusto el quererse demasiado. Si una persona es amigable, expresiva, cariñosa y piensa más en los otros que en ella misma, es evaluada excelentemente. Si alguien disimula sus virtudes, niega o le resta importancia a sus logros, es decir, miente o se auto-castiga, ¡es halagado y aceptado!
            No sólo rechazamos la auto-aceptación honesta y franca, no nos importa que sea cierta o no, sino que promulgamos y reforzamos la negación de nuestras virtudes. Absurdamente, las virtudes pueden mostrarse, pero no verbalizarse.
            Para evitar caer en la pedantería insufrible del sabelotodo, hemos caído en la modestia auto-destructiva de la negación de nuestras virtudes. Por no ser derrochadores, somos mezquinos. Los psicólogos clínicos saben que ese estilo de excesiva moderación hacia uno mismo es el caldo de cultivo de la tan conocida y temida depresión. Tienes el derecho a quererte y a no sentirte culpable por ello, a disponer de tu tiempo,  a descubrir tus gustos, a mimarte, a cuidarte y a elegir.
            Desde pequeños nos enseñan conductas de auto-cuidado personal: lavarnos los dientes, bañarnos, cortarnos las uñas, controlar los esfínteres y vestirnos. ¿Pero qué hay del auto-cuidado y de la higiene mental? No se nos enseña a querernos, a gustarnos, a contemplarnos y a confiar en nosotros mismos.
Hacia un buen concepto de ti mismo.
            La cultura nos ha enseñado a llevar un garrote invisible, pero doloroso, con el que nos golpeamos cada vez que equivocamos el rumbo o no alcanzamos las metas personales. Hemos aprendido a culparnos por casi todo lo que hacemos mal y a dudar de nuestra responsabilidad cuando lo hacemos bien.
            Si fracasamos, decimos: “Dependió de mí”, si logramos el éxito: “Fue pura suerte”.
            Algunas personas, por tener un sistema de auto-evaluación inadecuado, adquieren el vicio de auto-rotularse negativamente por todo. Se cuelgan carteles con categorías generales. En vez de decir: “Me comporté torpemente”, dicen: “Soy torpe”. Utilizan el “soy un inútil” en vez de “me equivoqué en tal o cual cosa”.
            Palabras que deberían suspenderse de nuestra lengua y ser consideradas “malas palabras”: NUNCA, SIEMPRE, TODO y NADA. Lo único que generan son confusión y malos entendidos.
            Como es de esperar, si deseas fervientemente el éxito, el poder y el prestigio, temerás al fracaso. Este miedo te hará dirigir la atención más hacia las cosas malas que hacia las buenas, con el fin de “prevenir” los errores que tanto temes. Esto lleva a desconocer las aproximaciones a la meta, así como los esfuerzos y pequeños ascensos que realices en la escalinata hacia tus logros personales. Por querer ver el árbol, no verás el bosque.
1.- Trata de ser más flexible, tanto con otros como contigo:
            - No pienses en términos absolutistas: No hay nada totalmente bueno ni malo.
            - Debes tener tolerancia a que las cosas se salgan a veces del carril.
            - Aprende a soportar, a perdonar y a entender tu rigidez como un defecto, no como una virtud.
            - Las cosas rígidas son menos maleables, no soportan demasiado y se quiebran.
           - Si eres normativo, perfeccionista, intolerante y demasiado conservador, no sabrás que hacer con la vida. Ella no es así.
          - La gran mayoría de los eventos cotidianos te producirán estrés, porque no son como a ti te gustaría que fueran.
          - Concéntrate durante una semana o dos, en los matices:
·         No te apresures a categorizar de manera terminante.
·         Detente y piensa si realmente lo que dices es cierto.
·         Revisa tu manera de señalar y señalarte. No seas drástico.
·         Evita utilizar palabras como siempre, nunca, todo o nada.
-          No es lo mismo decir: “Robó una vez”, que “ser un ladrón”.
-          Las personas no son, simplemente se comportan.
§  Permítete no ser tan normativo.
·         Sé más informal un día, a ver qué ocurre.
§  Trata de no ser perfeccionista.
§  Convive con el desorden una semana. Piérdele el miedo.
§  No rotules ni te auto-rotules.
§  Intenta ser benigno.
§  Habla solo en términos de conductas.
§  Concéntrate en los matices.
§  La vida está compuesta de tonalidades, más que de blancos y negros.
§  Escucha a las personas que piensan distinto de ti.
2.- Revisa tus metas y las posibilidades reales para alcanzarlas.
-          No te coloque metas inalcanzables.
-          Exígete de acuerdo con tus posibilidades y habilidades.
-          Cuando definas alguna meta, define también las sub-metas o los escalones.
-          Intenta disfrutar de cada peldaño como si se tratara de una meta en sí misma.
-          No esperes llegar al final para descansar y disfrutar. Busca estaciones intermedias.
-          Escribe tus metas, revísalas, cuestiónalas y descarta aquellas que no sean viables.
-          La vida es muy corta para desperdiciarla.
-          Si tus metas son inalcanzables, vivirás frustrado y amargado.
3.- No auto-observes sólo lo malo.
-          Si sólo te concentras en tus errores, no verás tus logros.
-          Si sólo ves lo que te falta, no disfrutarás del momento, del aquí y el ahora.
-          No estés pendiente de tus fallos como un radar.
-          Cuando te encuentres focalizando negativamente de manera obsesiva, para.
4.- No pienses mal de ti.
-          Sé más benigno con tus acciones.
-          Afortunadamente no eres perfecto.
-          No te insultes ni te faltes al respeto.
-          Lleva un registro sobre tus auto-evaluaciones negativas.
-          Si detectas que el léxico hacia ti mismo es ofensivo, cámbialo. Busca calificativos constructivos.
-          Ejerce el derecho a equivocarte.
-          Los seres humanos, al igual que los animales, aprendemos por ensayo y error, no por ensayo y éxito.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Mensaje para la Tierra (4) Aceptación


