El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




viernes, 19 de agosto de 2022

Indhira

 


Capítulo III, (parte 2), de la novela "Ocurrió en Lima"

Desconectamos la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue:

 “Esto tiene que ser la respuesta al pensamiento de trabajar por mi cuenta, porque no le encuentro otra explicación. Que un señor, al que he visto en dos ocasiones, se haga un masaje con una persona que tiene la computadora estropeada y se acuerde de mí, no puede ser algo casual. Además, tal como dijo Ángel, el primer día que nos encontramos, la casualidad no existe, todo tiene una razón”.

Siguiendo la conversación con mi pensamiento, nos hizo gracia a ambos, (al pensamiento y a mí), de que Ángel era como Google para estos temas esotéricos: “Ángel dice, Ángel piensa, Ángel opina”. No tenía la necesidad de consultar en Google, con recordar lo que había dicho Ángel, sobre el tema en cuestión, era suficiente.

A las tres en punto estaba tocando el timbre de la casa de Indhira, después de pasar el filtro de los guardias de seguridad del edificio y de haber confirmado ella que esperaba mi visita.

Cuando la puerta se abrió apareció ante mí una mujer joven, que debería rondar la treintena, morena, con el cabello recogido en una cola, ojos oscuros que hablaban sin palabras, solo por la luz que desprendían, iluminando un rostro expresivo y sereno, con una nariz griega, ni grande ni pequeña y unos labios gruesos y carnosos que sonreían al unísono con sus ojos. Podría decir que tenía una cara simpática y agradable, que era bonita, sin llegarme a parecer de una belleza extraordinaria.

El tiempo pareció detenerse durante unos segundos y, en ese corto espacio de tiempo, todo dejó de existir a mí alrededor. Fue como si me sumergiera en ella y, por alguna extraña razón, me pareció conocerla desde siempre.

-    Hola Antay, soy Indhira, un placer conocerte –dijo tendiendo su mano.

Y ahí estaba yo, delante de ella, con cara de tonto integral, extendiendo mi mano para tomar la suya, sin saber que decir porque me había parecido perder hasta el habla.

-    Ella me miraba, sonriente y expectante, esperando alguna reacción por mi parte, hasta que pude decir, no sin esfuerzo- Hola.

Un millón de pensamientos se pasearon por mi cerebro: “Pero ¿qué es lo que me pasa?, yo que no había hecho caso a otras mujeres más hermosas que Indhira, que andaban detrás de mí, estaba ahora en un estado emocional deplorable con la sola visión de su rostro. Yo, el hombre que tenía por bandera que el amor era una tontería, me había quedado sin palabras en presencia de una mujer. No me había pasado nunca. ¿Me estaré haciendo mayor?”

Mientras caminaba tras ella hacia la sala, donde se encontraba la computadora, tome una respiración profunda, para recuperar mi centro, y al llegar donde se encontraba la computadora ya me había recuperado en un porcentaje importante.

-    Por fin pude hilar una frase corta, pero completa- ¿Cuál es el problema?

Me informó del problema y que este había comenzado a manifestarse ayer, justo con la visita de Ángel, y que seguía con el problema ya que la había vuelto a probar antes de que yo llegara y seguía fallando.

Encendí la computadora y como tenía una clave de acceso le indiqué que la introdujera. Lo hizo y la computadora, ¡oh milagro!, funcionaba a la perfección sin manifestar la falla de la que Indhira me había hablado.

-    Te prometo que ha estado fallando hasta este preciso momento –trataba de justificarse Indhira.

-    No sufras. Estas cosas pasan. Esperaremos un rato a ver si se calienta y la encendemos y apagamos unas cuantas veces para asegurarnos de que no falla –le dije para tranquilizarla.

-    ¿Te apetece un té mientras esperamos? -me ofreció, un poco más tranquila.

-    Si, gracias.

