El que no sirve
para servir, no sirve para vivir.
Madre Teresa de Calcuta
Esta entrada es una continuación de la
anterior: Regreso a Dios (Una vida de virtud).
Vivir desde el alma para regresar a
Dios requiere que a la vida de virtud se le añada una vida de servicio. ¿Qué es
una vida de servicio? Los valores más importantes de la esencia humana son el esfuerzo
desinteresado, el servicio y la lucha a favor de una sociedad mucho
mejor y unos seres humanos superiores.
El
servicio es el ejercicio de la caridad. Una actitud de servicio es reconocer en
cada ser humano a una
persona valiosa, a una persona de quien se puede aprender y a quien se puede
ayudar, una actitud de servicio es mostrar interés por lo que le sucede a la
otra persona, es la capacidad de entender que sienten las personas, es incluir
en nuestra vida el hábito de ayudar antes de ser ayudados, al hábito de
comprender antes de ser comprendidos, el arte de amar antes de ser amados.
Bien podemos recordar aquí la hermosa
oración de San Francisco de Asís:
Señor,
haz de mí un instrumento de tu paz:
donde
haya odio, ponga yo amor,
donde
haya ofensa, ponga yo perdón,
donde
haya discordia, ponga yo unión,
donde
haya error, ponga yo verdad,
donde
haya duda, ponga yo la fe,
donde
haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde
haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo
alegría.
Oh,
Maestro, que yo no busque tanto ser consolado como consolar,
ser
comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque
es dando como se recibe,
es olvidando
como se encuentra,
es perdonando
como se es perdonado,
y muriendo se resucita a la vida
eterna.
Cuando se desarrolla una actitud de
servicio a los demás, se está intercambiando servicio por poder. El poder que
se recibe es una influencia sobre las personas a las que has ayudado, que hace
que te conviertas para ellas en un líder, quieren estar contigo, te vuelves
importante para ellas, eres como un imán para esas personas, te necesitan, te
consultan, te respetan.
La actitud de servicio va siempre unida
a una actitud positiva, es por eso que las personas con actitud de servicio a
los demás, son personas alegres, optimistas, que esperan siempre lo mejor de la
vida.
Las personas con actitud de servicio
son responsables de sus propias vidas, tienen el control de sus vidas a pesar
de las circunstancias. No viven echándole la culpa a los demás de lo que les
sucede.
Se puede reaccionar en forma positiva
o negativa; las personas responsables de su propia vida eligen reaccionar en
forma constructiva, no se dejan influenciar negativamente del ambiente. Son
aquellas personas que deciden hacer lo que hay que hacer, a pesar de las
circunstancias, y punto.
El servicio a los demás también es un
signo de madurez. Las personas con actitud de servicio comprenden todos los
beneficios que obtienen al comportarse de esta manera con las demás personas y
descubren que es una filosofía de vida, un estilo de vida, el cual es un
privilegio alcanzar. Servir a los demás solo se le es dado a los seres grandes.
De todo lo anterior podemos concluir
que la actitud de servicio es una marca indeleble de la gente superior, del líder,
de la gente iluminada, de las personas con personalidad magnética, del padre y
la madre amorosos, del maestro comprometido con su profesión, del estudiante
responsable, del empresario triunfador, del empleado eficaz, es decir todo lo que cualquier
persona puede desear: ¡una bendición divina! ¡un privilegio! Reservado solo
para los seres superiores.
En 1888
Mahatma Gandhi fue a Inglaterra, donde estudió Derecho. Una vez iba caminando
por una calle de Londres y fue sorprendido por un chaparrón de agua. Gandhi
empezó a correr para huir de la lluvia y logró refugiarse debajo del alero de
un lujoso hotel, ahí se quedó parado mientras pasaba el vendaval. A los pocos
minutos apareció una lujosa limosina y de ella salió un magnate inglés, le
bajaron las maletas y el coche fue conducido hasta el estacionamiento.
¡Oye tú!,
cógeme las maletas, gritó el británico a Gandhi. Gandhi miró hacia los lados y
hacia atrás para ver a quién se dirigía el magnate, ¡eh tú, hindú!, repitió el
inglés con fuerza, ¡He dicho que me cojas las maletas!
Gandhi se
dio cuenta de que era con él a quien hablaba el potentado, y entonces se acercó
a cargarlas. El inglés le ordenó que lo siguiera hasta el cuarto piso; él subió
por el ascensor y el hindú por las escaleras, porque en esa época los hindúes eran considerados menos que los demás.
Una vez que
Gandhi dejó las maletas en el sitio indicado, se dispuso a retirarse.
¡Mira tú, indio!, ¿Cuánto te debo?, dijo el magnate. Señor, usted no me debe
nada, contestó Gandhi cortésmente.
¿Cuánto me
vas a cobrar por subirme las maletas?,
insistió el hombre. Señor, repitió Gandhi, yo no voy a cobrarle nada.
¿Tú
trabajas aquí?, ¿no? No señor, yo no trabajo aquí; yo estaba en la puerta
esperando que dejara de llover para continuar mi camino.
Si tú no
trabajas aquí, ¿por qué subiste las maletas? Porque usted me pidió que lo
hiciera, y lo hice, dijo Gandhi.
¿Quién eres
tú? Yo soy Mohandas Karamchand Gandhi, estudiante de Derecho de la India. Bien,
bien... entonces, ¿Cuánto me vas a cobrar? Señor ya le dije, no le voy a cobrar
nada y nunca pensé en cobrarle, dijo Gandhi.
Si tú no
pensabas cobrarme nada por subirme las maletas, dijo nuevamente el inglés,
entonces ¿por qué me la subiste? Señor, expresó el futuro Mahatma, yo le subí
las maletas a usted por el inmenso placer que me causa el colaborar con los demás,
por eso lo hice, porque para mí servir es un placer.