………..Continuación
Empieza haciendo lo necesario, continúa haciendo lo posible;
 y de repente estarás haciendo lo imposible.
San Francisco de Asís.
Ahora que hemos pasado por el primer peaje de la Fe, ya somos conscientes de que todo lo que nos ha enseñado la sociedad no nos lleva a ninguna parte, porque todas las enseñanzas recibidas son para el cuerpo, un trabajo mejor, una casa más grande, una pareja con un apellido ilustre y una jugosa cuenta corriente, más dinero, más dinero, más dinero, más poder, más poder, más poder, seguir los cánones de moda y de belleza, y un sinfín de cosas más que ni tan siquiera llenan, aunque sea de manera parcial, nuestra ansia de felicidad. Todo esto, aderezado, en algunas ocasiones, con lo que parece ser una enseñanza o un alivio para el alma, (reunión dominical, según la religión, procesiones, novenas, etc.), enseñanzas engañosas, porque los enseñantes, no predican con el ejemplo, y lo único que buscan, (siempre hay honrosas excepciones), es el mismo poder social y económico que buscan sus feligreses. Con el agravante de que ellos juegan con los sentimientos de las personas, y para conseguir ese poder, no dudan en atemorizar hasta extremos insospechados a sus seguidores.
La conciencia social, políticos, religiosos, los estándares  de salud y de belleza nos dan modelos y normas de cómo deberían ser las cosas, o de cómo deberíamos comportarnos. Tratan de definirnos lo que es bueno, lo que hay que hacer, lo que está bien visto, y lo que no. Y lo único que consiguen, es llenar nuestra conciencia de miedo. Miedo en infinidad de variantes: miedo al rechazo, miedo a la soledad, miedo a Dios, miedo a la pobreza, miedo al miedo. Y esto hace que la persona necesite reafirmarse a si misma constantemente, buscando siempre validación externa, buscando la aprobación del exterior, buscando la aprobación de cualquiera, sea quien sea, que se encuentre a su alrededor. Toda nuestra vida se ha construido, de manera inconsciente sobre ese miedo. Porque vivimos desde la mente. Cuando la mente es nuestro centro, estamos encogidos por el miedo y eso nos hace estar constantemente a la defensiva, siempre nos falta algo, siempre tenemos necesidad de más: Más amor, más dinero, más poder, más aceptación, más atenciones.
La base de nuestros pensamientos y sentimientos es como un agujero negro, un vacio que nunca puede ser llenado, y para aliviar ese miedo, para tratar de llenar ese vacío, nos vamos al exterior y nos aficionamos al poder, al halago, a la admiración. Confiamos en el juicio de otras personas, ¡que poco nos valoramos y queremos!, no confiamos en nosotros, y le damos nuestro poder a cualquiera que pasa por delante de nosotros.
Confiamos en el juicio de otras personas y nos ponemos nerviosos sobre lo que la gente piense de nosotros. Es importante para nosotros porque nuestra autoestima depende de eso y, sin embargo, nuestra estima desciende y desciende, porque hemos entregado nuestro poder a otras personas.
Algo hemos de cambiar. Si ya hemos cambiado la idea de lo que somos, también se ha de comenzar a cambiar la manera de hacer las cosas. Lo que sucede cuando intentamos despegarnos de nuestras creencias, es que nos podemos encontrar con un problema añadido, ya que cuando nos dejamos de identificar con lo que siempre hemos hecho y con lo que nos han enseñado, se genera un estado de confusión, y nos surgen las preguntas del millón, ¿Qué quiero realmente?, ¿Quién soy?, etc., etc.
