Llevo tiempo meditando sobre la frase “no somos el cuerpo”, y me doy cuenta de que las palabras, o el pensamiento, que se manifiesta como palabra, aunque expresen claramente el objetivo de que no somos el cuerpo, son un obstáculo más que una ayuda. Y llego a esa conclusión porque justo al terminar mi meditación, el cuerpo me dice que necesita comer, y que siente dolor en una rodilla por la postura de la meditación, y que siente cansancio de pies después de caminar horas, y que el cuerpo vuelve a pedir comer al cabo de pocas horas, y por la noche, cansado, quiere dormir.
Es decir, durante una hora, al amanecer, trato de sentir que no soy cuerpo, que soy un alma, y durante las dieciocho horas que permanezco despierto, el cuerpo me está indicando que está ahí, que necesita cuidados.
Y me pregunto: Si yo, que tengo la voluntad de meditar cada día para desligarme del cuerpo, tengo que hacer esfuerzos para vivir como alma, ¿cómo se van a identificar como almas aquellos que ni tan siquiera tienen la duda razonable de que son seres divinos?, ¿Cómo van a vigilar sus acciones para tratar de conocerse cada vez más, si creen firmemente que son lo que piensan?, ¿Cómo se les va a hablar de lucha, esfuerzo o disciplina?, ¿Para conseguir qué?, ¿La liberación?, ¿La felicidad?,
Muchos de vosotros/as, sabéis, igual que yo, que es así, que hasta que no vivamos como alma, hasta que no seamos Amor, no vamos a alcanzar esa liberación. Liberación que no sabemos muy bien que es, pero que podríamos explicar como el “no retorno” a la Tierra, el final de nuestras encarnaciones, la continuidad de nuestro trabajo en otro lugar. Pero ¿Qué trabajo?, ¿Cuándo se acaba esto?, además, si mi vida ha sido un paseo por un jardín de rosas, ¿Por qué no volver?, ¿Adonde hay que ir?
Amigos míos, hay que volver al seno divino. Pero nuestra mente racional no puede entender esto, entre otras razones porque no quiere perder su individualidad, ella quiere seguir existiendo y dominando. A mí sólo se me ocurre una manera de explicarlo: Somos como esa gota de agua que el aire desprende de una ola. Mientras sea gota, tiene vida independiente, como nuestra vida dentro del cuerpo, individual, creyéndonos el ombligo del Universo, juzgando a diestro y siniestro e indicando a otros como nosotros, que han de hacer y cómo deben hacerlo. Pero llega un momento que la gota cae, y vuelve a formar parte de la grandeza del océano. Así es nuestra vuelta al seno divino.
Pero para eso necesitamos entrenamiento, tenemos que empezar, poco a poco, a manifestarnos como si ya estuviéramos en ese océano de divinidad, y para eso, es imprescindible identificarse con “el océano” y no con el momento de vida independiente como gota de agua, como cuerpo. Es claro que mientras el hombre crea que es lo que está pensando y que es la imagen que le devuelven los espejos, difícilmente se va a identificar con su alma, difícilmente estará preparado para acercarse a la grandeza del océano de la divinidad.
Sólo hay una forma de desidentificarse del cuerpo, y es permaneciendo alerta: Alerta para no juzgar, ya que los juicios sólo son el reflejo de ti mismo; alerta para no dañar de pensamiento, palabra u obra, ya que estás dañando a tu hermano que es una parte de ti, alerta para ayudar, para acompañar, para ofrecer, en resumen, alerta para amar. Así como la gota cae al océano de agua, el alma ha de llegar al océano del Amor. La gota cae al agua siendo agua, ¿Qué ha de ser el hombre para llegar al océano del Amor? Sólo ha de ser Amor.
Recuerda las palabras de Jesús: “Todo lo que hagas a cualquiera de tus semejantes me lo estáis haciendo a Mi”. Podríamos añadir más: “Todo lo hagas a cualquiera de tus semejantes te lo estás haciendo a ti”.