Se fue a preparar el té mientras yo me quedé solo con la máquina. La sala debía ser su cuarto de trabajo. Tendría unos veinte metros cuadrados. Había en ella una mesa donde se encontraba la computadora, una bandeja con hojas en blanco, un portalápices con bolígrafos de casi todos los colores, dos agendas, una que se veía muy usada, que pensé sería la de las visitas y otra, más nueva, que supuse sería donde ella anotaba sus cosas. Descansaban, también, en la mesa, una lampara, la imagen de un Buda pequeño, un reloj digital y una figurita de la Virgen María.

A la derecha de la mesa, tocando a una ventana que daba a la zona interior del edificio, había una estantería de metro y medio de ancho y que llegaba casi hasta el techo en el que se encontraban una buena cantidad de libros. Todos con títulos raros, sobre energía, sanación, religión, vidas pasadas y, algunos temas más, todos muy en la línea de lo que habla Ángel. No se veía ningún best-seller del momento o novelas, más o menos famosas. En la estantería central había una impresora. Un sillón detrás de la mesa y dos sillas delante, que serían para las visitas y, al otro lado de la sala una camilla, también, con una silla en un costado, a la cabecera de la camilla.

-    ¿Quieres azúcar? –preguntó entrando en la sala con una bandeja en la que descansaban dos tazas, un azucarero, un plato con galletas y un paquete de servilletas.

Meditación: Desbloquear la mente subconsciente

 


Meditación Control mental (Brahm Kalaa)


 

jueves, 18 de agosto de 2022

Diario íntimo de un babau (3)

 

Miércoles 17 de agosto 2022

 Aún estoy rojo como un pimiento morrón por la vergüenza que he pasado debido a una conversación mantenida con mi propio pensamiento. Me ha dejado en evidencia con una de las creencias que yo creía que tengo más arraigadas, la igualdad. Pero vayamos por partes.

Hoy ha amanecido un día normal. Un día típico de agosto en Lima, una neblina muy baja y la garúa mojando, casi sin querer, las calles en su lento y minúsculo caer.

Me he despertado a las 5, como siempre. Da lo mismo que me acueste a las 10 de la noche o a las 2 de la madrugada. Tengo una alarma interior que a las 5 hace que abra los ojos a un nuevo día. Y durante media hora he estado batallando, como cada día, conmigo mismo, para vencer a la pereza y dejar ese refugio tan calentito en el que he pasado las últimas horas. Esa media hora de batalla es muy peligrosa porque corro el peligro de volverme a dormir, sobre todo si me he acostado tarde, y entonces puede ser una pequeña debacle, por todo el trabajo que tengo que hacer durante la primera hora después de levantarme.

Al final he apurado la media hora y a las 5:30 entraba en la ducha. El agua caliente resbalando por mi cuerpo, es el primer placer del nuevo día.

Soy consciente de que las duchas con agua fría tienen un montón de beneficios: fortalecen el sistema inmune, activan la circulación sanguínea, despejan la mente, activan el cuerpo, incrementan la energía, refuerzan el sistema cardiovascular y, algunas más que no recuerdo, pero…, a mí, el agua fría solo me gusta para beber en verano y tener que ducharme con ella me pone de muy mal humor.

Durante una buena temporada en la que enseñaba Kundalini-Yoga y seguía “casi” todos los preceptos que recomendaban los maestros del Kundalini, me duchaba con agua fría. Más que una ducha parecía una carrera contra el tiempo, porque trataba de mojarme todo el cuerpo en el menor tiempo posible. Tengo que reconocer que durante una buena parte del día estaba amargado porque echaba en falta el agua, casi quemando, resbalando por mi cuerpo, sin límite de tiempo.

Ahora no. Disfruto de cada segundo, debajo de la ducha, y de cada gota de agua caliente que va rozando y, a veces, quemando mi cuerpo.

A las 6 estaba fuera, (sí, soy un poco lento. Si me duchara con agua fría estaría listo a las 5:35).

Y ahí comienzo una rutinaria maratón. Organizo mi desayuno y el del niño, (tengo un hijo de 10 años), preparo la lonchera que se lleva al cole, pongo la lavadora en marcha, recojo la ropa seca del día anterior y la preparo para la plancha con la que comienzo cuando vuelvo de mi paseo matinal, desayuno y cuando todo eso está listo despierto al niño.