Y así llegamos a nuestro segundo peaje “ACEPTACIÓN”.  El trabajo de aproximación a la Luz no es más que un trabajo de sanación, que se ha de realizar aceptando. ¿Aceptando qué?: Aceptando lo que somos, aceptando el dolor, aceptando el sufrimiento, aceptando el miedo, aceptando lo que nos parecen limitaciones, aceptando nuestra vida.
Cuando se consigue aceptar la vida y lo que la envuelve, la persona se ablanda,  tolera, perdona y ama.
Se dice muy rápido que hay que aceptar la vida, sin embargo, nuestra conciencia lleva mucho tiempo generando un patrón de conducta que hace difícil cualquier cambio. ¿Qué hay ahora en la conciencia?, ¿Qué es lo que tiene que cambiar?: Tenemos que ser conscientes de que estamos atados a nuestros pensamientos, para permitir que estos cambien y desaparezcan las viejas energías, y así despertar a una conciencia basada en el corazón.
Sólo cuando nos demos cuenta de que el vacio en el que estamos inmersos no puede ser llenado de ninguna manera desde el exterior,  empieza el cambio, empieza la aceptación.
Aceptar significa no juzgar nada, ni nuestro, ni de los otros, ni del interior, ni del exterior, las cosas son como son y no hemos de tener ningún interés en como deberían ser, en como tendrían que ser, en como pensamos nosotros que han de ser.
Hemos de comenzar a vivir desde el corazón, porque el corazón, al contrario que la mente, está interesado en todo lo que es, sólo en lo que es, no en lo que se juzga como bueno o como malo; y si nos abrimos a vivir desde el corazón nos liberamos del juicio de manera inmediata, y aceptamos quienes somos, sin más. No quienes queremos ser, o quien quiere la sociedad que seamos, aceptamos quienes somos.
Toda esta teoría de vivir desde el corazón, y de aceptar, suena muy bien, sin embargo, los miedos, los traumas, los sufrimientos, siguen ahí. Es como si quisiéramos engañar a la mente, y no se trata de engañarla, se trata de limpiarla.
Todos los miedos, todos los traumas, todos los sufrimientos, son experiencias del pasado, y eso es lo que hay que sanar, eso es lo que ha de desaparecer. ¿Cómo?: volviendo al pasado, volviendo a la experiencia, pero de una manera amorosa, es decir, revivir la situación, pero estando centrados en el corazón, no dándole vueltas a la mente. Y así simplemente observando lo que sucede, se crea una especie de separación entre el suceso y la persona, y es esa separación la que hace a la persona dueña de la realidad, pudiendo aceptar el suceso completo, sin volver a enjuiciarlo, ya que la persona comprende desde el corazón, que para todo hay una causa, es una experiencia más para el alma, y no tiene por que quedar grabada en la mente.
Cuando somos capaces de relacionarnos con todos los papeles y todas las escenas que hemos ido interpretando en nuestra vida, quedamos libres para vivir desde el corazón. Es entonces cuando estamos preparados para circular hasta el siguiente peaje, que no será otro que comenzar a trabajar conscientemente nuestras debilidades, nuestros vicios, nuestros malos hábitos.
Continuará………………..

