¡Cuantas
veces culpabilizamos a cualquier cosa que se mueva de nuestras desgracias!, y
aun peor que eso ¡Cuantas veces nos culpabilizamos a nosotros mismos!
Por
un lado, nos sentimos culpables por casi todo: Podemos sentirnos culpables
porque la pareja se enfada, o nos maltrata emocionalmente, o nos humilla y
destruye nuestra autoestima, y justificamos lo injustificable porque nos lo
merecemos, porque no hemos cubierto sus expectativas, etc., etc.
Podemos
sentirnos culpables por cualquier acción pasada, por un acto que cometimos hace
tiempo, por haber herido a alguien de palabra, a veces, da la sensación de que
hay personas que se sienten culpables por el mero hecho de existir. Y la culpa
da vueltas y vueltas en nuestra mente, de manera permanente, sin conseguir ser
conscientes de la realidad, e incluso, distorsionando esa realidad, en vez de
intentar reconciliarse con uno mismo.
Y,
por otro lado, culpabilizamos o criticamos a otros, sin piedad, por causas por
las que, sin embargo, si podríamos considerarnos responsables.
Las dos conductas son perniciosas: Sentirse culpable
podría ser bueno, en tanto en cuanto, nos ponemos en el lugar de los demás y de
lo que ellos podrían sentir. Sin embargo, de la misma manera que tenemos que
aprender a tolerar, comprender y perdonar conductas ajenas, tenemos que ser
capaces de aprender a vivir la realidad y, en caso de cometer un error,
aprender a perdonarnos a nosotros mismos y aprender la lección que conlleva, de
manera intrínseca, el error.
Culpar a los demás, aunque pueda existir razón para
ello, solo consigue alimentar en los demás el resentimiento, la separación y el
silencio.
Nadie es perfecto, y es mejor comprender la conducta
que criticamos y ser capaces de perdonar.
Tenemos
que aprender a liberarnos del sentimiento
de culpa, para ello es necesario identificar las razones que nos llevan a
sentir la culpabilidad, para liberarnos, lo más rápidamente posible de esos
sentimientos negativos. Como con cualquier otro sentimiento negativo, el mero
hecho de reconocer la causa alivia en gran medida la sensación.
En la
culpa, hemos de aprender a ser modestos. Nuestras culpabilidades a menudo son
desproporcionadas. Incluso hay culpabilidades que podríamos llamar orgullosas,
¡un poco como si estuviéramos convencidos de que somos el ombligo del mundo!
Cada uno tiene sus propias responsabilidades. Hay
que aceptar el hecho de que nadie es responsable de la desgracia de los demás, al
menos no totalmente. A decir verdad, no somos responsables más que de nuestros
propios actos, pensamientos y palabras.
Lo más
importante consiste, sin duda, en saber perdonar y saber perdonarse.
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