Durante la siguiente media hora estoy, prácticamente, pendiente de mi hijo: Como se viste, que tal desayuna, si se cepilla bien los dientes y alguna cosa más. Y a las 7:30 le acompaño al colegio.

En 5 minutos llegamos al cole, porque solo tenemos que atravesar dos pistas. Tenemos el colegio enfrente de casa.

Una vez que le he dejado a él me voy a caminar durante una hora. Hoy hacia frío y me mojaba la garúa, pero, aun así, es muy agradable pasear al lado del mar, aunque casi estaba desaparecido por la neblina. A esa hora de la mañana somos 4 caminando y otros 4, más jóvenes, corriendo, por lo que el paseo es una placentera meditación.

He llegado a casa a las 9. La tarea que me espera es tender la ropa, hacer las camas, planchar y cocinar.

Hay dos trabajos de los que tengo asignados en la casa que me fastidian un poquito y hasta se me olvida que tengo que hacerlos. Uno es tender la ropa y el otro lavar los platos.

Ha sido tendiendo la ropa cuando mi propio pensamiento me ha dejado en ridículo.

El tendedero donde tiendo la ropa está en la lavandería, que es un cuarto de 5 metros cuadrados, donde se encuentra la lavadora y un fregadero. El colgador de la ropa se encuentra a 30 centímetros del techo, por lo que para tender la ropa tengo que subirme en una de esas escaleritas de cocina de dos peldaños. Hoy tenía que tender sábanas porque había cambiado las de la cama del niño.

Y ahí estaba yo, con la funda del edredón, haciendo equilibrios en la escalerita, por un lado, para no caerme y, por otro para que la funda no tocara el piso. No conseguía cuadrarla. Cuando jalaba de un lado se descuadraba del otro. Al final lo conseguí y comencé una segunda batalla con la sabana bajera, esa que se ajusta al colchón. Se supone que la sabana es más fácil que la funda del edredón, pero cuando las cosas se complican se puede tropezar hasta con el pensamiento.

Estaba tan incómodo que bajé la sabana, por un momento, y fue entonces cuando lancé una queja, supongo que a la nada o al Universo, porque estaba yo solo en la lavandería.

-     ¡Tú te crees que a estas alturas de mi vida tengo que estar haciendo todo el trabajo que hago en la casa! Se supone que debería de levantarme, tranquilamente, a las 8, encontrarme el desayuno en la mesa, ir a pasear para hacer ejercicio, volver cerca del mediodía, almorzar, dormir una siesta y después leer, escribir, meditar y hacer alguna terapia hasta la hora de la cena, ver un poco de tele y a dormir.

-     Mi pensamiento fue rápido como el rayo- Y todo eso que tu no quieres hacer, ¿Quién lo haría, tu esposa? Tu que eres un defensor de la igualdad en todas sus formas, por razón de sexo, de religión, de pensamiento, de clase social, ¿serias capaz de permitir que tu esposa, además de trabajar fuera de casa, hiciera en el hogar no solo el trabajo que ella tiene asignado, sino también el tuyo?, ¿eres un defensor de la igualdad real o solo de boca para fuera?

Un color se me iba y otro se me venía. Hasta ese momento no había sido consciente de que una queja, como la que yo había hecho, era la demostración palpable de que, en algún rincón, dentro de mí, permanecía alguna energía acumulada que me hacía creer que como era “hombre” y con unos cuantos años encima, debería de vivir como un rajá, siendo servido en todos mis caprichos.

He sido consciente de mi falta de coherencia en el pensar, decir y actuar. De inmediato, me he puesto a cantar un mantra “Ajai alai”, que ayuda a sanar la depresión y la ira, mientras terminaba de tender la ropa.

Después, me he permitido aplazar la plancha durante una hora para sentarme en meditación para conectar con esa energía discriminatoria y machista de la que no tenía conocimiento, para erradicarla, de una vez por todas. Y seguiré hasta que no me enfade tendiendo sabanas.