martes, 20 de agosto de 2013

Soy culpable


            ¡Cuantas veces culpabilizamos a cualquier cosa que se mueva de nuestras desgracias!, y aun peor que eso ¡Cuantas veces nos culpabilizamos a nosotros mismos!
            Por un lado, nos sentimos culpables por casi todo: Podemos sentirnos culpables porque la pareja se enfada, o nos maltrata emocionalmente, o nos humilla y destruye nuestra autoestima, y justificamos lo injustificable porque nos lo merecemos, porque no hemos cubierto sus expectativas, etc., etc.
Podemos sentirnos culpables por cualquier acción pasada, por un acto que cometimos hace tiempo, por haber herido a alguien de palabra, a veces, da la sensación de que hay personas que se sienten culpables por el mero hecho de existir. Y la culpa da vueltas y vueltas en nuestra mente, de manera permanente, sin conseguir ser conscientes de la realidad, e incluso, distorsionando esa realidad, en vez de intentar  reconciliarse con uno mismo.
            Y, por otro lado, culpabilizamos o criticamos a otros, sin piedad, por causas por las que, sin embargo, si podríamos considerarnos responsables. 
Las dos conductas son perniciosas: Sentirse culpable podría ser bueno, en tanto en cuanto, nos ponemos en el lugar de los demás y de lo que ellos podrían sentir. Sin embargo, de la misma manera que tenemos que aprender a tolerar, comprender y perdonar conductas ajenas, tenemos que ser capaces de aprender a vivir la realidad y, en caso de cometer un error, aprender a perdonarnos a nosotros mismos y aprender la lección que conlleva, de manera intrínseca, el error.
Culpar a los demás, aunque pueda existir razón para ello, solo consigue alimentar en los demás el resentimiento, la separación y el silencio.
Nadie es perfecto, y es mejor comprender la conducta que criticamos y ser capaces de perdonar.
Tenemos que  aprender a liberarnos del sentimiento de culpa, para ello es necesario identificar las razones que nos llevan a sentir la culpabilidad, para liberarnos, lo más rápidamente posible de esos sentimientos negativos. Como con cualquier otro sentimiento negativo, el mero hecho de reconocer la causa alivia en gran medida la sensación.
En la culpa, hemos de aprender a ser modestos. Nuestras culpabilidades a menudo son desproporcionadas. Incluso hay culpabilidades que podríamos llamar orgullosas, ¡un poco como si estuviéramos convencidos de que somos el ombligo del mundo!
Cada uno tiene sus propias responsabilidades. Hay que aceptar el hecho de que nadie es responsable de la desgracia de los demás, al menos no totalmente. A decir verdad, no somos responsables más que de nuestros propios actos, pensamientos y palabras.
Lo más importante consiste, sin duda, en saber perdonar y saber perdonarse.

miércoles, 17 de julio de 2013

¡Qué dirán!