 



Aceptar


 Capítulo III, parte 1 de la novela "Ocurrió en Lima"

Estaba finalizando el mes de agosto con más pena que gloria. No había vuelto a salir el sol, lo cual es normal, porque en el hemisferio sur, agosto es el mes más frío del invierno. No me había contactado ninguna de las empresas en las que había entregado mi curriculum. En mis salidas, escasas, todo hay que decirlo, no me había vuelto a encontrar con Ángel.

El trabajo de aceptación de las situaciones que se iban presentando en mi vida y la atención a mis pensamientos, para desarrollar el amor hacia mí, es posible que avanzara demasiado despacio para mi gusto. Ni tan siquiera sabía si estaba obteniendo resultados positivos. Hay que tener en cuenta que vivía solo y que me relacionaba poco, por lo que era difícil encontrar diferencias con alguna situación anterior.

Pero yo seguía intentándolo.

Dejé de compararme con otros cuando fui consciente de que en las comparaciones siempre salía perdiendo. La comparación solo era un mecanismo más de mi mayor enemigo, mi mente, para mantenerme alejado de la realidad. Fue muy importante, para conseguirlo, el reconocer cuando la mente empezaba el maligno juego de empequeñecimiento de mí mismo y del tremendo daño que me estaba causando, al valorar más, según la consideración de mi mente, la invención de mis carencias que la realidad de mi abundancia. 

Ya no me comparaba con nadie y eso hacía que me sintiera más tranquilo, menos agresivo con la vida y conmigo mismo. No sé cuánto podía haber avanzado en el auto amor y, tampoco creo que nadie pudiera hacer una medición. Que yo sepa no existe un medidor de amor. Tendría que ser yo mismo el que calibrara la cantidad de amor que había en mí o estaba logrando desarrollar.

Pero sí tenía claro que planteaba mi futuro con algo más de tranquilidad, sin infravalorarme y, sobre todo, sin ansiedad. Cada vez se presentaba con más frecuencia el pensamiento de intentar ser mi propio jefe, trabajando desde casa en la reparación de computadoras y en el diseño de programas y páginas web. Yo iba dejando que ese pensamiento se pasease por el cerebro, sin intervenir, como esperando que tomase fuerza o que algo en mi interior saltara de júbilo y gritara: “¡Sí, ese es tu futuro!”.   

Lo que no había hecho era sentarme a meditar. Supongo que, en realidad, tenía miedo de volver a encontrarme con Dios. No por el hecho de que fuera Él, sino porque tendría que replantearme la creencia, que yo tenía sobre Dios, de que nunca parece que haga o resuelva nada.

Sin embargo, ahora lo debía de estar pensando con una sola neurona, porque era un pensamiento con muy poca fuerza, ya que yo mismo después de la conversación con Ángel en la que me explicó que Dios, sencillamente, Es, y que, no solo, es el Creador, sino que mantiene todo lo creado, me sentía más tolerante sobre la idea de Dios. Ya que, si todos vivimos en Él, parece que su trabajo ya no es tan inútil.

Unir este pensamiento con la sensación de “complitud”, que sentí paseando el último día que me encontré con Ángel, generaba en mí interior una sensación de serenidad que no me abandonaba desde entonces. Todo esto unido, hacía que me sintiera diferente, más tranquilo, más en paz, menos aburrido de la vida. ¡Faltaba ver cuánto iba a durar ese estado!

Estaba planchando, paseando por estos pensamientos, cuando comenzó a sonar el celular. Miré la pantalla y no apareció ningún nombre. Era un número que no figuraba en mi lista de contactos.

-    Hola –contesté, esperando que al otro lado surgiera alguna voz tratando de venderme cualquier tontería.

-    Hola, ¿eres Antay? –preguntó una voz de mujer.

-    Sí. ¿con quién hablo? –si se hubiera presentado me habría ahorrado la pregunta.

-    Si, disculpa. Mi nombre es Indhira. Soy masajista y terapeuta y, un paciente mío, un señor mayor que se llama Ángel, me dio tu número, porque tengo un problema en la computadora y él me dijo que te llamara que eres un experto en computadoras, - ¡vaya!, pensé, parece que el encuentro con Ángel ha servido para algo tangible.

-    Perdona, conozco a Ángel, pero no soy consciente de haberle dado mi número –y era verdad.

-    Sí, es cierto, tuvo que buscarlo en las redes. Y lo hizo delante de mí. Bueno, la pregunta es si podrías pasar por mi domicilio para mirar mi computadora y, también, cuanto me costaría la visita.

-    A lo mejor esta era la respuesta al pensamiento de ser mi propio jefe que se paseaba por mi cerebro, desde hacía días, pero necesitaba saber dónde vivía- ¿Cuál es tu dirección?

-    Estoy en Miraflores en la cuadra once de Pardo –contestó.

-    ¿Qué te parece ciento cincuenta soles por la visita? y darte un diagnóstico o repararla, si se puede, en el momento –Supongo que no sería un precio excesivo.

-    Me parece perfecto. ¿Cuándo puedes pasarte?, si fuera esta tarde a primera hora sería genial.

-    ¿A las tres?, -tenía todo el tiempo del mundo, por lo que fue muy fácil satisfacer a mi interlocutora.

-    Es una buena hora. Pero se puntual, porque a las 4 tengo un paciente –claro, ella no sabía que yo era el paradigma de la puntualidad. Ya sé que soy un peruano atípico, pero…

-    Siempre soy puntual. Pásame la dirección completa por WhatsApp. Nos vemos a las tres.

-    Gracias, hasta la tarde.

Desconectamos la llamada y el primer pensamiento que llegó a mi mente fue:

miércoles, 17 de agosto de 2022

Meditación: Respirar para relajarse

 


La historia se repite

 


De la novela "Ocurrió en Lima". Capítulo II, parte 7.

-    No entiendo nada Ángel.

-    Déjame que te hable de Dios y así lo entenderás. De Dios sería suficiente con que te dijera que “Dios Es”, y lo Es desde siempre. Pero, ¿cómo empezó todo? Como para nosotros es casi inconcebible que algo no tenga principio o fin podemos decir que al principio de los tiempos había Nada y esa Nada era Dios. Fue a partir de esa Nada, es decir de Dios, que comenzó la Creación. Por lo tanto, todo, absolutamente todo, procede de Dios, tú y yo incluidos. Todos los seres humanos somos lo mismo, somos hermanos, todos hijos de Dios. Cada uno de nosotros somos como un átomo de la Energía Divina. Ese átomo o chispa de energía vive al otro lado de la materia y seguirá haciéndolo hasta que se encuentre preparado para volver a unirse a Dios. –aproveché una pausa en el relato de Ángel para hacerle un resumen de lo que yo estaba entendiendo.

-    Permíteme que te haga un resumen para ver si lo voy entendiendo. Dios no es, ni ha sido una persona como Jesús, Buda o Mahoma. Dios es la Energía Suprema de la que procede todo. -¿es correcto?

-     Así es. –corroboró Ángel.

-    Entonces al otro lado de la vida está Dios y todos los que han vivido o vivirán en la materia.

-    No. Dios no está al otro lado de la vida. Dios Es, Dios Está. Está aquí y allí. Está a este lado de la materia y está al otro. Al otro lado están todos los que han vivido o vivirán en la materia, pero están en Dios. De la misma manera que la luz de una vela está en la luz del Sol. Iluminadas por el Sol puede haber miles, millones de velas.

>> Y nosotros en la materia, también, estamos en Dios, porque Dios lo es Todo. ¿Lo entiendes?  –quiso saber.

-    Lo entiendo. Entonces todos existimos desde siempre y vamos a vivir para siempre de forma independiente o formando parte de Dios. -sin embargo, había algo que no entendía y así se lo hice saber a Ángel.

>> Hay algo que no entiendo muy bien. ¿Por qué cuando una persona tiene una experiencia cercana a la muerte, cuando vuelve a la vida nos habla de lo bien que se está al otro lado y de la sensación de amor que ha sentido y, sin embargo, nosotros en el cuerpo no sentimos ese amor ni esa sensación de cercanía con Dios como lo sienten ellos? Se supone que, si todos vivimos en Dios, tanto al otro lado de la vida como en este lado, todos deberíamos de sentir ese amor. ¿Por qué no lo sentimos?