            ¡Cuántos abrazos perdidos por “el qué dirán”!, ¡Cuántas caricias reprimidas!, ¡Cuánta incomprensión!, ¡Cuánto sufrimiento inútil!
            La sociedad es tan ignorante, que prefiere reprimir sus impulsos, antes de que sus conciudadanos “digan”.
            ¡Qué dañina es la sociedad!, ¡Qué dañina la conciencia social! Su afición favorita es juzgar y criticar al prójimo, es buscar lo que la sociedad considera un fallo, y que no es nada más que algo no coincidente con sus propias creencias.
            Creo que alguna vez hemos comentado que una persona puede tener mil virtudes y un “algo” que la sociedad considera defecto. Y que en vez de alabar alguna de esas mil virtudes, se centra, con saña, en ese “algo”. ¿Por qué?, ¿Por qué no se fijará la sociedad en las virtudes de la persona, en vez de recalcar lo que podrían ser sus defectos? Es muy posible que sea por envidia, o por orgullo, o por ignorancia, o por vivir desconectada del alma, o por pobreza espiritual, o por inmadurez de carácter.
            En el “qué dirán” hay dos partes: Una el crítico, otra el criticado.
            Por lo que respecta al criticado que hace caso de las críticas, ha de valorar en cuanto está su autoestima, en cuanto se valora. Aquel que hace caso de la crítica es alguien que se tiene en muy poca estima y que entrega su poder a los demás, para que hagan y deshagan a su antojo. Quien entrega su propio poder a la sociedad, ya puede tener claro que va a ser destrozado y vilipendiado con saña. Y además, parece que por pura afición, por el mero hecho de ¿hacer mal?, ya que el “crítico”, no gana absolutamente nada. Destroza a la persona y se queda tan feliz, sin tener en cuenta el daño que está causando.
            No se debe entregar el propio poder a nadie. Cada persona tiene que actuar según sus propias convicciones, sin tener en cuenta la opinión de los demás.
            En cuanto al “crítico”, cada crítica que se forma en su mente o sale de su boca, sólo es una prueba de que algo está fallando en él y de que está juzgando algo que se encuentra en sí mismo y no le gusta. Si alguna vez es consciente del daño que hace, lo mejor que puede hacer para evitar engrosar su bolsa kármica, es pedir perdón de inmediato, mental, si así fue la crítica, o de palabra si el daño fue causado por la boca.
            Y después aprovechar las lecciones, buscando en sí mismo la causa de la crítica, y una vez encontrada, comenzar a actuar para eliminarla, trabajando de manera consciente la virtud contraria.
            Digan lo que digan, vive tu vida. Nadie va a vivirla por ti.

martes, 9 de julio de 2013

Karma, pensamiento y perdón


            Si nos detenemos durante un momento para pensar cuales han sido nuestras acciones, nuestras palabras o nuestros pensamientos que han generado Karma, en el día, o durante la última hora, (un día parece mucho para recordar), es posible que nos abrumemos, y a partir de ese momento seamos un poco más cuidadosos con el uso que le damos a la vida para conseguir, no ya reducir el Karma, sino no llegar a generarlo.
            Es bueno recordar que no sólo genera Karma cualquier pensamiento, cualquier palabra o cualquier acción negativa, y sino también cualquier pensamiento, palabra o acción positiva que sea realizado con el fin de conseguir algo, ya sea consciente o inconscientemente. Me atrevería a decir que genera Karma todo aquello que no sea realizado con amor, con autentico y verdadero amor, ese amor que se da a cambio de nada.
            Como ejemplo nos vale esa acción que parece que se hace desinteresadamente, pero que sin embargo, con el paso del tiempo y ante cualquier situación más o menos conflictiva con la persona receptora de la acción, el emisor dice: “Pero como puede hacerme eso, con lo que yo he hecho por esa persona”. Esa acción no tiene ninguna validez, ha generado Karma.
            Como ya sabemos, es el Karma el que nos mantiene atados a la rueda de la vida, a esta rueda tan pesada de encarnaciones y muertes.
            Las acciones y las palabras son producto de nuestro pensamiento, por lo que si conseguimos controlar el pensamiento, es muy posible, que las palabras sean más mesuradas y las acciones menos abundantes, con un resultado claro: Menos Karma generado, menos acumulado y menos pendiente; con lo que, posiblemente, nos ahorremos alguna vida.
            Esto que se escribe en cuatro líneas y que casi parece una tontería es la clave de la vida. La meta final de nuestra estada en la materia es aprender a amar, por lo tanto, ¿Qué pasaría si todas nuestras acciones fueran realizadas sin ningún tipo de apego?, ¿Qué pasaría si todas nuestras acciones fueran realizadas con amor? Pues fácil, habríamos concluido nuestro aprendizaje porque habríamos aprendido realmente a amar.
            Como es muy posible que nos cueste cierto trabajo controlar el pensamiento, porque hace falta mucho entrenamiento y un cierto nivel de crecimiento, lo que si podemos es intentar ser medianamente conscientes de nuestros pensamientos. Y antes de hablar o realizar acción alguna, si los pensamientos han sido negativos, podemos ahorrarnos el karma con una acción personal de desagravio, sencillamente pidiendo perdón, en el mismo marco en que se ha desarrollado el pensamiento negativo, en la mente. Así la energía del pensamiento negativo, generadora de Karma, se transmuta con el perdón en una energía poderosa liberándonos de cualquier deuda kármica.