-    Por un tema de energía, -respondió Ángel- La vibración cuando estamos en el cuerpo es mucho más baja y no somos capaces de apreciar la sutileza de la energía que nos envuelve. Aunque, en realidad, no hay un lado y otro lado de la vida. Lo que pasa es que el alma, lo que somos, vibra diferente con materia que sin materia.

>> Este es, justamente, el trabajo que se ha de realizar cuando se está encarnado en un cuerpo. Primero, llegar a entender, de manera intelectual, que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, para, a continuación, comenzar a percibir esa realidad que se ha comenzado a entender. A eso se llega incrementando la cantidad de amor.

-    ¿Ese es el objetivo de la vida?, ¿es lo mismo que el propósito que yo tuve claro hace un momento?

-    Exacto –sentenció Ángel-, lo sentiste hace un momento. Solo tienes que recordar que formas parte de un Todo, que todos somos lo mismo y que, por lo tanto, hemos de amar a todos como a nosotros mismos. Ese es el único propósito de la vida. ¿Te suena la frase, ama al prójimo como a ti mismo?

-    Sí que me suena, pero el que seamos incapaces de aceptarnos tal como somos es una prueba inequívoca de que no nos amamos. Así que si no nos amamos y tenemos que amar a todos como a nosotros mismos, lo tenemos mal.

Mientras Ángel movía la cabeza afirmativamente, con una mueca de tristeza en su cara, mi pensamiento realizó un repaso de los grandes conflictos armados, de los millones de desplazados por la guerra y el hambre, de los millones de niños que mueren por desnutrición, de la violencia familiar, del nefasto reparto de la riqueza, de la hipocresía de las religiones, de los dirigentes psicópatas, de la intolerancia a todo lo que es diferente. Aunque no hace falta desplazarse a un país en conflicto para vivir todo eso, ya que en el nuestro tenemos un poco de todo: políticos corruptos, machismo, falta de respeto hacia todo lo que se mueve, hambre, racismo, pobreza extrema, trabajo precario, corrupción en cualquier estamento oficial, falta de servicios básicos, inseguridad ciudadana.  

-    Termine mi pensamiento en voz alta- El mundo, en estos últimos tiempos, parece haberse vuelto loco.

-    En estos últimos tiempos no Antay –me corrigió Ángel-, en el cuento del Paraíso Terrenal recuerda que Caín mató a su hermano y solo fue por envidia, es decir, solo fue por un pensamiento. Pensamiento producido por una falta de amor. Por eso te comentaba en nuestro primer encuentro que tienes que aprender a amarte. ¿Cómo lo llevas? –preguntó.

-    Creo que lo llevo bien porque he comenzado a cambiar mi modelo de comparación mientras aprendo a no compararme con nadie.  

-    Es perfecto ese trabajo. Está muy bien compararte con un modelo menos demandante, pero, como tú bien dices, lo importante es no compararse. Lo importante es aceptar lo que eres.

-    Ahora que hablas de aceptar, hace unos días me ocurrió algo curioso. Me senté a meditar para ver si eran ciertos los beneficios de la meditación que acababa de leer y creo que estuve hablando con Dios. ¿Tú crees que me estoy volviendo loco? –estaba seguro que Ángel, con la sabiduría que parece almacenar, era la persona idónea para que opinara sobre mi posible conversación con Dios.

-    No creo, en absoluto, que te estés volviendo loco. Si tú crees que hablaste con Dios, es seguro que sí hablaste con Él, y ¿sobre qué trató la conversación?

-     Sobre la aceptación. Me acordé de ti y se me ocurrió pensar que aceptarse uno mismo es una prueba de amor. Si me acepto es que estoy satisfecho conmigo. ¿Qué opinas? –pegunté a Ángel, buscando su aprobación.

-    Me parece perfecto. Así funciona. La aceptación es una prueba de amor.

>> Y ahora puedo contestar a tus preguntas. Preguntabas como se llega de manera consciente a ese estado que tú has denominado como "complitud". Se llega cuando detienes el pensamiento, cuando te desidentificas del “Yo”.

>> Todos los seres humanos están programados por la tradición, la formación, las creencias y los prejuicios. Cuando la realidad de la vida no coincide con esa programación aparece el miedo, la ansiedad y la angustia. Esa programación nos separa de Dios. Por lo tanto, lo que hay que aprender es a ser consciente de esa programación y comenzar a desprogramarse, que es lo que te ha pasado a ti, solo que de manera inconsciente.

>> No hay nadie que viva en ese estado de manera permanente. Pero si hay personas que llegan a él. Se puede conseguir en la meditación.

>> Tú fuiste consciente de que todo tiene un propósito que es aprender a amar, como Dios nos ama, y para eso se organiza la vida. Cada uno de la manera que estima conveniente, porque cada alma sabe, antes de venir a la vida, que es lo que necesita para alcanzar la meta del amor.

>> Y si no se consigue en la vida, se repite. Por eso nacemos y morimos unas cuantas veces.

>> Pero mientras se trabaja para lograr el objetivo máximo, que ya sabes que es aprender a amar, como Dios nos ama, nos programamos otros pequeños trabajos que no son otros que cerrar los círculos que se mantienen abiertos de otras vidas.

>> Esos círculos son las causas pendientes. Pagar lo que debes o cobrar lo que te deben a ti. Te pongo un ejemplo muy claro: Alguien que mate a una persona tiene que recibir algo similar o equivalente para que el círculo se cierre.

-    Pensando en tu ejemplo, se me ocurre pensar que ese círculo no se va a cerrar nunca. En esta vida me matan a mí, en la siguiente vida mato yo, y volvemos para que me vuelvan a matar y seguiríamos así indefinidamente. No se acaba nunca.

-    Por supuesto que se acaba, -respondió Ángel con una sonrisa- Se acaba cuando se perdona. Si en esta vida te toca matar a ti, pero en lugar de hacerlo perdonas a la persona que te hace el daño, ahí se acaba y se cierra el círculo.

-    Entiendo. Todo se basa en amar y perdonar. El único propósito de la vida es ese: amar y perdonar.

-    Aun voy a ir un poco más allá, -me anunció Ángel- Si amas no necesitarás perdonar, porque nunca te sentirás ofendido. Y si no hay ofensa, no es necesario el perdón. Por lo tanto, puedes reducir el propósito de la vida a un solo concepto: amar.

>> La programación final la conocen las almas, por eso encarnan, por su afán para aprender a amar, cuanto antes, para disfrutar del gozo de unirse a Dios. Y las programaciones para ir cerrando círculos pendientes las organizan, de manera independiente, cada alma, de acuerdo con las almas involucradas en el círculo que tratan de cerrar.

>> No son propósitos opuestos, solo que cada alma tiene sus propios temas pendientes. Y si no se cumple el propósito, no pasa nada, volverán a la vida, una vez más, para poder cumplirlos. Las veces que sean necesarias.

>> ¿Lo tienes más claro?

-    Creo que sí, aunque sigo sin tener muy claro para que puede servirme en la vida.

-    Para ser feliz. Cuanto más te acercas al amor más felicidad sientes en tu interior.

>> Y cambiando de tema, ¿te importa si vamos caminando por donde tú venías? Tengo que recoger unas cosas en una tienda delante del Parque Kennedy –esto último lo dijo ya levantándose del banco.

-    No, no me importa. Te acompaño –y comenzamos a caminar hasta el parque. 

Subíamos lentamente, ahora, hablando de nimiedades, del tiempo y del cambio de ministros que había ocurrido dos días atrás. Estas sí que eran conversaciones normales, como las que estaba acostumbrado a mantener, y no como la que habíamos tenido hasta levantarnos del banco.

Al llegar a la altura del edificio donde está mi departamento le dije a Ángel que ya me quedaba en casa. Nos despedimos sin más, como la vez anterior.

No había dado ni diez pasos hacia el portal de mi casa cuando me crucé con Álvaro, un vecino de mí mismo bloque.

-    ¿Qué tal Antay?, ¿disfrutando de esta mañana tan magnífica? –fue su saludo.