domingo, 29 de julio de 2012

Si no hay ofensa, no es necesario el perdón


               
Hay una cita de la Madre Teresa de Calcuta que dice: El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió.

¿Por qué tenemos que perdonar? La respuesta es bien sencilla: Porque nos hemos sentido ofendidos, porque nos han despreciado o humillado, bien sea con palabras, bien sea con acciones, o sencillamente porque no se han cumplido nuestras expectativas.     

            Parece claro, también, que la ofensa consigue que nuestra paz interior, si es que alguna vez hemos gozado de ella, se esfume como el humo, envuelta en el rencor generado por la ofensa. Y mientras el ofendido rememora una y otra vez la ofensa, alimentando su rencor, destrozando su cuerpo energético con el veneno generado por  sus pensamientos, el ofensor parece seguir disfrutando de su paz interior, sin sufrir el más mínimo desajuste emocional.
            Antes de seguir leyendo, medita un poco sobre esto: El que ofende se queda tan feliz, y el ofendido sufre estresado las consecuencias de la ofensa, que, curiosamente, la ha causado otro.
            Sigue pensando y contéstate a estas preguntas: ¿No te parece demencial, que sufra el que no ha hecho nada?, ¿No te parece ridículo darle vueltas y más vueltas a la ofensa, como si te la estuvieran causando de manera permanente?, ¿Qué pasaría si una vez recibida la ofensa no volvieras a pensar en ella?, y aun mejor, ¿Qué pasaría si lo que ahora consideras como ofensa, ni tan siquiera lo consideraras?
            La ofensa sólo es debida a que se revive una y otra vez, cuando sólo fue realizada en un momento determinado. ¿Por qué rememorar el hecho permanentemente?, ¿Por qué permitir que se desestabilicen las emociones los días o los meses posteriores?
            Sólo se ofenden aquellos que no saben vivir la vida, porque sus vivencias son sus propios pensamientos. Sólo se ofenden los que no saben vivir el presente, porque viven de manera inconsciente. Sólo se ofenden los que viven lejos del amor, su esencia, porque el ruido de su mente les impide sentir el corazón.
            Vive conscientemente, y no será necesario el perdón. Porque vivir conscientemente supone no acumular ofensas, y quien no se ofende no necesita perdonar. Lo que podemos considerar una ofensa, se produce en un momento preciso, pero al no revivir ese momento nunca más, no se mantiene en la mente ningún rencor. Sólo ha sido un episodio más de la vida, posiblemente muy desafortunado para el hipotético ofensor, pero intrascendente para quien lo recibió.

sábado, 28 de julio de 2012

El poder de elegir


            Todo es elección. Aunque no seamos conscientes de ello, nos pasamos la vida eligiendo, y nuestra primera elección es, sin ninguna duda, nuestra llegada a la vida. Elegimos nacer por el inmenso deseo que tiene el alma de purificarse y acercarse a Dios, cuando sería más fácil para ella quedarse en los planos en los que se encuentra, sin ninguna de las necesidades y padecimientos del cuerpo. Pero es igual, el alma necesita acercarse a su esencia divina y vivir su divinidad de manera completa, para lo cual tiene que completar su aprendizaje, tiene que vivir todas las experiencias, tiene que liberarse de sus deudas y recibir las que le son debidas.
            Lo realmente dramático, es que una vez en el cuerpo, no recordamos nada de esa, nuestra primera elección, y nos encontramos en la vida, envueltos en pañales, creciendo y aprendiendo, en casi todas las ocasiones, con dudas y con miedos, unas lecciones que no son las que necesariamente hemos venido a aprender. Es como si nos matriculáramos en la Facultad de Filosofía y en vez de enseñarnos a razonar, nos enseñaran a construir puentes. No nos sirven “casi” de nada las enseñanzas que vamos recibiendo a lo largo y ancho de nuestra vida, y no es porque nuestros maestros no lo intenten, en muchos casos con amor, aunque con esa peculiar manera que tenemos de amar los humanos, el amor del cuerpo, y no el amor del alma. Pero siguen sin sernos útiles sus enseñanzas, ya que no nos enseñan a vivir para el alma. Sus enseñanzas están basadas en como engañar a la vida.
            Es posible, que incluso en ese engañar a la vida, tengamos algunas opciones para elegir nuestro camino: Estudiar o trabajar, ser ingeniero o escritor, permanecer solteros o casarnos, tener un hijo o dos, vivir en una casa o en un piso, etc., etc. Pero siguen siendo opciones de vida, no opciones de alma. Elijamos la opción que sea, siempre nos faltarán las opciones más importantes, de las que ni tan siquiera podemos ser conscientes de que están ahí, al alcance de nuestra mano. Esas opciones, se refieren a la vida del alma, y es normal que no tengamos conocimiento de ellas, porque nunca, nadie, nos ha hablado de otras opciones que no sean las referidas a la vida física del cuerpo.
            Esas otras opciones, desconocidas para casi todos los mortales, no van en contra de la vida, o mejor dicho, no van en contra del libre fluir de la vida. Van a favor de la vida, y por lo tanto, van a favor del alma.
            No se trata de elegir entre nada físico, ni entre dos deseos, que según nos han enseñado, nos pueden dar algún momento de efímera felicidad. Se trata de elegir las condiciones para conseguir, de manera cada vez más duradera, hasta llegar a permanente, “la felicidad”.
            Se trata de desaprender lo aprendido. Se trata de elegir la paz en lugar de la guerra. Se trata de elegir la alegría en lugar de la tristeza. Se trata de elegir la acción en lugar de las dudas. Se trata de elegir la risa en lugar del llanto. Se trata de aceptar en lugar de criticar. Se trata de elegir el respeto en lugar de despreciar. Se trata de elegir el perdón en lugar del odio. Se trata de bendecir en lugar de maldecir. Se trata de elegir el servicio al prójimo en lugar de ignorarle. Se trata de elegir al amor en lugar del miedo. Se trata en vivir desde el alma, mimando al cuerpo. Se trata de elegir la humildad y no la soberbia. Se trata de vivir en la verdad y no en el engaño. Se trata de alegrarte por el bien de tu hermano sin envidias. Se trata de vivir desde el corazón. Se trata de amarnos a nosotros mismos. Se trata de aceptar el libre fluir de la vida sin oposición. Se trata de aceptarnos y presentarnos ante los demás tal como somos, sin máscaras, sin engaños.
            Se trata de elegir la felicidad en lugar del sufrimiento.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Fe es creer lo que no vemos

            ¡Cuantas personas hay que sufren!, ¡Cuantas hay que sienten en su alma la soledad como una pesada losa!, ¡Cuantos hay que desfallecen en medio de su lucha!, ¡Cuánto dolor!, ¡Cuanta tristeza!