-    Si –contesté- un día así hay que aprovecharlo.

-    Y siempre solo, ¿no te aburres?

-    No me aburro, estoy acostumbrado, pero hoy no he estado solo, he estado conversando con un amigo –No sé porque lo dije. Supongo que para justificar mi soledad.

-    ¡Ah!, como te he visto subir solo por el paseo pensé que habías salido solo. Bueno te dejo, que me esperan –y se alejó dejándome pensativo.

¿Cómo puede ser que me haya visto solo?, si hasta medio minuto antes de encontrarme con él estaba con Ángel. ¡Qué extraño! Miré para ver por dónde estaba Ángel y no le vi por ningún lado. Otra vez había desaparecido y, ahora, no había baño. Y seguro que Álvaro no estaba haciendo un chiste. Es como si Ángel después de dejar mi compañía desapareciera sin más y, lo más sorprendente es que parecía que fuera invisible a los ojos de los demás. ¿Me estará volviendo loco la soledad? 

martes, 16 de agosto de 2022

Diario íntimo de un babau (2)


 Domingo 14 de agosto 2022

 

En estos días he renovado mi diploma de babau y lo he hecho con muy buena nota, como siempre. Porque, como siempre, me han vuelto a engañar. Y van…. (tropecientas mil).

Con una señora hemos hecho 20 terapias y ha dejado de pagarme la mitad. La verdad es que me pilló desprevenido porque parecía una fiel devota de Jesús. Una vez al mes hace vigilias de oración durante toda la noche, en la iglesia de la congregación a la que pertenece. Dos veces al mes hace una especie de maitines de oración desde las 4 de la madrugada. Pertenece a un grupo de señoras que ayuda a familias que necesitan apoyo moral, y cada vez que dice una frase la termina con la palabra “hermano”: “Si, hermano”, “estoy mejor, hermano”, “me va bien el miércoles, hermano”.

Al principio tanta “hermandad” me cargaba un poco, pero terminé acostumbrándome

Pero no deja de ser un sepulcro blanqueado. Recuerdo las palabras de Jesús, según Mateo 23:27-28

“¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad”.

Cuando me ocurre algo como esto, teniendo en cuenta que nada sucede porque sí y que para todo hay una razón, trato de buscar alguna explicación del porqué me pasa tanto y, además, tan seguido.

Mi esposa enseguida encuentra la razón: “Cada día eres más babau”.

Puede ser que ella tenga razón, pero es que yo no puedo entender cómo se puede dejar de cumplir un compromiso, sin dar ninguna explicación y, jugar con el trabajo, la buena voluntad y la bondad de las personas.

Cuando llego a un punto del camino como este, en mi pensamiento aparece una bifurcación. Por un lado, pienso en que cada uno recibe lo que da. He leído alguna de esas frases bonitas que circulan por las redes: “Si no te gusta lo que recibes, revisa lo que das” y, por otro, pienso en la Ley de la Causa y el Efecto.

Cuando rebusco en mi interior sobre que, es posible, esté recibiendo algo que he dado con anterioridad, me cuesta trabajo de creer. En muchos aspectos tengo algunas dudas sobre mí, (está claro que no me amo a mi mismo al 100%), pero en cuanto a bondad se refiere y en ayudar a los demás, me gusta creer que, si alguna vez hago algo mal, no lo hago a conciencia. No soy consciente de hacer mal porque sí, al menos en los últimos años. Claro que he vivido tanto, (72 años), que, a lo peor, en otras épocas, más cercanas a la juventud, podía haber pasado, pese a que no lo recuerdo. Siempre trato de colocarme en los zapatos de los demás, aunque seguro que no siempre lo consigo.

Por lo tanto, tengo que pensar en la otra rama de la bifurcación, la Ley del Karma y, entonces me entra una tristeza infinita, porque si me han engañado, estafado y robado, tantas veces en esta vida, querrá decir que en vidas anteriores he debido ser un afamado ladrón.

Así que si soy un babau ha sido por una elección de mi alma. La mejor manera de que las personas me engañen es, siendo tonto o haciéndome el tonto.