Y a todos ellos es inútil explicarles que sólo están viviendo una ilusión, una fantasía, su propia fantasía, su propia película de ciencia ficción. A todos ellos es inútil explicarles que el dolor, el sufrimiento, la tristeza o la soledad, sólo son producto de su pensamiento, y que un pensamiento más allá, está la alegría, está la felicidad, está el amor. A todos ellos es inútil explicarles que son hijos de Dios, y que Él, el Padre, siempre está con todos nosotros, no importa dónde nos encontremos, no importa qué cosa es la que estamos haciendo, no importa cuál es nuestro pensamiento, no importa cuál es nuestra creencia. Él siempre está con nosotros.
En nuestro lamento, en nuestra petición de ayuda, en nuestras suplicas y oraciones, siempre, siempre somos escuchados y bendecidos por la Voluntad Divina. Porque Dios es la Fuerza, es la Energía que nos mantiene conectados entre nosotros, con la Naturaleza y, con su propio Poder.
            Pero ¿Por qué no lo sienten y siguen sufriendo?, ¿Por qué Dios, en su Divina Misericordia no termina, con el soplo de su aliento, con todo el sufrimiento?, ¿Por qué permite Dios tanta desigualdad? Porque Dios ha dado a los humanos el libre albedrio, para que hagan, piensen y digan con total libertad. Dios ha dado a los humanos libertad de pensamiento, libertad de palabra, libertad de acción. Somos los humanos los que elegimos, y no terminamos de creernos que somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Nos falta la fe. Nos creemos entes aislados de todo y de todos que tenemos que defender nuestro espacio y luchar para conseguir un gramo de dicha.
            Y donde falta la fe anida el miedo, y el miedo cierra la puerta a la divinidad que siempre permanece al lado del ser humano. Porque es la fe la que abre la puerta que da acceso al interior de la persona, es la fe la que da acceso a la Energía Divina.
No importan los pensamientos que haya tenido la persona, ni el tipo de vida que haya llevado. Cuando la fe inunda al ser y este entra en contacto con su propia divinidad, se libera de manera inmediata del sufrimiento, del dolor y de la tristeza.
Pero es la persona, en su soledad, la que ha de actuar el interruptor de esa fe, porque esta no se compra en los supermercados, ni llega por acción divina en mitad de un discurso, ni se encuentra entre las páginas de un libro. La fe, la creencia de que no somos un cuerpo y de que somos hijos de Dios, es un trabajo individual, es un trabajo solitario e íntimo. Es el resultado de un trabajo interior que va a llevar a la persona a conectar con su propio corazón.
A partir de ese momento, se acaba el sufrimiento, se termina la espera de la felicidad, porque esta, que también habita en el interior del ser, sale de inmediato a la superficie, se reconoce lo maravillosa que es la vida, desaparecen la ira y el rencor, permutándose por el perdón a todos los que han lastimado a la persona, desaparecen el miedo al futuro, a la enfermedad, a la pobreza, al dolor y a la muerte, porque el alma es inmortal, porque se reconoce al cuerpo como el trampolín que permite dar el salto para vivir desde el alma.
Cuando la persona ha conectado con su alma, surge con la fuerza de un huracán, la necesidad de entregarse a los demás, la necesidad de servir, la necesidad de ayudar, y es entonces cuando la persona se lanza por las calles del dolor y del sufrimiento, tratando de hacer algo por aliviar esas emociones que ella mismo siente, como propias, lastimando su alma.
Y así, enseñando y consolando a sus hermanos, aligerando la carga de los que sufren, siente que su propia vida es necesaria, en la mirada de los niños o de los ancianos, escucha voces pidiendo a gritos un poco de amor, tras los harapos de los que mendigan en la calle escucha una súplica, frente a aquellos que tratan de vender cualquier cosa para sobrevivir ve el retrato de la miseria. Y ante tanto dolor, sintiendo la responsabilidad de su propia alma que le indica que ayude, que ayude, que ayude, se desborda como un torrente de amor hacia todos aquellos que reconoce como hermanos, sufre por los que sufren, llora por aquellos que ya no tienen lágrimas para derramar, hace suyos los problemas del mundo y se siente desfallecer cuando reconoce la magnitud de su misión.
Pero incluso, cuando sentimos ese desfallecimiento, sabemos que no estamos solos, porque tú, también estarás a nuestro lado.
¡Gracias!, ¡Bendito/a seas!